Tag Archive: milf


No estoy de acuerdo con lo que dice La cigarra respecto de la fiesta. Y no lo estoy porque creo que parte de una noción equivocada de las fiestas. Quizás de una experiencia cotidiana, de una experiencia que asume que ya sabe lo una fiesta es, por cierto, pero lo hace desde una posición muy reducida y parcial (me atrevería a decir, inclusive, vulgar). Me explico. Desde su primera afirmación, nos dice que el fin último de las fiestas es divertirse, lo cual va en contra de lo que dijo al principio de la primera frase. “Las fiestas son reuniones sociales que se hacen con el afán de celebrar un acontecimiento de cierta importancia…” A continuación agrega que algunas veces se hacen sin motivo específico y culmina esta oración con lo ya mencionado de la diversión. Divertir, o divertirse,  según el diccionario de nuestra lengua, significa entretener, recrear, apartar, desviar o alejar; y celebrar quiere decir conmemorar algún acontecimiento o suceso. Es claro, entonces, que las dichas acepciones de divertir resultan algo más alejadas de la conmemoración de algún acontecimiento o evento, pues en el entretenimiento, el recreo, el alejamiento, apartamiento o desviación, lo que se busca mayormente es olvidar, ¿olvidar qué? Olvidar precisamente nuestra cotidianidad inmersa en las cosas serias e importantes, en los múltiples negocios y compromisos contractuales con los que nos vemos relacionados. ¿Cómo se puede conmemorar algo cuando lo que se busca es el olvido? Quizás, me diga alguien, el olvido de la vida cotidiana y la conmemoración de acontecimientos o sucesos no se excluyen mutuamente, pues los acontecimientos o sucesos que se celebran son los menos cotidianos de todos. Se suelen festejar en las fiestas cosas o situaciones extraordinarias e importantes para los individuos de cada caso. En ese sentido, el festejo de las fiestas sería un refuerzo del olvido de la cotidianidad, apelando a lo no-cotidiano de los acontecimientos o sucesos que se rememoran en el festejo y la celebración. Pero así, surgiría la pregunta de qué pasa con la abundancia de fiestas en nuestros días, máxime cuando, de acuerdo con otra afirmación del texto que ahora comento, fiestas son tanto las galas, los cocteles, las orgifiestas, las familiares, las pedas, las reuniones sencillas, las infantiles, las temáticas et cetera. De hecho hay quienes viven cada semana esperando impacientemente los viernes, e incluso planeándolos para asistir a alguna reunión de alguna de esas clases. De hecho, pocas son las reuniones entre personas que no se pueden entender como alguna de las clases que menciona La cigarra, a no ser las reuniones laborales, académicas o intelectuales (y eso que muchas de estas últimas, terminan con o una peda o bien una reunión sencilla). En ese sentido, y de acuerdo con las palabras de La cigarra, sería el caso de que nos la vivimos de fiesta, con lo que los festejos perderían su carácter de relativos a acontecimientos o sucesos extraordinarios o importantes, pues en donde todo es extraordinario o importante, nada lo es. Otra posibilidad es que todo lo humano sea importante, en cuyo caso, yo dudaría del carácter no-cotidiano de los acontecimientos o sucesos que se celebren.

Ahora bien, todo lo que he dicho hasta aquí prescinde del aspecto solemne con que la definición de fiesta dice que se llevan a cabo las celebraciones que son las fiestas. Y la solemnidad se debe al acontecimiento o suceso específico que se festeja en cada fiesta. Esa solemnidad, según el diccionario, es motivada porque lo celebrado en las fiestas es de carácter nacional o religioso. No quiero meterme con esos asuntos aquí, pero por lo pronto sólo diré que la gran mayoría de las fiestas a que se refiere La cigarra, galas, orgifiestas, pedas, reuniones sencillas o cocteles, no me parece que tengan mucho que ver con un motivo nacional ni religioso, sino más bien individual o grupal, lo cual quizás apunte a que los mayores motivos de festejo, celebración y fiesta, han perdido su importancia para nosotros por alguna misteriosa razón. En ese sentido, o nuestras fiestas ya no son fiestas, o lo nacional y lo religioso no son los principales motivos de festejo.

Finalmente, he de decir que en el resto del escrito de La cigarra, ella se dedica a mencionar algunos de los que a ella le parecen elementos esenciales en las fiestas, tales como la música, la comida, la bebida, la duración y la vestimenta, asuntos que sí pueden tener relación con las fiestas, incluso con las nacionales y religiosas de las que habla el diccionario, pero que, tal como se mencionan aquí, sugieren que La cigarra está partiendo de una experiencia de fiestas en donde la rememoración y celebración son lo menos importante. Lo valedero de las fiestas, y de la comida, bebida, duración, vestimenta y la música, es qué tanto placer proporcionan a los asistentes, más allá de símbolos, representaciones o cosas semejantes. Creo que las fiestas en las que está pensando La cigarra sí se ajustan a aquellas reuniones de las que tenemos experiencia y que solemos llamar con el mote “fiesta”, pero que están lejos de ser el mejor ejemplo de lo que la palabra fiesta quiere decir, en tanto celebración, rememoración, o festejo, por lo cual, su escrito no nos acercaría a lo que las fiestas son, sino que nos harían pensar que la fiesta es algo tan superficial como emborracharse para perder el sentido sin más. Reitero, no estoy de acuerdo con lo dicho por La cigarra respecto de la fiesta.

 

Supongamos por un momento que vivimos felices, que nuestra felicidad se debe al conocimiento exacto y preciso de nuestra esencia, y que esa exactitud y esa cabalidad las debemos a nuestra hermosa razón, esa facultad propiamente humana de aprehender la esencia de todo lo que es y de dar cuenta de ello a otros hombres mediante el discurso, que todo hombre tiene, tan sólo por ser eso que es. Supongamos, entonces, que ya sabemos quiénes somos, pues desde antaño nos han enterado de ello los discursos de personas sabias. Nuestra vida estaría solucionada así. Las dudas serían cosas del pasado. No tendríamos preocupaciones de ninguna clase y podríamos dedicarnos al ejercicio libre de esa misma facultad en la entrega al escrutinio racional de todo lo que nos rodea. Sabiendo el hombre lo que él es, lo que es todo lo demás habría de resultar cosa fácil, y nuestra felicidad estaría asegurada por los siglos de los siglos, pues ese conocimiento de lo que somos es algo que podríamos heredar a la posteridad. ¿Acaso no es eso lo que todos buscamos en nuestra vida? ¿No deseamos el conocimiento y la felicidad sobre todas las cosas? ¿Y acaso no es preferible la felicidad de la mayoría que la infelicidad de la mayoría?

Parece ser que las respuestas a las tres preguntas anteriores son afirmativas: todos los hombres buscamos la felicidad y el conocimiento, y mientras más personas tengan conocimiento y sean felices es mejor. Y tal parece que, a través de la historia humana, las explicaciones científicas,  filosóficas o de cualquier tipo que discurran en serio se han dedicado a eso precisamente, a conocer cada vez más (ya sea a nosotros mismos o al mundo en el cual habitamos y que nos complementa en nuestro ser). Si así son las cosas, entonces ¿qué sentido tendría dejarnos seducir por las palabras de algún autor que quisiese envolvernos en un manto de melancolía, tristeza y terror, que deseara echarnos en cara que hay algo más, en nosotros y en nuestro mundo, que escapa a toda explicación exacta y precisa? ¿Qué actitud tendríamos que adoptar ante un escrito que nos dice que esa felicidad, tranquila y libre, es una mentira, una parcial y cruel falacia que se encarga de ocultar uno de los fundamentos de nuestro humano ser? Lo mejor que podríamos hacer en ese caso sería no prestar atención al supuesto autor que tuviese esas pretensiones, ya fuera desterrándolo como un loco de nuestro alegre mundo de conocimiento y prosperidad, o bien admitiendo sus discursos como una curiosidad divertida, como mentiras eufónicas capaces de entretener a los poseedores de gustos extravagantes, pero que no dicen nada importante ni verdadero respecto a nosotros mismos.

Pensemos ahora en el caso de Edgar Poe, poeta norteamericano, conocido tradicionalmente por ser una de esas almas atormentadas, no pertenecientes al tiempo ni al espacio en que por fortuna les tocó nacer; uno de esos inadaptados a las costumbres y las convenciones sociales, a quienes lo único que les resta es refugiarse en el ejercicio de las letras, y en la entrega plena a formas bellas y novedosas de desnudar el alma humana al través de aquéllas. Pero mejor no pensemos en él como el personaje que la historia de la literatura se ha encargado de crear, sino como nuestro interlocutor; un individuo que intenta decirnos algo que él piensa que es fundamental que los demás conozcan. Lo que es más, no pensemos en él directamente, ni en su persona ni en su vida ni en sus acciones, todo ello llegado a su fin hace tiempo; mejor pensemos en sus palabras, en alguno de sus discursos poéticos, e intentemos ver qué es lo que nos quiere decir, y si acaso ese discurso nos dice algo de nosotros mismos. Os invito, lectores a que lean alguna de las muchas obras que tiene Edgar Poe, ya poemas, ya cuentos, ya ensayos, para que se acerquen, sin descartar de inicio, a una nueva manera de entendernos a nosotros mismos, quizás no peleada con la que ya tenemos. Tal vez así podamos descubrir que somos algo más de lo que siempre pensamos (y que ese algo más no contradice lo demás que ya pensábamos).

 

A una orquídea

Anoche tuve el sueño más bello

Aunque en la mañana recordarlo no pude.

Todo el día pasé pensando en ello

Pero ningún éxito en lograrlo tuve.

 

Preocupada, a preguntar a mi mamá corrí.

Como su respuesta fue que ocupada estaba,

Solucionar mi inquietud por mi cuenta decidí,

Pues quedarme con la duda no deseaba.

 

En mi problema, al jardín salí a pensar

Cuando de oír una melodía me dio la impresión

Así que por el sonido a ciegas me dejé llevar.

 

Y aunque la música que me guiaba de pronto desapareció

Dejó en mi ánimo una sensación de bienestar

Y al abrir los ojos, la razón de mi feliz sueño surgió:

 

Ante mí, una hermosa flor morada había,

Y supe que en ella estaba la respuesta a mi alegría

Pues mi corazón como nunca se contentó.

 

Pasar un instante viéndola me bastó

Para saber que algo hermoso basta contemplar

Y la gloria de la vida, en lo bello, se nos ha de revelar.

 

La decadencia del erotismo

Se supone que hoy debo hablar de erotismo. ¿Por qué? Francamente no lo sé. Yo no soy ningún experto en el tema ni tengo especialización alguna al respecto. Existen teóricos que han abordado el tema de manera profunda, haciendo análisis cuidadosos de la experiencia erótica en la vida humana y adentrándose en asuntos que tal vez no todos tenemos en la cabeza cuando pensamos en el erotismo o cuando nos vemos involucrados en alguna de las maravillosas experiencias de ese tipo, pero que son fundamentales para comprender mejor el papel que juega lo erótico en las vidas de cada uno de nosotros, siendo aquél (el erotismo) una de las bases de toda vida humana, quizás, y que en ese sentido ninguna vida podría ser considerada humana si prescindiese del contacto con lo erótico. Asuntos de matiz estético, antropológico, psicológico o inclusive metafísico son descubiertos o sugeridos dentro de los discursos expertos acerca del erotismo. Yo no puedo decir mucho al respecto, pues si he de ser honesto, desconozco los discursos de ese tipo y, si lo que se supone que debo hacer aquí en este momento es presentar una reflexión acerca del erotismo en algún pensador, filósofo, psicoanalista, artista, esteta, antropólogo, literato u otro, entonces creo que debería detenerme, dejar de escribir y apagar mi computadora para entregarme a alguna otra actividad de la que tenga mayor noticia. Otra opción que tendría sería la de escribir de cualquier otra cosa que tal vez no tuviera mucho que ver con el tema del erotismo, e inventar algún pretexto para conectar lo dicho con aquél. Tampoco voy a hacer eso, aunque he de reconocer que más de uno estará pensando que es precisamente lo que estoy haciendo al dar tantos rodeos. Eso no lo puedo evitar así que ya ni modo.

Si no se han retirado y continúan leyendo las palabras que ahora escribo, me alegro porque sí les voy a decir algo del erotismo. No voy a llenarlos de citas de libros ni de frases de los sabios ni de referencias a películas ni nada parecido, pues eso cada quien lo puede buscar por su parte (iba a escribir “solo”, pero no, porque lo erótico siempre se ve mejor justamente cuando uno no está solo). En fin, lo que voy a hacer aquí es presentarles mi opinión llanamente respecto de lo que, según yo, es la decadencia del erotismo que vivimos al día de hoy.

Lo erótico puede verse desde dos puntos de vista por lo menos: el cotidiano, popular, vulgar o de moda (estadísticamente hablando); y el culto, erudito, experto, serio y de moda (ya sin tanta carga estadística). Este último es el que muchos pregonan cuando quieren causar una gran impresión en el auditorio, sea éste íntimo o público, singular o plural, adolescente o adulto, masculino o femenino. Cuando alguien quiere presumir de sus cualidades intelectuales o literarias ante alguien, un tema que deja buena impresión cuando se aborda bien es precisamente el del erotismo. Que si lo erótico es el puente que nos permite a los seres humanos superar el estado de soledad en que nos encontramos todos, llegando a vislumbrar la plenitud dentro del éxtasis que nunca podremos alcanzar más allá de esos instantes, cuya fugacidad nos recuerda nuestra propia finitud y mortalidad. Que si el erotismo es ese aspecto de nosotros mismos que la vida en sociedad se ha encargado de reprimir y ocultar debido a que es el único en el que podemos decir con justicia que somos libres. Que si, por eso mismo es el aspecto que debemos buscar y fomentar si es que queremos ser más plenamente humanos, es decir, que el erotismo es el que nos puede ayudar a soltarnos de las pesadas cadenas de la racionalidad excesiva para abrirnos el horizonte hacia la verdaderas fuerzas que mueven el mundo de lo humano. Todo eso se puede decir, ciertamente, y, si el que lo dice lo sabe decir, muy probablemente cautivará a más de un individuo y dará la impresión de ser inteligente, culto y tantas otras cosas. La gente inteligente, liberal e intelectual habla de erotismo, y de su frecuente compañera la sexualidad, sin pelos en la lengua y en su justa medida. Además, todo eso que se puede decir puede tener su sustento en alguna experiencia o vivencia de lo erótico que los escuchas de los discursos bien pueden reconocer como similar a la suya propia, y es que cuando intentamos reconocer nuestras experiencias con lo erótico en algún discurso que verse sobre el tema, es fácil que estemos de acuerdo con casi cualquier discurso que hable al respecto sin caer en lo grosero, debido a la obnubilación del juicio que suele acompañar a las experiencias con lo erótico. Basta con que las palabras rocen siquiera las mismas pasiones que son estimuladas por lo erótico para que estemos dispuestos a admitir que se está hablando de lo mismo. De allí que lo erótico en las palabras, las imágenes, las obras, los actos, o lo que sea, tenga tanta fama y popularidad. Y si lo que se dice vincula a lo erótico con otros planos de la realidad, seguramente les haremos caso, y tal vez esté diciendo alguna verdad, pero eso es otro asunto.

La popularidad y la fama de que gozan quienes saben hablar acerca del erotismo nos lleva a hablar del otro punto de vista que mencioné antes, el cotidiano, popular o vulgar, esto último sin tono despectivo. Como ya dije, es muy frecuente que se vincule al erotismo con lo sexual, y es en esa vinculación en donde podemos encontrar a este punto de vista. Cotidianamente, la opinión que se tenga del erotismo o de lo erótico, va de la mano con la opinión que se tiene del sexo, y resulta que la opinión que tenemos del sexo no es siempre la misma: a veces pensamos en lo sexual desde la consideración de la belleza que hay en ello, y a veces lo pensamos desde el pudor y la ausencia de éste, es decir, desde lo impúdico. Por ende, el erotismo a veces parecerá bello, portador del ritmo y armonía característicos de la vida, y a veces nos parecerá ofensivo y opuesto a todo recato y decoro. Lo que sucede, a mi parecer, es que lo sexual no sólo se relaciona con lo erótico, sino también con lo pornográfico y, en el contexto económico en que nos encontramos, con el negocio, pues el sexo es una mercancía más. Cierto, el sexo y el erotismo pueden apuntar hacia el germen de toda vida, hacia la más excelsa experiencia que como seres limitados podemos llegar a tener, pero también, y esto en muchas ocasiones, hacia el morbo, que es la atracción o afición por lo desagradable u obsceno. En ese sentido, soy de la opinión que desde este punto de vista, el que he decidido mentar popular o cotidiano, lo erótico a veces se comprende como aquello fascinante o encantador, y en otras ocasiones como algo impúdico e irreverente, desafiante de las buenas costumbres y cosa de morbosos.

Desde mi particular punto de vista, creo que ambas perspectivas, la culta e inteligente y la popular y cotidiana se complementan, pues no podría haber ese prestigio intelectual y cultural de quienes tratan el tema sin la fascinación popular por lo que, sin dejar de ser misterioso en cierto sentido, representa un desafío al rigor inmovilista de ciertas corrientes.

Ahora bien, resta explicar por qué me he referido a todo esto como algo decadente. Pienso que la manera de comprender al erotismo que se deriva de todo lo que aquí he dicho es la de que el erotismo aparece como algo lejano a nuestras vidas; como cosa de personas especiales y en cierta medida superiores al común de las personas que no dejan de vivir sometidos a una multitud de reglas y lineamientos de vida (ya civiles y sociales, ya morales y éticos, ya religiosos o ideológicos). Es decir, el erotismo no se deja de entender como algo que, al menor originariamente, debería estar prohibido o por lo menos escondido, algo que no se debería ostentar sin ton ni son, sino ser tratado con respeto, a veces con miedo. Todo ello ocasiona que, en ocasiones, quienes se sienten parte de esos pocos que sí pueden hablar de lo erótico o de manera erótica, sin ningún problema, volteen a ver desdeñosamente al conjunto de párvulos que viven llenos de vergüenza por sí mismos, y que éstos, a su vez, vean como algo extraño y fascinante a aquéllos. En ese sentido el erotismo está en decadencia, según yo, por la extrañeza con que se le mira y asume, pues, incluso quienes fomentaran una vida desenvuelta y libre de prejuicios ante lo erótico (y ante lo sexual en general), estarían pasando por alto la presencia innegable, en mayor o en menor medida, algún aspecto de la vida humana.

Silencio

Después de mucho pensarlo, he decidido que el día de hoy tan sólo diré que hoy no voy a decir nada. Lo que sucede es que estoy cansado, y en esas condiciones lo mejor parece ser callar, para no decir incoherencias. Lo más curioso es que para callar de verdad también es necesario pensar, pues el que calla sin pensar no calla de verdad; tan sólo calla el que piensa algo acerca de algo más y está en posibilidad de decir su pensamiento, pero no lo hace por alguna razón.

 

Despedida

«El hombre es vil y se acostumbra a todo«

R.R.R.

“… reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo…

L.E.A.

Hoy estoy bastante molesto. ¡Se supone que las cosas no debían ser así! Es el colmo de la desfachatez. Pero supongo que así son las cosas ahora. Seguramente pensarán que soy un anticuado o algo peor. Que la vida no es esa que antaño podíamos permitirnos pensar. Que el mundo ha cambiado y que lo normal, y por ende lo verdadero, es que sea así y que no tendría por qué hacer ningún escándalo. Que cómo se me puede ocurrir a mí, un borracho, sinvergüenza y depravado, poner el grito en el cielo por algo tan natural como lo que presencié anoche. Todo eso dirán y más. De hecho es verosímil que la vida sea así, tal y como dicen que es y como he visto que es en muchas ocasiones. Después de todo, no es la primera vez que soy testigo de escenas como la de anoche, y quizás ya debería estar acostumbrado a ello como todos. De tan cotidiano y visible que es, ya todos están acostumbrados a ese tipo de cosas. En ese caso, y suponiendo que mis modos de ser habituales son en apariencia igualmente viciosos, bien podrían decirme que yo estoy equivocado y que me contradigo. Me dirán que me muerdo la lengua cuando me muestro en desacuerdo con esa normalidad y que nadie tiene derecho a criticar los gustos y los usos y costumbres de nadie, en ningún momento. Todo está permitido y, siendo así, quien suponga que no es así debe ser despreciado. Pero es que no es únicamente la escena de anoche, sino que ésta parece ser sólo el reflejo de algo más grande, lo cual me molesta demasiado. Estoy muy molesto porque, pese a todo es, yo sí creo que las cosas no deben ser así, no está bien que sean así, en cuyo caso, no estoy dispuesto a continuar con todo esto. El mundo va a seguir así siempre y si no voy a atreverme a ir en contra de mis principios arcaicos y pasados de moda, ni a resignarme a que no hay nada que hacer y seguir con una vida sin sentido, lo único lógico que me queda por hacer es huir, escapar ya anímica ya somáticamente, siendo ésta la única posibilidad de hacer algo siendo yo mismo.

Por lo tanto, sea cual sea la huida por la que me decida o a la que me vea obligado a tomar, supongo que esta es una especie de despedida.

Adiós a todos.

Cosas que uno ve…

Están los que dicen mentiras. Están los que dicen verdades. Están los que se sienten encargados de resolver todos los problemas, y los que creen que pueden hacerlo. Están los que se asumen como los responsables velar por el futuro de los demás, y los que piensan que eso es imposible. Están los que creen que son los únicos que piensan, aunque no piensen más que los demás. Están los que son dogmáticos. Están los que se entregan al libertinaje. Están los que sostienen que no tienen nada que ver con nadie y que mientras ellos no se metan en nada, nadie tiene que meterse con ellos. Están los que sólo buscan que les pongan estrellitas en la frente porque son muy inteligentes. Están los que creen que son los primeros en darse cuenta de que hay muchas cosas que están mal, cuando eso no es nada nuevo. Hay quienes son tan ingenuos que creen que pueden maquinar las cosas en beneficio del prójimo, y hay quienes lo intentan sin ver que son parte de otra maquinación. Hay los que se presentan como algo que no son, pero les conviene parecer. Hay los que se presentan tal cual son, pero son conocidos como algo que ellos no son. Están los que son felices con todo el mundo y los que hacen creer que lo son sin serlo. Están los que no están a gusto en ningún lado. Están los que confunden todo con todo, y están los que confunden algunas cosas con algunas otras, y los que no confunden nada nunca.

También hay quienes creen que tan sólo por juntarse con algunas personas ya son tan inteligentes como esas personas con las que se juntan. Están los escapistas y están los comprometidos. Están los que dicen que se involucran con todo, aunque en realidad nada más se involucran con algunos asuntos, o con ninguno. Hay quienes, sin querer involucrarse en nada, están involucrados con todo. Están los chingones, y están los pendejos. Están, por supuesto, los que son unos borrachos y ya, además de los que, aunque también son borrachos y ya, dicen que son los únicos que no siguen modas para pensar al mundo en el que todos vivimos. Están los que profesan y quieren profesar. Están los que profesan sin darse cuenta de que lo hacen. Están los que se mueren por que alguien les haga caso. Y están aquellos a los que todos les hacen caso. De estos últimos, están unos a los que les hacen caso por algo por lo que no deberían hacerles caso, y otros a los que les hacen caso por lo que sí deberían hacerles caso. Están a los que de plano nadie debería hacerles caso. Por supuesto están los que buscan a quién hacer caso, y los que no quieren hacer caso a nadie. Están los que siguen a los ídolos de antaño, y están los que han sido maravillados por las novedades. Están los que hacen discursos apegados a lo que creen. Están los que hacen discursos sobre lo que no creen. Hay los que creen que el mundo puede mejorar. Y están los que creen que no. Hay los que confían en los que ya estaban allí antes. Hay los que sospechan de aquéllos antes de cualquier otra cosa.

Están, pues, todos ellos aquí. Están los unos viviendo junto a los otros, a veces discutiendo, a veces platicando. Algunas veces están celebrando juntos, otras veces amenazándose unos a otros. Seguro habrá quienes piensen que todos ellos son lo mismo que han sido por generaciones. Yo, por mi parte, prefiero pensar que no es así, pues eso se llama conformismo, del cual no se derivaría otra cosa que una actitud apática e indiferente, y todos sabemos que la cosa no es así y que eso no es lo que yo quiero. En fin, que estén bien todos, estén o no estén.

Descubrimiento

«… all are there forever falling

falling lovely and amazing…»

La mano que sostenía la pluma se movía como inspirada por algo más que su voluntad. Él sólo sentía cómo iba escribiendo sin que pudiera decidir qué o cómo hacerlo. Su asombro era grande al percatarse de que no le faltaba coherencia a lo que iba apareciendo escrito en la hoja. Una sensación como de liberación y bienestar lo llenaba. No se lo podía explicar.

 

Llevaba varias semanas intentando escribir algo que valiera la pena; pero hasta entonces, nada. Se empeñaba en forzar a su imaginación a concebir situaciones extraordinarias y fantásticas, que valiese la pena contar, y que su inteligencia fuera capaz de articular de la mejor manera, para hacer algo magnífico; algo totalmente fuera de lo común, que le permitiera al lector, al leerlo, tanto como a él, al escribirlo, escapar por un tiempo de la gris vida cotidiana, hacia lugares mejores y bellos.

Siempre había pensado que tenía madera de escritor y de hecho ése era su sueño desde pequeño. Era sólo cuestión de tiempo para que llegara el momento preciso: aquel en que finalmente pudiera dedicarse de lleno a la escritura, y a la creación de mundos y personajes ficticios y hermosos: felices. Sólo tenía que esperar pacientemente. Hasta seis meses antes de ese día, invariablemente había estado saturado de actividades y compromisos con los que debía cumplir, tanto con la escuela, como con su familia, compañeros y novia.

Como era todavía bastante joven (contaba con poco más de 23 años de edad en esos días) también era normal que ocupara parte de su tiempo en distracciones, charlas y pasatiempos con sus congéneres y amigos. Nunca le quedaba tiempo para dedicarse a su sueño. La vida social y académica lo dejaban bastante cansado como para no hacer nada en sus tiempos libres, aparte de relajarse, divertirse y reponerse para seguir cumpliendo con sus obligaciones.

Por fin todo eso había terminado. Se hubo graduado del colegio de leyes el semestre previo, y adquirido el título de jurisconsulto que le permitía ejercer cualquier oficio relacionado con el Derecho. Todos sus conocidos estaban orgullosos de él. Después de tanto estudio y desvelos, por fin su esmero estaba por rendir frutos. Era cosa de que se decidiera a ejercer y se vería recompensado con creces. Después de todo, había sido uno de los mejores estudiantes de su generación. Con un promedio impecable, además de la participación en varias actividades y eventos complementarios al plan de estudios de su carrera, gozaba de la mejor reputación que se podía esperar de un estudiante de licenciatura en esos tiempos. Además, tenía muy buenas relaciones tanto con sus compañeros como con los docentes y con los encargados de la administración escolar, lo cual siempre podía servirle en cuestiones académicas. Su futuro era prometedor.

Cuando caminaba por las calles de su vecindario, no faltaban las voces que, refiriéndose a él, soltasen una multitud de elogios y cumplidos. Al verlo pasar, la gente lo saludaba con el mayor de los respetos. El que alguien de esos rumbos terminara una carrera universitaria era algo muy respetable por extraño y difícil. Esa era la opinión usual; por eso lo reconocían e incluso envidiaban. Seguramente se trataba de un individuo diferente, quizá superior en cuanto a inteligencia y agudeza. Todo indicaba que su logro tendría que llenarle de orgullo y autoconfianza; pero no era así, por lo menos no en los meses anteriores.

Justamente después de su egreso del colegio, se había dicho que ahora sí se podría dedicar a la escritura. Ya no se vería limitado en cuanto a tiempos ni confinado a pasar el día en la facultad, dedicado a trabajos que sólo lo aburrían o molestaban. Los artículos, investigaciones, cédulas y documentos relacionados con su carrera ya no lo ocuparían ni le quitarían más tiempo del que ya lo habían hecho. Escribir esas cosas era tan fastidioso y repetitivo que esperaba no tener que emprender la redacción de algo así en su vida. Por supuesto que esa molestia no se alcanzaba a notar en los escritos mismos, pues fascinaban a todos sus colegas y lectores. A nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido dudar de que ese joven hubiera nacido para las leyes, con el gusto y la vocación por ellas.

En un principio se había intentado convencer a sí mismo de que así era, y efectivamente lo hubo logrado: llegó a creérselo por mucho tiempo; de lo contrario no hubiera soportado los siete años que duró su carrera. A excepción del primero y el último semestres, en los demás se las había arreglado para estar seguro de que eso era lo que deseaba y para lo que estaba hecho. No obstante, siete meses después del término ya recordaba que no era así. Él quería ser escritor de novelas, narrador de historias y cuentos, todos ellos salidos de su propia mente y fantasía.

No lograba concebir que hubiera personas, incluido él mismo durante el tiempo que duró su carrera, que eligiesen ocuparse de asuntos tan vacíos, aburridos y terribles como el Derecho y otras tantas disciplinas con los mismos defectos. Su opinión era que la belleza inherente a la vida y a la naturaleza nada más podía animar al espíritu humano a actuar y esforzarse en el mismo sentido: hacia lo bello, lo vivo y lo armónico. Frente a eso, las leyes, las teorías y los discursos de su área, por ejemplo, parecían tan carentes, limitados y contrarios a la plenitud del mundo alegre y vital. Por supuesto que él prefería buscar esto último y expresarlo bellamente, lo cual únicamente era posible, según se daba cuenta, desde los terrenos del arte. Su ineptitud técnica en lo concerniente a las otras artes, como la pintura o la música, lo habían hecho saber desde antaño que lo suyo sería la literatura. Ahora ya no tenía pretextos.

De allí la gran frustración que lo había llenado durante el último medio año. A pesar de sus múltiples intentos por iniciar alguna narración valedera, nada. La mayor parte de las veces no lograba vencer el estupor ante la inmensidad imponente de la hoja en blanco, lo cual lo hacía retirarse sin haber escrito una sola letra. Otras, comenzaba con algo pero pronto se percataba del sinsentido de lo que escribía y se detenía. Entonces se sentía derrotado ante ese montón de papel y tinta que se negaba a dejarlo sacar las innumerables visiones y ensueños que su alma había estado creando. Incluso había llegado a pensar que nunca lo lograría; que se había engañado toda su vida por una quimera idiota. Claro que no podría ser un escritor. Los escritores eran hombres con vidas emocionantes y magníficas, llenas de aventuras y eventos extraordinarios, de los que su corta existencia carecía por completo.

Con todo, ese día, cuando la resignación ya había llegado a ser casi absoluta y llevaba ya varios días de haber abandonado la esperanza y guardado sus cuadernos y bolígrafos, se sentó al escritorio, sacó una hoja y tomó una pluma. Algo había sentido ese día. No lo hubiera hecho si la sensación que lo embargaba desde en la mañana no hubiera sido atípica. Casi se diría que se sentía emocionado porque esa vez el aburrimiento no lo había invadido por completo. A pesar de haber llevado a cabo la misma rutina de todos los días, en esta ocasión había habido algo distinto.

Por supuesto que la sensación no había logrado sacarlo de su escepticismo respecto a sus capacidades literarias; pero decidió sentarse a su escritorio por lo menos para darse cuenta de su fracaso por última vez y renunciar del todo. Al estar sentado con papel y pluma sobre la superficie plana, sorpresivamente, todos los eventos del día fueron llegando a su mente, uno después de otro, cada uno lleno de detalles en los que no había reparado al momento y que los hacían parecer totalmente otros que los que había vivido realmente; mucho más distintos eran a los de los días anteriores, en que hacía exactamente lo mismo. Se dio cuenta de la inmensa riqueza de detalles de que estaba llena su rutina: encuentros con otras personas, visiones de paisajes y situaciones, charlas menos vacías de lo que había pensado, todo ello con un sentimiento contrario al de la inmensa soledad en que siempre había creído que se encontraba. En verdad no recordaba haberse sentido tan bien como ahora se daba cuenta de que había sido. Era como si algo dentro de él se empeñase en negarse a ver todo lo que había allí, y a aceptar el bienestar que lo quería llenar, lo cual podía ayudarle a que la frustración y el enojo no fueran absolutos.

El ánimo llegó a su ser al instante y su mano comenzó a hacer que la pluma escribiese, como poseída por alguna fuerza más allá de su propia voluntad; pero que no iba en contra de ella. En ningún instante sintió ganas de resistirse a esa sensación que movía su mano, pues no era para nada violenta. Era como si la riqueza descubierta en la cotidianidad le mostrase que no hay que pensar en hacer cosas fantásticas e increíbles más allá  del mundo cotidiano, e incluso contrarias a él; que basta con confiar en la belleza de todos sus detalles, que hacían que lo repetitivo no tuviese un lugar dominante en él. No hay razón suficiente para pretender escapar a realidades mejores; simplemente hay que asimilar lo bueno, lo bello y lo verdadero de la propia realidad, la mejor de las posibles, y así, emergerán aquellos otros mundos, sin abandonarla a ella del todo.

 

A partir de ese día, no volvió a intentar escribir algo extraordinario y opuesto a lo cotidiano y, sin embargo, con el tiempo se convirtió en el mejor escritor de literatura fantástica que hubiera nacido en su joven patria: la estrella  Ganz Syngetraumfühlt XXIV.

 

Incomodidad y resfriado

«Lo que quiero decir es que antes me gustaba ver gente,

pero ahora no lo puedo soportar»

Hoy estoy molesto. A decir verdad no sé por qué. Supongo que es ese maldito resfriado y el ardor que siento en la garganta desde el sábado, pero eso me gano por rehusarme a tomar medicinas, o bien por no quedarme en casa a descansar; por la cerveza fría el día que comenzó la enfermedad. Ahora que lo pienso mejor, no estoy tan molesto. De hecho fue un buen fin de semana: el viernes en la noche terminé de leer el libro de Dickens en el que había estado ocupado últimamente, el sábado en la noche salí a caminar y terminé bebiendo en el lugar de siempre hasta muy tarde, mientras veía el partido de basquetbol entre los Soles de Phoenix y el Jazz de Utah (¿quién diría que los de Utah jugaran tan mal, después de tantas temporadas tan buenas, en tiempos de Stockton y de Malone), así como a algunas mujeres desnudarse y bailar en mi regazo; y el domingo, por su parte dormí todo el día. Buen fin de semana, aunque, insisto, quizás no debí beber tantas cervezas tan frías. Es muy probable que por eso sea tan grande la congestión de mis vías respiratorias y el susodicho ardor. Y no es sólo eso. Esta maldita tos y los estornudos. Siento como si una combustión incontrolable se propagara por el interior de mi caja torácica cada que un estornudo me sobreviene, y la tos no es menos insoportable. Además, apenas puedo mantener los ojos abiertos, y aún tengo que tomar el transporte público hasta mi casa. El contacto con las ráfagas de aire frío sólo empeora todo. Debí ponerme la bufanda que me obsequiaron la semana pasada, pero el sol de mediodía, cuando estoy en el Colegio, es intolerable. ¡Maldita sea! ¡Y todavía tengo que estudiar para el seminario de mañana! No creo que lo logre. Con el malestar que siento me voy a quedar dormido. Lo peor de todo es que tendré que soportar a los demás asistentes al seminario el día de mañana, puro erudito fastidioso que lo único que busca es la aprobación del profesor. Muchos dirían que soy antipático, lo sé, pero francamente no me importa. Yo ya no quiero seguir jugando al académico. Ya estoy harto de tanta mentira. Todos se la pasan fingiendo ser lo que lo son (aunque sabiendo decir y haciendo creer que lo son), pero únicamente para alimentar más y más el ego y, con ello, seguir impresionando estudiantes, señoras, señores, compañeros y colegas, para pasearnos por las aulas y por los patios pregonando falsedades y traicionando amistades: ¡pura basura!

No importa. Como dije, hoy estoy molesto, así que no vale la pena hacer caso a lo que estoy diciendo. Mejor me callo y ya. De cualquier manera las cosas seguirán como hasta ahora, me queje o no me queje, y las quejas me hacen parecer antipático. Mejor será seguir con el juego de siempre, feliz con todo; feliz con todos. Ya mañana será otro día.

Lujuria

Obsesiva  búsqueda de tu figura iluminada,

imposible de ser nuevamente alcanzada.

Delicioso desenfreno por los flujos de tu sexo,

al yacer tú recostada frente a la imaginación mía.

El recuerdo de la desnudez de tu persona

revestida de mil lujos naturales,

descubiertos todos ellos por mis besos,

reflejos de tu inocencia tan deseada

alguna vez por mí tenida y robada.

De tus labios el anhelo y de tus muslos

en que antaño sacié mis apetitos más violentos.

Yo, ardiente y apasionado devoto tuyo,

te poseo una y otra vez con cada nueva amante.

A ti, lujuria mía, mi mayor e inmerecido fausto,

condena eterna de mi alma desgraciada,

dedico mis placeres todos, aunque nunca más estés conmigo.