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Lo que ofrezco el día de hoy supone la lectura previa del relato Exclusivas vacaciones, publicado el día de ayer en este mismo blog por Maigo, por lo que suplico al lector se remita primero a éste, antes de emitir un juicio por lo que aquí presento.

Si bien el desarrollo del relato aquí criticado tiene como contexto a las vacaciones, tal parece que la autora del mismo se esconde tras este contexto para hablar de todo menos de lo que efectivamente ocurre en las vacaciones, efectivamente menciona el deseo de descansar que sostiene al anhelo de unas merecidas vacaciones, pero ese deseo se ve inmediatamente disminuido por una reflexión sobre lo fastidioso que resulta vivir de cierta manera, por lo que nunca llega a hablar propiamente de aquello que tanto anhelaba tener el personaje.

El relato sobre las vacaciones presentado el día de ayer fue agresivo con quien espera descansar de los agobios diarios, en lugar de permitir que el lector los haga a un lado, la autora se los presenta para reducir el legitimo deseo de descansar de ciertas cosas a un completo absurdo, el descanso no necesariamente significa dejar de ser lo que se es, pensemos un momento en el sueño, cuando dormimos lo hacemos con la idea de descansar, de reponer fuerzas y poder continuar al día siguiente con el hacer diario, entre lo que se encuentra el ser un ser vivo; dormir y por tanto descansar no significa dejar de ser lo que se es sino hacer una pausa necesaria en el hacer de siempre.

Desde este punto de vista podemos percatarnos con mayor claridad que la autora de Exclusivas Vacaciones, está confundiendo el reposo con un dejar de ser lo que es, el oficinista del relato bien puede disfrutar de un merecido descanso, de una pausa en su largo y tedioso camino sin tener por ello que lamentarse de seguir siendo un oficinista, al contrario, me parece que un ser con esas características no duda sobre si las vacaciones le serán provechosas o no, goza del ocio que estas representan y del cambio de estado en el que se ve sumergido al salir de la oficina para disponer de un tiempo libre como mejor le plazca, sin atormentarse.

El tormento es ajeno a la fiesta y al olvido del pasar del tiempo que significan unas buenas vacaciones, y al sumergir a un personaje como el dibujado en el texto en el tormento que significa pensar en si le gusta o no la vida que lleva,  se deja de lado lo que las vacaciones mismas son, lo que muestra un completo olvido del goce que representa la posibilidad del ocio y la reflexión en torno a lo hecho.

Hablar sobre las vacaciones como un tormento, es negar, en cierto modo, la belleza que hay en la posibilidad de tener un rato de ocio; de modo que también es negar el  provecho de lo que de éste se desprende, y uno de los frutos que se obtienen del ocio que dan las vacaciones es la posibilidad de conocerse mejor, misma que en el relato ahora criticado se limita a asomarse tímidamente y a dejarse vituperar por un personaje y también por una autora que en lugar de mostrar lo provechoso de la reflexión obtenida gracias al ocio muestran lo doloroso de la misma.

Así pues, considero que el texto publicado ayer por Maigo, pudo tener buenas intenciones, quizá quiso mostrar algo criticable respecto a la forma de pensar al ocio, pero es incompleto en tanto que no señala hacia lo bueno que es aprovechar la posibilidad de hacer un alto en el camino y verse a sí mismo, pues en lugar de dejarnos con el buen sabor de boca que podría tener un personaje satisfecho consigo mismo por haberse conocido mejor, nos muestra con doloroso podría resultar aprovechar el tiempo libre para hacer una crítica de sí mismo, lo cual puede ser bastante nocivo para el lector.

Maigo.

Como siempre que respondo, recuerdo al lector la importancia de tener presente el texto al que respondo. En este caso, el de la Cigarra.

Por A. Cortés:

El título de la Cigarra nos dispone a leer una apología del ocio, y aún así, nos equipa sin dilatarse de razones para repudiarlo. La conclusión de su apología no es que el ocio sea bueno, sino que por ser indiferente a los juicios de valor ético, es tan malo como lo es el trabajo. ¿Y qué clase de apología es ésta? Su argumento, mucho más débil que convincente, pinta al ocio desde la perspectiva del negocio, y así, nos impone desde el principio de su interpretación como si fuera el “tiempo libre”. Es libre del trabajo, y por eso, se comprende que el ocio es solamente el residuo que queda de la vida normal en la que nos la pasamos haciendo lo que no nos gusta hacer. Por esto, nos dice la Cigarra, no puede pensarse que el ocio sea el padre de los vicios, porque no a todos nos gusta lo mismo, y por eso es más bien el gusto por lo enfermizo lo que engendra el vicio, no el ocio. Esta comprensión, según sospecho, está íntimamente vinculada a la confusión al respecto de lo que es el vicio.

No es cierto que un vicio sea la afición extrema a algo que merma la salud. Tampoco es cierto que la adicción sea el superlativo del vicio. Para empezar, porque los extremos no tienen superlativos, y para continuar por la perspectiva que nos compete, porque si entendemos que el vicio es predominantemente detrimento físico, es imposible explicar por qué es que el ocio debería ser justificado. Resulta en la vida cotidiana que el “tiempo libre del trabajo” es a la vista de cualquiera el momento para hacer lo que siempre se está queriendo hacer y que no se ha podido por estar trabajando; si en esta condición resulta que se dan los vicios, no importa si es porque a uno le gusta ser vicioso o si es por otra cosa, hay razones buenas y de peso para impedir que los hombres tengan la posibilidad de dedicarse a lo que los dañará. Desde la perspectiva de la salud pública tenemos dos caras: la saludable y la enferma. Y se debe hacer lo que se considere que conservará la salud. De ese modo, es evidente que vale la pena sacrificar unas cuantas horas de vacaciones si acaso eso garantiza que la población se mantendrá lejos de las adicciones. El hecho de que haya quienes no se dedican a nada malo para su salud no es razón suficiente para pensar que los demás seguirán el ejemplo, o que no deben preocuparnos. Como hay razones para protegerse del vicio, y si se mantiene la salud en el trabajo, el ocio no tiene por qué defenderse ni conservarse. Como esta censura del ocio no dice que todos los ociosos siempre son viciosos, demostrar que existe quien no es vicioso en el ocio no toca en absoluto el punto importante. Entonces, lo que dice la Cigarra de “no es cierto que el ocio sea malo porque cuando yo estoy ociosa, sólo duermo y no hago nada malo”, no sólo es insuficiente y nimio, sino que no es un argumento razonable en absoluto. Su texto es, por lo menos, fiel a su título.

¿Y por qué sería digno de calificación moral el ocio, o la actividad en el ocio, si su influencia es con respecto al buen mantenimiento del cuerpo? Esto es lo que no se puede responder desde la perspectiva de la Cigarra. Si acaso el ocio debe de ser sopesado para intentar alguna justificación o apología, no debe de pensarse en qué sentidos no es dañino, sino en qué sentidos puede ser benéfico. Es notorio que en lo que se refiere a la salud no es posible más que, si acaso, como fomento del deporte, pero esta perspectiva también se refuta fácilmente diciendo que pocos decidirán dedicar su tiempo libre a ejercitarse en vez de vacacionar, descansar o dormir. Si el ocio tiene algo de bueno, es porque es la condición indispensable para que el hombre se dedique a lo más humano: la conversación.  O si se quiere, al arte (pues hay quienes defienden mucho este punto y no es éste el lugar para discutirlo). Eso es el ocio, no el tiempo que sobra, sino las condiciones humanas de vida en las que las necesidades más básicas ya no ocupan al hombre y, por tanto, puede dedicarse a todo lo que no le es común con los demás animales. Y esto no tiene que ver con que tengamos más o menos propensión a la diabetes.

No toda la actividad ociosa es buena, pero sí toda ella es digna de juicio moral. La –según la Cigarra- diabolización del ocio que se dedica al vicio no tiene nada que ver con un prejuicio supersticioso que malamente ataca la caída a la enfermedad confundiéndola con perversión; más bien, es el juicio que nace de la posibilidad de notar que los malos hombres actúan mal, y que la acción mala es evidente para la mayoría. Notamos que hay quienes son perversos. Los que notan que los viciosos se destruyen a sí mismos se dan cuenta también de que su destrucción proviene de la maldad de su acción, no de que les dé mucha tos, diarrea o enfisema pulmonar. Y por ello es tan importante reflexionar sobre las posibilidades humanas en el ocio, porque sólo en él es posible que las acciones más benéficas de los hombres se lleven a cabo, pero también es posible que en él se caiga en el vicio. El buen ocio promueve la virtud, que no es la salud sino la buena acción; y el mal ocio promueve el vicio, que no se parece a la adicción más que en la disminución de quien actúa mal. Finalmente, la reivindicación del inocente padre ocio no depende de lo que más nos gusta hacer, sino de lo que es mejor que hagamos. Si no vemos eso, entonces estamos –dándonos cuenta o no- de acuerdo con todos los partidarios del mundo del negocio en el que se debe erradicar por completo cualquier posibilidad de conversar sin trabajar, y con esta cancelación, acabar toda condición para dedicarse a algo distinto de lo que tenemos en común con todos los otros animales.

Apología nimia y sin razón del ocio

Se dice que el ocio es la madre de todos los vicios –que al ser ocio un sustantivo masculino, en realidad debería ser el padre. Asunto aparte–. Pero esta idea no me persuade del todo.

El término vicio remite a la idea de ser aficionado extremo –que no adicto, pues la adicción ya es un vicio bastante mayor, aunque a esto justamente puede llegar–  a algo que generalmente es pernicioso para la misma persona, me refiero a pernicioso en el ámbito de salud o bienestar en el sujeto, lejos de intentar relacionarlo con el carácter malvado-diabólico-moral que la sociedad le ha dado a los vicios, aunque la relación que guarda con dichas ideas sí sostendrá lo que los más han cifrado como vicio, es decir, el carácter moral se ha vuelto un constituyente inmediato de la palabra –el vicio como contrario a la virtud–. De aquí que se diga: “..fulana es una viciosa del cigarro..” “..zutano tiene el vicio de los videojuegos..” “..mengano padece el vicio de las mujeres fáciles..” y así por el estilo. Entonces, la idea es que el ocio es la madre de todos los vicios porque al hallarse en el asueto de los deberes diarios –que es lo que entendemos por ocio– se piensa que el ocioso correrá a buscar algún entretenimiento o distractor que enviciará su persona. Claro que para que algo se haga vicio cuando sólo inició como mero pasatiempo ante el ocio, se necesita que hubiese gustado mucho, lo cual ya es un requisito complicado, pues ¿cómo se pasaría del sólo gusto a la necesidad de algo tan prontamente? ¿bajo qué requisitos? Lo que sea que para entonces se haya tornado vicio, comenzará como mero distractor pero si se halla muy a menudo ocioso éste se hará o usará frecuentemente, agradará cada vez más y más –a fuerza de costumbre– hasta sentir un imperante arrojo de llevarlo a cabo constantemente, terminará por ser una actividad o un objeto ya no propia del tiempo libre sino que se entremeterá de tal modo a la realidad que chocará con los quehaceres normales, anteponiendo el vicio a lo demás, apelando a dicho arrojo, y luego, la persona será viciosa en toda la extensión de la palabra, pues cuando un llano pasatiempo comienza a apoderarse de otros ámbitos o a afectar las actividades cotidianas, decimos que éste se  ha vuelto un vicio sin importar de qué.

Parecería fácil entonces, condenar al ocio por hacer de personas dignamente ocupadas, mezquinos viciosos. Sin embargo, hasta el más eficiente y comprometido de los ocupados necesita algo de tiempo libre. Todos lo necesitamos sin por ello resultar que terminaremos como viciosos de algo, creo que ese es precisamente el menoscabo de la idea que sustenta al ocio como la madre de todos los vicios, que el vicio necesariamente implica destrucción o perversión y no creo que acontezca de ese modo. Por ejemplo, cuando yo me hallo ante un poco de tiempo libre, duermo, y no lo considero mi vicio sino una necesidad venida luego del trabajo que me ha dejado sin ocio y que al encontrarme con un poco de éste la realizo contentamente, dormir no es malo para mi salud ni pernicioso para nadie, o al menos eso creo.

Diría que es válido pensar como infructuoso el tener mucho tiempo libre e incluso poco, ya que de ser así, se es vicioso de la ocupación –lo cual no es considerado agravante, pero debería serlo si pensamos en que al ser absorbente se vuelve un vicio–. O pensaríamos que todo en exceso –sea comida, sexo, amor, twitter, libros, tiempo libre, amarillo y cualquier otra cosa– es contraproducente, nada más. Y de ser así, es igual de perjudicial tanto ocio como tanto trabajo, tanta misantropía como tanta filantropía, tanto alcohol como tanta agua. Y reivindicando a la inocente madre –padre, pues–, se volvería igual de dañino ser un tunante ocioso que un diligente industrioso.

La cigarra

Un Ratito de Calma

Por A. Cortés:

Nunca en la tormenta

se deja ver el mar.


El ocio es de las cosas más evidentemente provechosas a la luz de la reflexión. Que vivamos en un mundo que lo califica de ‘tiempo libre’ y que en general lo desdeña es síntoma que con igual fuerza revela lo irreflexivos que somos. No sólo los poco estudiados, sino también los intelectuales, los magistrados, los doctorados y, por lo frecuente, casi todos los que pública y privadamente acuñan en mucho su opinión, ven mal a quien no “invierte” bien su tiempo.

Entre más sea el desdén por la crítica seria y el diálogo interesado, mayor es el devalúo de esta aplaudida moneda, que por ser ella misma opinión, se torna en demagogia. Y es que todo mundo sabe que una ocupación que no produzca nada nunca es buena inversión, y platicando no se hacen más pesos que los que se hacen durmiendo.

¿Qué funesta peste puede haber contaminado la sangre de nuestro mundo? El descuido por la palabra se propaga en los mercados, y en la misma medida en que éstos devoran nuestras vidas en todas sus dimensiones, se debilitan los esfuerzos y se demeritan las pretensiones de conservar el buen hablar (y el buen escribir es llevado de corbata). Pero, ¿cómo preocuparse por ello, si no hay tiempo para conversar? Negar el ocio y, con ello, negar las condiciones para pensar qué es lo mejor que se puede hacer con él, es lo mismo que confinarse a una vida que no se puede vivir bien. Y esto es obvísimo, pero para verlo hace falta la calma con la que se platica entre amigos. Es más, hoy hasta parece que nos hace falta tiempo para pensar si acaso tenemos verdaderos amigos. ¿Es humana esa vida?

Que cualquiera se detenga un poco a pensar y me diga si, en el ajetreo del mercado, entre gritos y arengas, regateos y tomadas de pelo, ofertas y baratijas relucientes; que me diga si allí es posible cultivar una saludable amistad. Y que después éste mismo me responda si eso que me acaba de decir, pudo haberlo pensado sin dejar un momento, por pequeño que sea, de invertir bien su tiempo.