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Risa

Ridi Paglaccio,

Sul tuo amore infranto,

Ridi del duol

Che t’avvelena il cor!

Pagliacci, 4° escena, primer acto

Hasta donde tengo entendido el hombre es el único animal que ríe. Si esto es verdad, entonces hablar de la risa es hablar de lo que nosotros mismos somos, somos seres que reímos y no sólo porque algo nos haga cosquillas en el cuerpo. En cierto modo podemos decir que reímos porque algo nos cosquillea en el fondo del alma.

Dar un discurso que sea satisfactorio sobre lo que es la risa, no es fácil, de hecho a pesar de que nuestra alma se ve movida en muchas ocasiones a mostrar lo que es a través de esa explosión sonora que es la risa, no siempre reímos por el mismo motivo. En ocasiones lo que nos hace reír es la alegría que sentimos ante un suceso inesperado; podríamos decir, que algo venturoso cosquillea nuestra alma y que ésta no puede resistirse a expresar sonoramente lo que contiene. En otras ocasiones, lo que nos hace reír es la impotencia ante lo doloroso, el alma se ve colmada por un dolor tan intenso que no puede contener la explosión sonora del cuerpo del que ríe.

Además, la risa tiene la cualidad de comunicar, no negaremos ahora que escuchar una risa colmada de alegría nos lleva inmediatamente a expresar algo, por lo menos sonreímos tímidamente ante el encuentro con el riente alegre. Tampoco hemos de negar que nuestra alma se conmueve ante una risa dolorosa, y si bien no lloramos por el riente adolorido sentimos escalofríos ante lo que nos deja ver su risa.

Esto último nos deja ver dos aspectos importantes de la risa:

a)      Ésta depende de la existencia de un alma para tener sentido. Pues el alma es la que expresa mediante la risa que se escucha a través del cuerpo.

b)      En tanto que comunica lo que siente el riente, la risa puede ser el inicio de un fuerte vínculo social.

El primer aspecto es más o menos evidente cuando pensamos en que reducir a la risa a un fenómeno material hace completamente inexplicable que ésta se presente en circunstancias tan contrarias entre sí, como la alegría y el dolor. Para lograr tal cosa es necesario ser muy necios y negar que existe alguna diferencia entre el placer y el dolor físico.

El segundo aspecto no resulta tan evidente, en especial cuando pensamos en que alguien puede reír estando a solas, por lo que no habría manera de justificar mi afirmación de la risa como lazo social. Sin embargo, cuando consideramos lo contagiosa que es la risa o el hecho de que no permanecemos impasibles cuando la escuchamos no podemos negar que ésta nos une con el riente o con aquellos que nos ven reír.

Así pues, me parece que para definir si somos el único animal que ríe, es necesario que veamos si hay otros seres capaces de expresar mediante un mismo movimiento la alegría o el dolor más profundo. Por lo pronto parece que si encontramos otro ser capaz de reír, a pesar de las muchas diferencias que pudiera haber entre él y nosotros, no podríamos verlo sin pensar en que es nuestro semejante.

Maigoalida.

¿Hombre de herramientas?

Al andar por la vida llega un momento en el cual el hombre detiene sus pasos un instante y se dedica, mientras reposa, a contemplarse a sí mismo, ve su cuerpo, principalmente sus manos, y se percata de su fragilidad. Ve que no es muy fuerte o muy ágil, no tiene garras, o piernas ligeras, tampoco posee afilados dientes o una piel gruesa para defenderse de las hostilidades del mundo.

Conforme a lo anterior podríamos pensar que al verse, el hombre sólo se percata de su impotencia respecto a la naturaleza; sin embrago, éste también es posibilidad y sus manos terminan por mostrarle que puede modificar, en algún sentido, la disposición natural de las cosas, trasformando con ello su entorno.

Pero, las cosas se resisten a ver violentada su naturaleza, y el hombre en tanto que ser frágil y dependiente de cambiar lo que le rodea no puede darse por vencido ante las dificultades que le presenta el mundo, de modo que se da cuenta que para modificar lo mejor posible la disposición natural de las cosas requiere de medios que le permitan ser más fuerte, más ágil o más preciso, en pocas palabras, necesita de un medio que lo transforme a él mismo y lo haga un ente más poderoso que ciertas cosas, y quizá, en última instancia, más poderoso que la naturaleza misma.

Esos medios capaces de cambiar al mundo y al hombre que en él se desenvuelve son las herramientas, objetos que reciben este nombre debido al material que originalmente las conformó, me refiero a hierro y quizá no tanto a alguna diferencia que en específico tengan con respecto a otros objetos que puedan ser también de hierro, pero que no tienen la misma utilidad que las primeras.

Pensando en esto último, no podemos dejar de preguntarnos ¿qué es propiamente una herramienta?, y ¿cómo es que uno de estos objetos tiene la capacidad para transformar al mundo y al hombre mismo? Y esa necesidad de preguntar se debe principalmente a que mediante esta reflexión tenemos la posibilidad de comprender un poco más respecto a lo que nosotros mismos somos, pues en tanto que seres vivos somos seres naturales, nos alimentamos y crecemos conforme a una disposición que no ha sido elegida por nosotros, pero, en tanto que seres frágiles y con la necesidad de transformar un entorno hostil en uno más amable también somos seres que vivimos gracias al arte y a la técnica, pues sin estos quedaríamos a merced del mundo y no tendríamos muchas posibilidades de sobrevivir.

Iniciemos nuestra reflexión pensando en una herramienta, cualquiera que ésta sea, por ejemplo un martillo, cuando vemos uno de estos objetos nos percatamos casi de inmediato que lo que lo hace ser lo que es no es el material con el cual está conformado, también hay martillos de hule o esculturas de hierro que tienen su fin en sí mismas, más bien lo que lo hace ser lo que es se encuentra en la finalidad que tiene en el momento de ser usado, fuera de ese instante un objeto conocido como herramienta no tiene una razón de ser en el mundo.

A partir de lo anterior, podemos apreciar que una herramienta sólo es tal cuando va a ser utilizada, su finalidad es ser un medio que permita al hombre relacionarse con aquellas cosas que no puede tocar directamente, de modo que ésta –la herramienta- se constituye como una extensión del cuerpo del hombre, pues se forma a partir de la figura del mismo y aumenta el poder de aquello de lo que es extensión, un martillo es la extensión de un puño cerrado, unas pinzas lo son de la posición que adquieren los dedos pulgar e índice, una espátula lo es de las uñas, y así hasta abarcarlas todas.

Tal pareciera que con el uso de las herramientas el hombre deviniera en un ser casi omnipotente, pues gracias a la presencia y al uso de las mismas éste puede modificarse para ser más fuerte y estar menos indefenso ante los embates del mundo, gracias a estos objetos mediadores es que el hombre es capaz de construir y mantener un hogar para resguardarse del frío o del calor extremo, también puede proveerse de alimentos difíciles de conseguir, o puede herir a la tierra para garantizar la existencia de alimento para tiempos de escasez, a sí mismo se torna capaz de desgarrar las pieles más duras y de confeccionar un abrigo que supla la carencia de una piel gruesa para cubrirse con ella; es decir, puede cambiar y cambiarse conforme a sus necesidades o sus más profundos deseos se lo dicten.

Sin embargo, debido a esa aparente omnipotencia, es que el hombre puede perder de vista el peligro de dejarse llevar por la maravilla que causa tener en las manos una herramienta con más potencia que la anterior, porque así como en un primer momento ve su fragilidad y decide trabajar en consecuencia, en un segundo instante puede pensar que ahora es sólo un ser de posibilidad capaz de controlarlo todo conforme a su voluntad así se lo dicte, y conforme a esta idea comenzar a vagar por el mundo sin un sentido claro de lo que le convenga o no hacer, de tal manera que su hacer cotidiano ya no sea conforme a una finalidad que vaya más allá de hacer herramientas cada vez más exactas y cada vez con más potencia.

Ante lo ya dicho, veo que al reflexionar sobre nuestra forma de ver a una herramienta y de captar lo que ésta es, no podemos dejar de preguntarnos si la forma en la que conocemos a estos objetos es la manera en la que nos relacionamos con el resto del mundo, es decir,  que sólo objetivamos a las cosas como entes de conocimiento una vez que reparamos en que éstas pueden sernos de utilidad, ya sea para obtener mayor comodidad para el cuerpo o para acercarnos a una mejor mirada de lo que somos.

Así pues, resulta que la reflexión en torno a lo que sea la herramienta es una reflexión mediática, pues sólo adquiere sentido cuando nos ayuda a ver de qué manera nos relacionamos con los entes que hay en el mundo y con nosotros mismos, pues podemos pensarnos como seres frágiles o como omnipotentes.

Maigo.

Dioses y lugares.

Y sereis como dioses.

Gén. 3,5.

La relación del hombre con la divinidad tiene como punto de partida la idea de ser algo creado por la acción de ésta, ya sea voluntaria, como en el caso del Génesis judeocristiano, o involuntaria, como ocurre con la acción de Brahma; al ser voluntaria la creación del hombre resulta que tenemos a una divinidad que se preocupa en algún sentido por su creación, la procura y la castiga según lo que ésta haga, al no ser voluntaria, la divinidad más bien pareciera indiferente ante lo ocurre con los efectos de su actuar constante y eterno.

Pero, sin importar que la creación sea el resultado de un deseo o de una acción involuntaria, la relación establecida entre el hombre y su creador siempre deja a la vista la jerarquía que hay entre uno y otro, el creador es poderoso y si bien en muchos casos no es omnipotente sí es mucho más fuerte que el hombre, el cual se caracteriza por su fragilidad en comparación con lo que puede hacer aquel.

A simple vista esta jerarquía marca la diferencia entre los que son más poderosos y los que son más frágiles, de modo que puede conducirnos a pensar la relación entre el hombre y la divinidad como una relación de sometimiento, donde el hombre se ve en la necesidad de mantener contentos a dioses caprichosos, como los más injustos de los tiranos, a fin de no ser destruido, y donde los representantes de esos dioses pueden abusar tranquilamente de aquellos que los necesitan como mediadores entre ellos y la divinidad.

Sin embargo, quedarnos con un vistazo rápido y lejano de lo que implica la relación del hombre con lo divino, no nos sirve de mucho cuando pretendemos entender en alguna medida lo que ocurre dentro de esta relación, por lo cual hemos de aproximarnos más a la misma y quizá hasta sumergirnos en ella, con el anhelo de no perdernos en medio de un laberinto tan intrincado como el diseñado por Dédalo.

Así pues, acercándonos un poco más a la relación que establece el hombre con la divinidad, nos encontramos con que ésta no necesariamente es una relación de sometimiento, en la cual el hombre se priva de hacer todo lo que le viene en gana por temor al castigo, tampoco es una relación en la cual lo importante es cumplir con determinados ritos para mantener contentos a los dioses, o por lo menos lograr que estos no se lleguen a molestar con nosotros. La relación del hombre con la divinidad, que no se queda en lo que se alcanza a ver desde la superficie, la podemos pensar como el resultado de lo que podríamos llamar conocimiento de sí, es decir, la relación hombre-divinidad depende en gran medida de la capacidad del primero para sumergirse en una reflexión sobre lo que él mismo es.

Veamos con más detenimiento en qué consiste ese conocimiento de sí, pues si pensamos nuevamente en que el punto de partida de la relación del hombre con la divinidad es pensarse a sí mismo como un ser creado, ya sea voluntaria o involuntariamente, notamos que el hombre se reconoce como un ser limitado, porque se percata de su fragilidad ante un mundo que constantemente se muestra hostil, y al ver esa fragilidad también ve las carencias que le impedirían hacerse responsable por determinados sucesos, ya sea que estos ocurran en su interior o en el mundo que le rodea, es decir, encuentra límites naturales a su voluntad y a su actuar diario; sin embargo, cuando el hombre busca conocerse a sí mismo, no sólo acepta sus limitantes y lleva esta aceptación a dejar todo en manos de la divinidad, también nota sus posibilidades, es decir, ve que a pesar de ser frágil puede modificar algunas cosas para estar mejor en el mundo y que a pesar de sus carencias aún quedan sucesos por los cuales sí puede asumir la responsabilidad de lo que hace y lo que ocurre con lo que hace. En resumen cuando el hombre se encuentra consigo mismo acepta que es al mismo tiempo un ser de posibilidad y un ser limitado.

Al ser posibilidad, el hombre encuentra que puede actuar y cambiar mediante el artificio algunas de las cosas que le rodean, a fin de sentirse mejor en el mundo, esos cambios sobre lo que le rodea, lo llevan a convertirse él mismo en un ser creador, que si bien no es tan poderoso como aquellos dioses que lo crearon, al menos resulta, en algún sentido, más poderoso que lo que ha creado, pues lo creado por el hombre es controlado por el hombre, ya sea para bien o para mal.

Al verse a sí mismo como un ser creador, la relación del hombre con la divinidad se torna más dinámica, pues no sólo se queda en el reconocimiento de los dioses como seres más poderosos que él, porque el hombre puede llegar a pensar en la semejanza que hay entre su hacer y el de sus creadores, de modo que su vida puede ser conducida por tres caminos muy diferentes, uno por ventura nos sacaría del laberinto de Minos, otro podría dejarnos perdidos para siempre y el último quizá nos conduzca a sucumbir ante el Minotauro.

El primer camino, podríamos dibujarlo pensando en el modo de ser de los hombres que lo recorren, aquí podríamos encontrar aquellos seres que al pensar en sí mismos como seres creados y creadores al mismo tiempo, se encuentran con varias semejanzas entre ellos y los dioses que rigen su vida, pero al ver tales no dejan de apreciar las diferencias que hay entre la divinidad y ellos, de modo que no pierden conciencia de sus límites, ni de sus posibilidades, esto los conduce a actuar de tal manera que sus actos muestren en todo momento la jerarquía que tienen los dioses respecto a los hombres, la cual es natural y deja ver a los hombres en todo momento cuál es su lugar y su papel en el mundo. En cierto modo podríamos decir que estos hombres se sienten ubicados en el mundo porque reconocen que les corresponde un lugar natural dentro de un cosmos ordenado, lugar conforme al cual se ha de actuar diariamente. Este primer camino sería el camino del piadoso.

Por otro lado, encontramos un camino que más bien se aleja de la primera vía, y dibujándolo nuevamente a partir de lo que nos dejan ver aquellos que lo recorren nos encontramos con que éste lo recorren aquellos hombres que al buscar conocerse a sí mismos encuentran las grandes semejanzas que hay entre ellos como creadores y la divinidad que los creó, sin que al ver tales semejanzas aprecien las diferencias que hay entre el hombre y la divinidad, al no ver las diferencias es muy fácil que el hombre pierda de vista la jerarquía que tienen los dioses respecto a él, de modo que llegue a sentirse como un dios un más; cuando esto ocurre, ya no cabe hablar de un lugar para el hombre, pues ahora puede ocuparlos todos al verse simplemente como posibilidad, al ya no haber lugares naturales en los cuales se desenvuelva éste, no queda de otra más que hablar de un mundo que se caracteriza por el desorden, y quizá sólo quede hablar de un mundo infinito, tanto como las múltiples posibilidades del hombre; sin un lugar, nada dice al hombre dónde se encuentra o cómo ha de actuar, pues tiene infinitas posibilidades a elegir, y entre las cuales perderse. Este sería el camino de los soberbios.

Y por último queda describir una vía, que se caracteriza por la idea del hombre como un ser creado e incapaz de crear algo, es decir, parte de la idea de que el hombre es un ser puramente limitado y completamente dependiente de la divinidad, en este modo de relacionarse con lo divino, si bien se reconoce la presencia de una jerarquía, ésta resulta tan pesada que aunque el hombre posea un lugar natural éste se queda condenado a la inactividad, de modo que nunca será responsable por sus actos. Este es como el camino de los muertos que son conducidos por Caronte, ninguno elige ser llevado a un lugar determinado, nada más se dejan conducir y arrastrar por las aguas.

Así pues  apreciamos cuan compleja llega a ser la relación del hombre con la divinidad, pues aún cuando se acepte o rechace la presencia de la misma, la manera como el hombre se ha de relacionar con los dioses depende del conocimiento que tenga de sí mismo como un ser que es posibilidad al tiempo que es limitado.

Maigo.