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“Un día soñé que soñaba que había justicia social,

y que el patrón te pagaba con lana sin calzonear;

alcanzaba para todo no había crisis ni inflación;

todo estaba muy bonito pues no había iris ni tos.”

 Sí un día despertara.

Rockdrigo González

 

Introducción.

Cuando tenía quince años la conmemoración de los treinta años del “68” me marcó de por vida. En ese momento comenzó mi interés por los movimientos sociales y la cultura, el cual se alimentaria del graffitti, las tocadas masivas de ska, el activismo zapatista, la huelga 1999-2000 en la UNAM, el interés por las artes, las letras, la historia y las ciencias sociales. En el último año del CCH me topé con la antropología y me sedujo. Aunque divagaba entre la sicología social y la sociología como posibles proyectos vocacionales, la antropología se ganó mi estima a la primera clase. La posibilidad de entender el mundo desde el punto de vista de quien no soy yo y todo mi bagaje como miembro de una sociedad y cultura, partiendo por desestructurar el propio marco de significación, voló mi cabeza. Ser consciente de que mis propios juicios de valor y mi ideal del mundo eran el producto de la historia y de la cultura me hizo ver a las demás alternativas vocacionales como mancas cuando les anteponíamos la poderosa herramienta de la etnografía. Conceptos como efectividad simbólica, etic y emic, el status y el rol, y las convenciones del parentesco se sumaron a mis primeros pasos del trabajo sobre terreno con un trabajo final sobre el grupo de menores en situación de calle de Buenavista, ubicados en insurgentes norte y Eje 1 norte, aprovechando que en ese momento trabajaba para la Delegación Cuauhtémoc en Atención a Grupos Vulnerables y vivía a tres cuadras del lugar.

El resultado más importante de ello fue la pregunta que me surgió sobre la pertinencia de la relación entre el conocimiento académico obtenido por la investigación, las personas sobre las cuales se investiga y la acción institucional, y tal vez más allá de la pertinencia específica de la relación, la pregunta rondó en la posible incompatibilidad de funcionar como un investigador que a la vez que interviene socialmente desde las instituciones dominantes, actué conservando una iniciativa política activa.

1.- Antropología y utopía.

¿Adónde voy con tanta autorreferencia ególatra? A ubicarme en un contexto específico en el cual la antropología me pareció una oportunidad personal, política y tal vez existencial de moverme por el mundo, y al hacerlo tratar de transformar el espacio próximo de vida, partiendo de que la realidad es cambiante y que cualquier descripción de ella pasa por un tamiz relativo en el cual ni siquiera mi propia visión se salva de la arbitrariedad de quien nombra. Aún así, el resultado del trabajo antropológico sigue siendo un punto de quiebre a la hora de definir el para qué y para quién sirve, beneficia o perjudica. Además, en muchas ocasiones no sólo su resultado es perjudicial sino también su proceso de investigación, al escudriñar en las emociones de los sujetos cual si fueran objetos, dejando expuestos sentimientos y recuerdos, y extrayendo conocimientos y saberes.

En la búsqueda de opciones por realizar la antropología encontramos una que le asigna un papel importante a la imaginación. David Graeber[1] propone un aspecto o momento utópico, el cual inicia al imaginar que otro mundo es posible. Donde le las “instituciones como el estado, el capitalismo, el racismo y la dominación masculina” [Graeber, 2004:10], no son inevitables, y dado que no existe la certeza del curso único de la historia para saber si esos procesos e instituciones sean las únicas realizaciones posibles de la humanidad, apostar por crear nuevas instituciones que “expongan, subviertan y destruyan las estructuras de dominación” [Graeber, 2004:7], prescindiendo de formas impositivas, significa ver a la imaginación como “principio político” [Graeber, 2004:11] para lograr que la gente sea libre de gobernar sus propios asuntos.   

Para este autor el aspecto utópico de la antropología debe estar en un dialogo constante con el momento etnográfico. Cuando uno hace trabajo etnográfico, “uno observa lo que hace la gente, y entonces trata de destejer las lógicas simbólicas, morales o pragmáticas escondidas que subyacen en sus acciones; uno intenta establecer las formas en que adquieren sentido para la gente sus hábitos y acciones, en formas en las que ellos no tienen conocimiento por completo” [Graeber, 2004:12]. Una opción para realizar trabajo etnográfico podría ser, propone, “revisar a aquellos que crean alternativas viables, tratar de entender las implicaciones mayores de lo que hacen, y después presentar esas ideas, no como prescripciones, sino como contribuciones posibles, -como regalos [dones[2]]” [Graeber, 2004:12] que vuelven a los protagonistas de la investigación. Por ello ve en ella una “especie de modelo bastante aproximativo e insipiente de cómo podría funcionar una práctica revolucionaria no vanguardista” [Graeber, 2004:11] que no apueste por las proposiciones de la alta teoría, sino por una teoría sencilla y de bajo perfil que se centre en la “forma de solventar los problemas reales e inmediatos que emergen con un proyecto que busca la transformación” [Graeber, 2004:9], construida por la afinidad y el consenso, sin pretensiones de erigirse como única y reconociendo que la inconmensurabilidad de las teorías no debe limitar la coexistencia o el reforzamiento entre ellas.

Por otra parte, tenemos a Krotz que al revisar las consideraciones metateóricas de la antropología ve una relación en términos constitutivos entre la utopía y las ciencias antropológicas, reflejada en la formación de lo que él llama la pregunta antropológica aquella que se origina en el “encuentro entre pueblos, culturas y épocas” [Krotz 1987:286], y que siempre ha existido expresada en diferentes maneras. Ésta, emerge del asombro, de la complementariedad dialéctica de la identidad y la diferencia, ontológicamente hablando; e históricamente “es el momento repetido y siempre único del proceso cognoscitivo” [Krotz, 1987:288]. La implacable delimitación de lo propio y lo ajeno es el terreno de la categoría de alteridad, la cual, omnipresente, se asentó en la profesionalización de las disciplinas antropológicas dentro de un contexto social muy particular. Su inversión, en el “trato cada vez más especializado” [Krotz, 1987:290-291] a cargo de los actores dominantes de la escena mundial, conllevó a la convergencia de lo diverso en la negación genérica con respecto a la civilización. Por tanto, la ausencia del elemento utópico en la pregunta antropológica nulifica el asombro y degenera lo extraño en grotesco [Krotz, 1987:293]. La solución propuesta por Krotz se resume en asumir el asombro como mutuo en la fase del trabajo sobre terreno, donde el asombro de quien es estudiado dialoga con el asombro del estudioso, permitiéndole la extrañeza con respecto de su propia sociedad. [Krotz, 1987:300]  

Reconocer a las utopías sociales (Moro, Spinetta o Platón), que plantean una sociedad soñada, la cual ubica a la sociedad propia como la otra y donde la felicidad es posible –construida por los autores e impregnada de referencias populares es definida por oposición y complementación a la realidad percibida-, como constitutivas en relación con las disciplinas antropológicas nos alerta de atender como fulgores tímidos pero significativos en la antropología a los ecos utópicos de Maine, Tylor, Spencer, Morgan, Kropotkin, pero también como señala Graeber, de Mauss y la teoría del don, o a Radcliffe-Brown por su negro interés[3] por las sociedades sin estado [Graeber, 2004:16-20]. 

2.- Mi utopía del quehacer antropológico.

Si el asombro parte de “una cierta dimensión de incomprensibilidad e ininteligibilidad de lo otro en primera y última instancias” [Krotz, 1987:299] y que en relación con las disciplinas antropológicas la alteridad marca su especificidad, donde la identidad parcial entre estudiado y estudioso supone “que el conocimiento de uno implica ya el del otro” [Krotz, 1987:299]; entonces, si bien el asombro es el generador del impulso a conocer e investigar la alteridad, la utopía se plantea como el parámetro por el cual la imaginación compara y extrapola lo posible en un entorno limitado, posibilitando la creatividad y la improvisación. Y, si la antropología posee una posición privilegiada y potencial, pues tiene contacto con “un vasto archivo de la experiencia humana, y de experimentos sociales y políticos” [Graeber, 1987:96], pues toma  en cuenta a la humanidad entera como campo de estudio, es justo en ese sentido que podría tener una enorme importancia para la liberación.

Tenemos entonces que una cualidad humana compartida como lo es el asombro, procesada por los avatares históricos, políticos y culturales, hasta devenir en su institucionalización, puede ser también una herramienta poderosa si se le dirige no sólo de un polo investigador a uno investigado, sino en ambas direcciones, permitiendo que la extrañeza se apoderé de las preguntas recíprocas e inevitables. Políticamente la exposición del investigador, no ya como referente de verdad, sino como un cualquier otro entre otros, con habilidades aprendidas y cultivadas, permite descentrar el quehacer del antropólogo de la academia y la política para ubicarlo, entre otros terrenos, en la balanza entre la lucha de clases de una manera imparcial, del lado de la gente. Los antropólogos pueden y deben atender aquellas inversiones utópicas a cargo de la gente que toma en sus manos la puesta en práctica de ese universo de discursos utópicos, sumando a ello la posibilidad analítica de echar mano del propio marco utópico del investigador, el cual no debe limitar sus contribuciones sólo a aquello dentro de lo posible, lo real o lo permitido por las circunstancias políticas y económicas, pero al mismo tiempo no descuidarlas dada la trascendencia de sus condicionantes.  

La irreversibilidad de los procesos del capital y de los estados-nacionales puede ser una verdad, pero aceptarlo sería negar los alcances de la acción de los subordinados. Como hemos visto en ambos autores, la separación entre la sofisticación de la disciplina y los pasos diletantes que conservan el asombro, trae consigo un alejamiento de la utopía con respecto a su intervención en el proceso de investigación y en el contexto de sus resultados. Ese alejamiento predispone al ojo observador con respecto a las alternativas enquistadas o emergentes en la resistencia, para centrarlas en las vías de las posibilidades teóricas a desarrollar en las academias, o en la incorporación o cooptación de las alternativas a las instituciones dominantes. No es menor el problema y por eso los que estamos involucrados en una disciplina tan poderosa como la antropología debemos encausar con meditación nuestro quehacer.

 En mi utopía, la antropología es un conjunto de saberes en tensión continua que no se resuelve por decreto o en una sola acción. Su práctica irremediablemente estará por mucho tiempo vinculada hegemónicamente al estado y al capital, mientras el grueso de sus practicantes continúe contribuyendo a su institucionalización a través reafirmar los papeles de administración o financiamiento. Por otra parte, una posible opción de realizar la antropología    puede orientarse en un sentido utópico donde las afinidades intelectuales y materiales se involucren a través de relaciones recíprocas entre la diversidad de habitantes de este planeta; relaciones que sustituyan la ganancia sobre el trabajo ajeno y el control sobre los demás, por pequeños acuerdos y compromisos comunes adquiridos entre individuos y colectivos pares. La antropología y los antropólogos podemos ponernos a disposición de la gente siempre y cuando podamos hacer un lado la vanidad profesional que otorgan los títulos y el poder que éstos activa, además de ser sensibles de aceptar una verdadera colaboración por parte de nuestros colaboradores-estudiados-estudiosos, la cual puede llevarnos, tal vez, muy lejos de los cánones teórico-metodológicos.

 Vivir de la profesión debe medirse según el principio de “cada cual, según sus capacidades, a cada cual, según sus necesidades”. El trabajo antropológico en una sociedad libertaria y comunista debe corresponder a una actividad no diferenciada por el status o el merito, sino a sus contribuciones comunes, públicas o colectivas, las cuales valdrán por su uso y mejoras que conllevan. Un posible comienzo sería comprometerse con la gente a la que se le dedica una investigación, antes que con las estructuras de poder; porque son los primeros los que sufran o gocen con los trabajos realizados y los cuales tienen el potencial transformador para alcanzar los cambios, mientras que las segundas no titubearan en desecharnos a la menor provocación de desestabilizar la explotación del hombre por el hombre.      

 El trabajo etnográfico y el antropológico deben tener un hondo vínculo popular. José Revueltas decía a los estudiantes en 1968 que el primer compromiso que tenían no era con el modelo modernizador o con los líderes del partido en el gobierno, sino con los campesinos, obreros y explotados, quienes de una manera u otra han construido y sostenido a las instituciones académicas en donde se habían formado. Eso lo escuché por ahí del 2003 y he tratado no alejarme de ello. Por tanto propongo, o más bien me propongo, en la consecuencia de lo posible, contribuir en la construcción de una labor académica que busque el empoderamiento de las clases subalternas, basada en volcarse sobre los intereses y exigencias de estas clases para trabajar para y con ellos, partiendo de un principio básico: los otros somos nosotros.

Bibliografía.

Graeber, David.

2004. Fragments of an Anarchist Anthropology. Prickly Paradigm Press. Chicago.

Krotz, Esteban.

1987. Utopia, asombro, alteridad: Consideraciones metateóricas acerca de la investigación antropológica. En Estudios Sociológicos, vol. 5, num. 14 mayo-agosto.


[1] La obra a la que me refiero es traducida de manera colectiva, colaborada y no profesionalmente por estudiantes de la ENAH. Algunos capítulos traducidos se encuentran en: http://fragmentosgraeber.wordpress.com/

[2] “[…]-as gifts.” Traducible como regalos, pero contextualizado en la antropología parece más indicado interpretarlo como dones en el sentido maussiano.

[3] Por “negro interés” me refiero a su pasado anarquista y a la referencia del color de la bandera de dicho movimiento. Aunque se podría interpretar también como obscuro y malvado si sabemos el fin de sus contribuciones.

Introducción

La etnografía en Latinoamérica ha estado dedicada, en su gran mayoría y por largo tiempo, por la fuerza tradicional propia de la disciplina académica practicada desde los diferentes puntos de expansión colonial y económica, al estudio de “etnias” o “pueblos” siempre desde un contexto rural, que en cierta forma ha ahondado en la diferencia entre categorías contrapuestas y maniqueas como dominantes-dominados, periféricos-centrales, nosotros-otros, etc.  Al reproducir investigaciones concentradas en pueblos y personas no occidentales –y más concretamente, ajenos a la cotidianidad del observador y marcados por la distancia cultural de quien nombra-, la etnografía se había encapsulado viendo al primitivo, y perdía de vista el ámbito social propio del investigador: la ciudad, el entorno urbano.

¿Qué elementos puede traer a cuento el etnógrafo para darle a su trabajo una dimensión que ilustre y explique la conformación de horizontes de sentido trascendentales para la vida diaria, y la interacción con las estructuras económicas y políticas de contextos específicos? ¿Cuale son los nuevos elementos en juego que la etnografía latinoamericana apuesta por ahondar?

 

 

I. Temáticas centrales.

Manuela Camus y Alejandro Grimson abordan el contexto urbano. La  antropología y el entorno urbano para ellos ya no resultan ser más ajenos a un plano analítico común. Así, el trabajo del antropólogo adquiere una dimensión difícil de encuadrar en los marcos tradicionales de enfrentamiento entre civilizaciones o mundos inconexos, y se adentra en la multiplicidad de juegos identitarios en constante tensión, en las dinámicas significativas que viven las personas que conviven en un espacio, propio de la heterogeneidad, muy por el contrario de las visiones propuestas por los estudios urbanos que apuntaban a una progresiva homogeneización [Nivón, 1997:73].   

Ambos se embarcan en una tarea reveladora, hacer familiar lo extraño y de mostrar extraño lo familiar. A partir de imbuirse en el campo propio de las ciudades y sus habitantes, y a través del estudio empírico de las experiencias, ambos vinculan el terreno donde las diferencias, a primera vista, no aparecen tan obvias y cuando lo son resultan más complejas aún, a un campo explicativo apoyado por datos estadísticos y marcos conceptuales complejos. Cada uno con finalidades distintas y por tanto bajo lentes distintos, porque en buena parte los actores que investigan no son ajenos por completo al fenómeno amplio de lo “urbano”. Uruguaiana y Paso de los Libres, por un lado, y Guatemala, por el otro, son espacios de concentraciones humanas, de servicios públicos y comerciales, de trazos urbanísticos, sedes de instituciones políticas, además de significar modelos ideales del orden moderno desde una perspectiva dominante, como de espacios de intercambio dinámico de significados entre sujetos interactuantes.

a) Fronteras, nacionalidad y experiencias.

En la conformación de los estados nacionales las limitaciones físicas efectivas en los cruces fronterizos han devenido en paradójicas transformaciones. La frontera entre Paso de los Libres, Argentina, y Uruguaiana, Brasil, es parte del universo urbano, particularizado no sólo por la presencia o corporización de los estados en sus funcionarios y la disposición de infraestructura para intercambio de mercancías, sino también por la vida que llevan sus habitantes, en donde el tema de la nacionalidad implica fuertes determinantes entre el contacto de los pobladores de ambas ciudades.

Las poblaciones que comparten dichos cruces se encuentran en un contexto compartido, recreado por los pobladores en el cruce mismo de la frontera, a la vez que intervenido por condiciones estructurales, y viviendo las transformaciones en sus experiencias diarias, donde la frontera material es determinada en la experiencia por las fronteras simbólicas de la nacionalidad. Es por el proceso histórico que se encuadran y definen, tanto la formación de los estados-nacionales al caracterizar sus fronteras territoriales, como las relaciones e interacciones entre grupos sociales e individuos concretos al estructurar “una diversidad de sentidos” [Grimson, 2003:38] para definir su nacionalidad.

b) Indígenas urbanos.

El problema central en Camus se encuentra en la etnicidad urbana, en las vidas de grupos étnicos habitando la ciudad, para mostrar las “dificultades de negociar la identidad étnica desde la pobreza y desde el eficaz funcionamiento de los clichés y las prácticas discriminatorias que mantienen antiguas y nuevas exclusiones sin permitir dar por superado el fraccionamiento étnico de la sociedad”. [Camus, 2002: 358]

La migración campo-ciudad y la dinámica conurbada son algunas de las vertientes del seguimiento pero no las decisivas, porque la mirada se concentra en el indígena que habita y se apropia de la ciudad, aquel que reconfigura en ciertas continuidades y enfrenta en nuevas condiciones las posibilidades de su identificación étnica, poniéndola en acción día a día. Ya sean las mujeres que emprenden negocios de tortillerías, jóvenes redefiniendo su actuación en el medio laboral en la maquila o la participación colectiva en la construcción de una colonia popular, la interacción étnica entre los diversos grupos étnicos de Guatemala, cargada de diferencias asimétricas, se pone a la vista.

 

 

II.- Herramientas teóricas de aprehensión. Actores, escenarios y redes.

Para ambos la crítica al esencialismo de las categorías es una constante. En ellos no es posible caracterizar la experiencia de las personas a las que se acercan para investigar a partir de conceptos rígidos y generalizadores, asépticos de los cambios profundos en su materia de estudio. Por tanto, estas mismas personas no están determinados únicamente por las categorías externas con las cuales son asignados por los convencionalismos, por el contrario, ellas llevan a cabo, bajo categorías propias, la definición de sí mismos y de su realidad, apreciable empíricamente por la interacción de estos individuos y el sentido particular que le asignan para su vidas frente a un escenario en el cual ellos son los actores. Los escenarios no son más aquellas estructuras ausentes de actores que introducen  incertidumbre a la lógica explicativa, sino contextos de posibilidades de apropiación y manipulación simbólica, donde los juegos estructurales no determinan más en última instancia la explicación sino que acompañan en la estructuración de las relaciones entre actores sociales.

a) … para la frontera.

Una de las novedades conceptuales utilizadas para el estudio de la frontera es la de la “sociogénesis” [Grimson, 2003:19], entendida como la intervención de instituciones  estatales, medios de comunicación y agentes sociales locales para hacer de la nacionalidad una idea hecha práctica. Para los cambios que se presentan en esta frontera, la sociogénesis ilumina la relación entre las condiciones estructurales y la simbolización diaria, el acompañamiento entre los cambios históricos y la práctica cargada de significados que cambian con ellos, manteniendo en las relaciones entre los pobladores de ambas ciudades las cargas de la diferencia cultural y política que se intercambian.      

La alteridad en este sentido es mantenido como una posición diferencial y de covalencia variable, no sólo entre ciudadanos de diferentes estados, sino también entre los ciudadanos y los funcionarios de un mismo estado, entre pasantes y aduaneros, o entre aficionados al fútbol. Por ello la etnografía histórica que pretende Grimson resulta grata en la intención de constantemente ubicar en un contexto histórico el momento social que observa.

b) Etnicidad.

Frente al desprecio de un visión teórico-metodológica que ignoró e invisibilizó a los actores indígenas en la ciudad, Manuela busca visibilizar esta población más allá de la dicotomía indio y ladino, dominante en la Ciudad de Guatemala.

El recorrido analítico por el concepto de etnicidad deja en claro que no es posible adherirse a un significado único e inequívoco de etnicidad. Para ella, es objeto de análisis por explicar y principio explicativo de aspectos significativos de la existencia humana, “sirve como instrumento para abordar sociedades complejas [] que incorporan colectivos sociales culturalmente diferenciados” [Camus 2002:47]. Como fenómeno dinámico remite a realidades cambiantes y por ello puede cobrar sentidos diferentes, multidireccionales e impredecibles. Para anclar etnicidad a los procesos estructurales la noción de clase no desaparece por su asociación rígida con ésta misma, sino que interviene con una carga política en juego.

 

 

III.- Estilos etnográficos.

La cualidad más notable en ambos trabajos etnográficos es la multiplicidad de puntos de vistas recogidos y entrelazados, capaces de mostrar una visión amplia de los temas a lo que se avocaron nuestros autores. Además de la insistencia de vincular el estudio histórico profundo con la antropología, para cimentar las explicaciones de los  escenarios en los que actúan actores sociales de lo más diversos.  

a) El exilio y el fútbol.

Como dos momentos significativos en Grimson podemos contar con la descripción tan pormenorizada del exilio de Jango Goulart y las condiciones de compartir el fútbol entre familias transfronterizas.

Del primero quiero resaltar las relaciones en redes expuestas de entre militantes políticos de ambos países y ciudades con diversos actores sociales: [] un grupo trabalhista y peronista ligado a los rosacruces se encargaba de ubicar perseguidos políticos en el campo, les daba documentos y los cruzaba del otro lado [Grimson 2003:180]”. Con solo pocos elementos nos pone sobre la mesa una intrincada trama de relaciones específicas de las dinámicas sociales. Ahí mismo complementa un pasaje histórico con los detalles más minuciosos que de vez en vez no coinciden con la verdad: “Las versiones sobre sus últimas horas son confusas” señala el autor, pero “Jango les dijo que ya tenía autorización para entrar a Brasil y que se estaba preparando para regresar por Río o San Pablo.” Este hilo de imprecisiones se desenreda con la siguiente parte de su descripción. “Viera […] recuerda que aquel 6 de diciembre de 1976 María Teresa salió del cuarto desespera, diciendo que Jango había tenido un ataque al corazón, que estaba muerto […] inmediatamente comenzaron los pedidos y negociaciones con el gobierno brasileño para que Goulart fuera enterrado en Sao Borja, su tierra natal.” [Grimson, 2003:181-182]. La cual aclara la información pero ilustra las diferentes voces que hay sobre un mismo suceso.

Por otra parte la intimidad que alcanza se manifiesta en los testimonios obtenidos de gente de Uruguaiana y de Paso de Los Libres al repasar la irreductibilidad del fútbol para pensar el país propio, aunque no por completo. Los juegos de bromas y la contención de las emociones frente a la rivalidad nacional entre Brasil y Argentina  en el campo del fútbol, pone en juego complicadas posturas sostenidas por los integrantes de familias conformadas por elementos de diferentes nacionalidades, a los cuales sus lealtades son replanteadas en función de la posición familiar y del género de quien no coincide con la nacionalidad mayoritaria en la familia.

 

b) Interpretación, dialogo e interacciones.

Para acentuar la capacidad de Camus de representar actores y escenarios quiero ilustrar con el relato de Manuel Sotz la interacción puesta en juego al interior del mismo texto de implicar casi la totalidad de los aspectos investigados. Con este relato Camus nos va bordando con la vida de Manuel, una interpretación que expone bajo sus palabras, mostrando las matizaciones y marcas étnicas que atraviesan a los indígenas urbanos.

En el relato se encuentran la llegada de Chimaltenago a la Limonada; el mantenimiento de las relaciones con el lugar de origen y las condiciones de asentamiento en la ciudad;  el trabajo de las mujeres en la Terminal; la discriminación y la actividad comunal en la colonia popular; las expectativas de “superioridad”; la vuelta a la comunidad y las relaciones de solidaridad para la migración; la guerra civil y el terrorismo de estado; y finalmente la alianza matrimonial y la reflexión sobre la práctica de las costumbres que se transmiten a las nuevas generaciones, ponen de relieve gran parte de los temas ocupados por Camus a lo largo del libro.

Por otra parte, el ejemplo de Juan “el Atiteco” muestra como los referentes étnicos en juego que acompañan y ayudan a crecer a un joven de 15 años, alejado de su madre, en un ambiente como la terminal donde la etnicidad es favorecida por las condiciones de conformación social del mercado y de las ventajas que otorga a los jóvenes la identificación étnica.

 

 

IV. Pseudoconcluciones.

Mi preferencia se inclina por Grimson. Aunque es apreciable la mar de información que ofrece Camus y la notable experiencia en campo que demuestra, me parece que de ambos trabajos el primero arriesga más en términos metodológicos. Parte de su trabajo de campo es expuesto como un desafió de varias dimensiones, por un lado acercarse a la experiencia de la nacionalidad desde “abajo” y de forma diferenciada para cada grupo contactado, hasta con respecto de sus propios compatriotas, le otorga un aire fresco en las discusiones antropológicas y más cuando la perspectiva cultural y política se aleja de conformarse con postulados dogmáticos como el fin de las fronteras o los nacionalismos pétreos. Por otra el acercamiento con los pobladores de Uruguaiana implicó un reto mayor, ser considerado al investigador como una fuente confiable de participarle la opinión negativa de las autoridades aduaneras sino también de aquellos habitantes argentinos que reafirman, para los brasileiros, el imaginario del vecino, es poner en juego la identidad misma del investigador.

 

BIBLIOGRAFÍA.

 

Camus, Manuela.

2002. Ser indígena en la ciudad de Guatemala. Guatemala FLACSO.

Nivón, Eduardo.

1997. La ciudad vista por Nueva Antropología. En Nueva antropología #51, Febrero. México. UAM.

Grimson, Alejandro.

2003. La nación en sus límites. Contrabandistas y exiliados en la frontera Argentina-Brasil. Barcelona. Gedisa.

I

La antropología, aunque disciplina científica más o menos reciente, tiene una honda relación con la forma de conocer el mundo para el ser humano. Por un lado, el conocimiento de lo propio ha estado acompañado del “encuentro” inevitable con lo ajeno, con la diferencia materializada por la distancia y la proximidad entre pueblos y sus tiempos, con aquello que rebasa su horizonte conocido; por el otro, la visión “propia” se encuentra tensionada frente a aquello que se le diferencia, la seguridad y certeza que le imprime un cuadro de la realidad, “su realidad”, se ve amenazado o cuestionado por aquellas diferencias encarnadas por iguales, o por lo menos congéneres. Tanto el encuentro como el asombro, sientan las bases de la formulación de la alteridad entendida como categoría, es decir, como “elemento de clasificación”[1] reconocible en diferentes momentos de la historia.

La alteridad centra la vocación del antropólogo en una pregunta antropológica vinculado a la traducción entre la identidad y la diferencia, relación dialéctica y posibilidad dialógica donde el encuentro y el asombro se recrean a través de la puesta en acción del proceso de investigación donde acontece una relación recíproca de asombro, entre quienes se avocan a investigar y los individuos a quienes se les estudia. Para el investigador como para informante o colaborador, el asombro puede entenderse como “cierta dimensión de incomprensibilidad e ininteligibilidad de lo otro en primera y última instancias” [Krotz,1987:299] para iluminar las posibilidades de explicarnos el mundo en conjunto y desde ambos polos del encuentro.  

Si bien la antropología ha luchado buena parte de su historia para ser reconocida como ciencia, ello no ha evitado que reconozcamos en el vasto acervo literario las bases teórico-metodológicas de nuestro quehacer, ya fuese en los clásicos griegos, los diarios de viajes o en la literatura utópica. Allí, se reafirma la presencia del asombro y la alteridad cuando la pregunta antropológica las revisa. Aún en la ficción es posible percatarnos de las posibilidades de pasar por alto el asombro y reducirlo a una tensión donde sólo uno de los polos se autoriza a discernir la diferencia sin compartir en forma mutua el asombro. Más aún cuando los códigos implican referentes significativos para ámbitos distintos e interés encontrados.    

II

La antropología está en un lugar preferente para dar cuenta de los distintos modos de ver al mundo. Su aproximación empírica y de orientación dialógica, expresada en el proceso del trabajo sobre terreno y con personas con afinidades y diferencias, le permite una ventaja frente a las conjeturas previstas por la experimentación inductiva y los encuadres rígidos y totales de las nociones teóricas tomadas como “regímenes de verdad” [Foucault, 1973:88].

Si bien el aspecto científico de la antropología difiere metodológicamente de otras disciplinas sociales, sobre todo por su carácter etnográfico principalmente, es él mismo que le ha llevado a enfrentar múltiples críticas sobre su estatus de ciencia. Yo no seré quien defienda ni quien entierre dicho status, sólo sugiero que el producto básico con el que trabaja la etnología o la antropología social, es aquel que recaba un etnógrafo a través de sus herramientas primarias, su cuerpo y sus ojos entrenados, ello implica que la información que se obtiene contenga, en gran medida, la experiencia de un individuo diferenciado pero también participante de alguna colectividad que le reconoce. Ello no desmerece la calidad de dicha información, la enriquece al momento de producir el producto etnográfico, cuando explicite el productor etnográfico sus limitaciones personales, su contexto y la conexión con la selección de estrategias, técnicas y fuentes usadas durante la investigación, así como las especificidades metodológicas a las que se adecuó la investigación, dados los imprevistos de campo y la voluntad de los actores.

Cuando la investigación antropológica carece de la posibilidad de vínculo entre la etnografía y otras ramas del conocimiento disciplinado por procesos históricos, en los amplios parámetros de la llamada ciencia, se pierde la oportunidad de contextualizar situaciones significativas que en las estadísticas no aparecen. Que por cierto en la historia tampoco han figurado, sino como secundarios o exóticos, enfermos o transgresores. Sensibles en inmersiones contextualizadas, ubicadas desde un observador, las “otras realidades”, significativas por quienes las hacen conocimiento y práctica, pertenecen al orden de quienes las llevan a cabo, las producen y participan de ellas, en entornos marcados por el continuo cambio y en frente a condiciones económicas y sociales específicas, o por lo menos predominantes.

Hacer obvias las preconcepciones de las llamadas “ciencias duras” (física, química, biología) y los contextos que los significan, venga al caso de la representación bidimensional y sus diversas prácticas y percepciones en las distintas convenciones culturales [Viqueira,1977:104] como ejemplo, y aquellas que predominan entre actores políticos en conflicto, -ojo, que no de ideas solamente- son algunos de los retos que debe de librar  de la etnografía en específico, pero de la antropología como un deber para mostrase clara y seria en sus intentos de colaborara con conceptos que revitalicen las reflexiones sociales.  

Pseudoconcluciones

El lugar de la antropología lo delimita el propio contexto social y cultural de los que interactúan en el proceso del conocimiento. Moverse en él, implica moverse entre diferentes realidades, experiencias vividas por sujetos concretos que conforman colectividades y a la vez, éstas los recrean. Su tarea se podría enmarcar en la aprehensión de dichas experiencias y ubicar las expresiones cualitativas de la alteridad donde se reformule la posibilidad del asombro, por donde se asome la posibilidad utópica tanto de aquellos que las conciben como posibilidades de acción como para aquellos que las estudian.

 

Bibliografía

 

K. Le Guin, Ursula.

1979. El nombre del mundo es bosque. Minotauro. Buenos Aires.

 

Krotz, Esteban.

1987. Utopia, asombro, alteridad: Consideraciones metateóricas acerca de la investigación antropológica. En Estudios Sociológicos, vol. 5, num. 14 mayo-agosto.

 

Viqueira, Carmen.

1977. Percepción y cultura. Un enfoque ecológico. Ediciones de la Casa Chata. Distrito Federal.

 

Watzlawic, Paul y otros.

1993. La realidad inventada: ¿Cómo sabemos lo que creemos saber? Gedisa. Barcelona.

 

Foucault, Michel.

2001. Un Dialogo Sobre El Poder Y Otras Conversaciones. Alianza editores. Madrid. 


[1]3. f. Uno de los diferentes elementos de clasificación que suelen emplearse en las ciencias.

 Real Academia Española. Vigésima segunda edición.  http://www.wordreference.com/es/en/frames.asp?es=categoría.

Un sábado en Los Arcos…

– A continuación comparto un extracto de mi tesis: «Defensa popular del Parque Naciona de Los Remedios». En éste describo la dinámica que se desarrolla entre los vecinos de la colonia Los Arcos, al sur del pueblo de Los Remedios, Naucalpan, y un terreno de hectérea y media poblado de árboles, ubicado al cruzar las calles paralelas de avenida de Los Arcos y Emiliano Zapata.-

Las actividades comienzan temprano pero sin tanto alboroto como entre semana. Los escolares brillan por su ausencia en el transporte público aunque muchos hombres y mujeres salen a trabajar. La gente que asiste al bosque, al norte del acueducto, viste pants y shorts, van en grupos numerosos con niños y perros, algunas parejas en bicicleta se dirigen por la avenida de Los Arcos rumbo al Atorón y Los Cipreses, y algunos corredores llevan la ruta paralela al muro de contención que resguarda la avenida de la Cadena.

Media docena de vecinos está dispersa en el área verde de Los Arcos, algunos plantan arbolitos mientras otros abren cepos. En las partes donde el pasto es más alto se encuentra Don Jaime con su podadora. Un par de mujeres deshierba alrededor de un arbusto que está pegado a la calle Popocatépetl. En el camellón que se encuentra entre la calle de Emiliano Zapata y avenida de los Arcos, dos hombres recortan las pencas de los magueyes  a fuerza de machete, mientras una mujer mayor deshierba las enredaderas de chilacayotes.

El Maranatha, templo misionero, tiene sus puertas abiertas de par en par. Sus asistentes, familias enteras impecablemente vestidos de traje y vestido, departen en el patio y la acera. El servicio de hoy ha terminado. La mayoría de la gente llega a pie o en microbuses, algunos regresan de realizar labor misionera con el pelo pegado a la frente y gesto adusto. Un niño no aguanta más el calor y se ha afloja la corbata, bajo el regaño de su madre que al bajar del microbús se acomoda su pesada bolsa y abre una sombrilla azul.

Sobre la calle Zapata huele a huevo frito y salsa verde, el sonido de la salsa al caer sobre la cacerola con aceite hirviendo se esparce y se apaga al llenar el traste. De la tiendita entre dos callejones dos niños de nueve o diez años traen cargando un litro de leche, una lata de chiles y un paquete de galletas.

En el campo de Los Caracoles ha terminado un partido de futbol infantil, donde en ambos equipos jugaban mezclados niños y niñas, aunque estas en menor número. El partido que le sigue es de la liga femenil, pero está retrasado por que del equipo de uniforme del River Plate todavía no completa el cuadro para saltar a la cancha. Los tripulantes de los autos particulares y usuarios del transporte público miran azorados y con morbo cuando ven a las integrantes del equipo amarillo calentar con unos tiros a gol. A la sombra de los eucaliptos  detrás de la portería poniente un señor vende chicharrones, aguas y refrescos sobre un triciclo, acompañado de una hielera. Debajo de la acera de la avenida Los Arcos, las jugadoras se sientan sobre el pasto  que desciende al campo y se preparan alistando sus medias, espinilleras y tacos bien amarrados.

En la plazoleta vecina al sifón ó Caracol oriente, varias niños montan sus triciclos y recorren el circuito alrededor del gran maguey  ubicado en su centro. El sol cala fuerte aunque no ha llegado al cenit, así que solo una cancha de basquetbol, de las dos, está ocupada por un trío que juega veintiuno.

Hoy la tlapalería, la estética, la ferretería, la vulcanizadora y la cerrajería, han abierto desde las diez u once de la mañana y cerrarán hasta las tres o cuatro de la tarde. Casi todos los mecánicos trabajan aunque sea unas horas o de plano ni siquiera abren sus portones o cortinas. En cambio muchos hombres van y vienen uniformados de diferentes atuendos de futbol, algunos con diseños de clubes profesionales, otros con diseños originales de sus equipos donde juegan hoy, ya sea en los campos del Torito, o en los de los Cipreses o en el Atorón. Los pasos enfundados en tacos resuenan contra el pavimento y el cemento. Por la Emiliano Zapata los autos que transitan van atiborrados de familias, las camionetas con cabina llevan gente parada. Un par de niños caminan por la acera de la avenida Los Arcos, llevando al hombro sus tacos amarrados por las agujetas y calzando un par de cómodos tenis blancos.

La oficina de la ruta 14 de microbuses están cerradas, pero uno de los hombres que se aparece en sus alrededores con mucha frecuencia pide cuota tempestuosamente a cada chofer que se dirige al oriente. A alguno que otro amenaza, le bromea o simplemente le extiende la mano, para al final, recibir unas monedas.

Es medio día y el puesto de periódico hoy abrió un poco más tarde que los sábados cualquiera, solo tiene dos periódicos, El Gráfico y La Prensa, lo demás son revistas del corazón e historietas eróticas. El puesto de carnitas lo comienzan a recoger y los trabajadores de las taquerías llegan a limpiar y a barrer para preparar los puestos para la noche. Las mueblerías también han abierto desde antes de media mañana. La pequeñita del poniente no tiene gente y su locatario está sentado sobre las escaleras que ascienden a la entrada, viendo pasar el tránsito. En el local de muebles y electrodomésticos, el vendedor muestra a una pareja el tambor de una cama que está recargado en la pared de la fachada.

Por la calle Popocatépetl el tránsito es pesado, suben y bajan coches que se dirigen a la semibasílica o las colonias aledañas. Mucha gente a pie sube y baja. Un triciclo de raspados, con su bloque de hielo al centro y las botellas con los concentrados de sabores a su alrededor llenan de color la vista. Unos metros adelante sobre la pendiente un hombre y su hija llevan manojos de cuerdas amarradas a globos inflados de gas para vender. Sobre la acera norte de esta calle, a lado del inicio del acueducto, un pequeño puesto de fruta fresca apiña a hombres y niños sobre las sandías, piñas, mangos, melones, papayas, jícamas, pepinos y cocos. Debajo de los cables de alta tensión una pareja y tres niños acompañados de dos bicicletas para los dos niños mayores, disfrutan de unos vasos grandes de  variados trozos de fruta mientras miran el horizonte al sur con toda la urbe de  frente ellos.

La “Flor de Michoacán” recibe a un par de niñas que se llevan varios vasitos de nieve, bajan de las escaleras del local y atraviesan con cuidado la avenida, toman la veredita del bosque y llevan los vasitos al grupo de vecinos que toma asiento entre los árboles. Juan llega con un refresco bien frio y unos vasitos, que reparte ofreciendo el contenido del envase. El grupo platica de la necesidad de tener un contenedor de agua sobre el mismo bosque para no tener que acarrear cubetas o extender una manguera muy larga para regar en tiempo de secas. Se prepara una “cooperacha”. “¿Unos pollitos rostizados, tortillas…?” Llueven ideas, juntan dinero y van por algunos trastes a sus casas. “Ay, ¡Yo tengo un montón arroz rojo que me trajo mi comadre, ya está hecho!” “Pus tráetelo”. Al paso de un rato, la salsa escurre de tacos de chicharrón y pollo. De un toper[1] rojo las cucharas  extraen el arroz y lo sirven en los platos. Recogen su basura en las mismas bolsa donde han guardado lo que han recogido del bosque, porque “Ni modo que pongamos el mal ejemplo, luego van a pasar las gentes y van decir que qué cochinos, ¿no?”.

Los establecimientos comerciales comienzan a cerrar, las mueblerías han recogido y ningún taller mecánico está abierto. Todas las tienditas siguen abiertas, la venta de cervezas, refrescos, golosinas y frituras ocupa a sus encargados, habitantes del mismo predio que el de la tiendita. La plática se genera después de la compra y el saludo se extiende al paso de alguna vecina por el frente de la tienda, una pregunta por la familia y un “Ándale, qué sí no llegas tarde”. El tragamonedas de la tienda, al oriente, lo alimenta dos niños que cargan una caguama llena y cerrada. Afuera tres hombres platican sobre la acera mientras beben una caguama Corona. El camión del gas despacha los últimos tanques, se van sobre unvocho” y una pick-up que pararon sobre avenida de Los Arcos.

Los vecinos sobre el bosque han dejado reacomodado su lugar de descanso y comida, hecho de los tronquitos, varas y piedras que recogen, y se retiran llevando bolsas de plástico, trastes y herramientas.

Desde el poniente de la gasera hasta el siguiente callejón, sin el paso de los autos, unas niñas juegan con aros y cuerdas, cinco niños menores de siete años juegan con pelotas de plástico ligero al futbol. De un triciclo es jalado un montable con un enorme niño de cuatro años sobre de él, dos niñas van a su lado esperando cualquier traspié. A lado de la “ElectroZapata”, ya cerrada, Mauro y Tita, ayudados de sus hijos montan el puesto de Hamburguesas, sincronizadas, hot dogs, gelatinas, postres y hasta café. Con la entrada de la casa a un lado del establecimiento, salen y entran en dos por tres trayendo las cosas, van sacando poco a poco la plancha y los quemadores, la conexión al gas, la mesa donde se ponen los aderezos, las salsas y chiles, las dos mesas con sus seis sillas y seis banquitos. Todo cubierto por una lonita de plástico de aproximadamente dos metros por tres metros, a excepción de las mesas y sillas para los comensales,  sostenida por un par de palos y asegurado por cuerdas al piso. Junto a pared acomodan una televisión, conectada al mismo enchufe que el foco que alumbra sobre la plancha y la mesa.

El sol comienza a descender en el norponiente. Sobre el acueducto, justo en medio, cuatro jóvenes observan sentados el horizonte y recogen los pies al paso de una pareja. Debajo del acueducto, la tienda de la calle Principal se abarrota de gente, despacha hielos y cartones de cerveza, botellas de licor y bebidas energéticas. La fila de taxis es corta y se solicitan carros a cada momento. En la base de una de las columnas del acueducto un par de hombres con sombreros rancheros, bastón y chamarras gruesas ven sentados los coches pasar hacia Los Cipreses o La Loma Colorada.

El estruendoso y colorido paso de los microbuses, con foquitos azulesde neón, música a alto volumen, aceleradores y escapes modificados,  se acompaña de los autos “tuneados”[2] que bajan a San Lorenzo luciendo sus diseños y equipos de sonido. El rechinar de las llantas y el festejo de los tripulantes con cervezas en mano llama la atención de los primeros comensales de los cuatro puestos de tacos y de hamburguesas, junto al Tecalli. Un puesto de películas y música acompañan los tacos de suadero, tripa, buche, cabeza, y pastor que se venden ahí.

La noche de sábado es movida, agitada, en las calles la genta va y viene. Un par de chicas muy arregladas toma el microbús con rumbo a Loma Colorada, algunos jugadores de futbol visiblemente excedidos de alcohol comen tacos y sorben consomé mientras discuten sobre el juego. En la calle Emiliano Zapata afuera de uno de los callejones del medio de la calle, algunos adultos, mujeres y hombres sacan sillas, platican y ríen acompañados de niños. Poco antes de la media noche el ritmo desciende, sólo algunos microbuses corren a toda velocidad al igual que algunos carros. El puesto de hamburguesas de Tita y Mauro ya lo han recogido después de haber descansado un rato con sus vecinos que se quedaron platicando con ellos. Afuera de los callejones quedan pocos jóvenes tomando.


[1] Recipientes de plástico conocidos así por la compañía que comercializa el producto de nombre  “Tupper Ware”.

[2] Modificados en la decoración de diferentes accesorios, incluyendo vidrios polarizados, potente sistema de sonido y juegos de luces, neón en su mayoría, rines y escapes ruidosos.