Archive for febrero, 2011


Silencio

Después de mucho pensarlo, he decidido que el día de hoy tan sólo diré que hoy no voy a decir nada. Lo que sucede es que estoy cansado, y en esas condiciones lo mejor parece ser callar, para no decir incoherencias. Lo más curioso es que para callar de verdad también es necesario pensar, pues el que calla sin pensar no calla de verdad; tan sólo calla el que piensa algo acerca de algo más y está en posibilidad de decir su pensamiento, pero no lo hace por alguna razón.

 

Respuesta a «Pureza en tres cortes» de Perro de Llama

«Definición de substancia pura:

Son líquidos que pueden ser peligrosos ya que son puros y no se le ha agregado alguna cosa más química.

Aquello que es de la naturaleza.

Algo que no tiene gérmenes.

Es cuando no se le agrega nada a la sustancia y es original.»

-Niñitos de secundaria respondiendo un examen de química real.


El escrito sobre la pureza de Perro de Llama tiene, según entiendo, tres descripciones de la pureza en diferentes carices. Cada una parece que responde a tres modos diferentes de preguntar: primero en general, luego según lo que se dice, y finalmente vista a través de nuestros hábitos. Es interesante de por sí que el discurso que trata específicamente aquello que notamos como único, como libre de trazas impropias, lo sugiera implícitamente como algo que es comprensible de mejor modo cuando lo vemos en estados diferentes.  El problema de comprender la pureza es intrincado, y lo raro no es la complejidad, sino que sea la pureza lo que resulta complejo.

Es llamativo que de cualquiera de los modos en que pensemos en la pureza, siempre está presenta la idea de que la cosa pura no tiene ni un solo rastro de algo ajeno. Es como cuando decimos «puras mentiras», pintando la imagen de que las mentiras tienen todo lo necesario para ser llamarlas así, y ni un poco menos, además de que no vienen acompañadas de nada más. Lo que nos imaginamos está librado por completo, ya sea por naturaleza o por artificio, de todo lo demás que no es él mismo. Es lo que quiere decir que  la cosa pura sea idéntica a sí misma según Perro de Llama, a mi juicio. También es por eso que la juventud puede ser «pura» en una analogía cuando imaginamos que los adultos son seres humanos descompuestos por la suma estimulante de elementos que devoran con los años, como información sobre el mundo y costumbres impropias (noción que desaparece si pensamos que los adultos son hombres completos, y no hombres desviados). La pureza como higiene también tiene ese sentido -aunque creo que es demasiado suponer que son igualmente tratables higiene e «higiene del alma» sin mucha aclaración-, pues mantener exento de contaminantes es también conservar algo alejado del peligro de que lo ajeno lo destruya.

De cualquiera de estos modos, parece por el escrito que la pureza no puede tratarse puramente, pues es necesario que sepamos qué cosas son las que tienen relación con nosotros de manera que las vemos así. O dicho de otro modo, no somos puros nosotros mismos. Esto puede tener mínimamente dos sentidos: el primero es que el ser humano es una especie de monstruo que no es naturalmente una sola cosa, sino la combinación inesperada y trágica de varias que por sí mismas sí son simples; la otra es que la impureza del hombre es natural. El último caso me parece el más probable porque explica mejor las tres formas en las que Perro de Llama habla sobre las cosas puras, y como en general las pensamos: si somos monstruos, es muy extraño que nos parezca habitual y sano mantenernos lo más posible alejados de los excesos que al mezclarse con nosotros nos destruyen. Pienso que el caso de que nuestra naturaleza es compleja y, por lo tanto, impura, es una opción más cercana a nuestra experiencia. Ahora bien, a esta perspectiva habría que darle aún otro giro: si naturalmente somos complejos, eso quiere decir que somos impuros solamente si comprendemos la pureza como un estado general que únicamente concierne a las cosas simples (ya sean varias o sea una sola); pero si puede entenderse cada cosa en su pureza, entonces el estado natural de algo es una suerte de noción pura de lo que cada cosa es. Me refiero a que las cosas que conocemos nos las imaginamos en su estado puro y alejado de lo que no son ellas mientras las miramos con claridad, bien delimitadas (tal como dice Perro de Llama al principio).

Lo que no tiene mácula alguna es puro, porque nada ha caído encima de él que lo marque con la sombra de lo ajeno; pero si acaso hay naturalezas que tienen necesariamente manchas, entonces están ellas incluidas en lo que sabemos sobre su pureza. Y así como no diríamos que la piel del leopardo está arruinada por ser manchada, así también podríamos pensar que cierto orden de la disposición compleja humana también puede, con todo y la ausencia de simplicidad, anunciar un estado de pureza.

Pureza en tres cortes.

“A hundred other words blind me with your purity”

I

Cuando pienso en la pureza, encuentro que lo más sólido que puedo decir de ella hablando de ella por sí –sin mezclar ni confundir—, es que es algo que se predica de otra cosa, de algo que se reconoce en sus propios límites, como de algo que propiamente hay que señalar como una propia naturaleza. Éste predicable refiere pues, al momento en que reconocemos en ese otro ente la cualidad de permanecer idéntico a sí mismo, sin alteraciones impropias, es decir, idéntico a sí mismo: sin corrupción, contaminación ni enfermedad.

Aún así, considero que no hay que darle muchas vueltas para darnos cuenta de que una definición así de razonable no puede ver la luz  sin que a cambio se pierdan los sentidos y contextos donde podemos sospechar la pureza en sus matices más definitivos: la naturaleza, el amor, las acciones,  la religión.

II

Frecuentemente ligamos la pureza a los orígenes o a las primeras juventudes, como si en la madurez esto fuera incompatible, innecesario o propio de un estadio a superar en la vida. No es raro que se piense en los niños como plenamente inocentes. Hasta pareciera que es requisito perderla para llegar a ser adulto. Tener un poco de corrupción y degradación es lo que podría llamarse la dosis necesaria para la madurez, cosa que es aparente.

Ya en la vida adulta se asocia la inocencia con la ingenuidad. Lo que en la infancia se considera valor, aquí es un defecto, ya que se trata de la impericia de alguien por ver los engaños que acechan en la vida de los hombres, las dobles intenciones, o toda bajeza disfrazada.

Considero aquello como aparente: la dosis de malicia necesaria para alcanzar la madurez no debe llegar a tales extremos a no ser que asumamos que la figura regular de las relaciones humanas es la hipocresía. Más bien dicha malicia debe ser entendida como un obstáculo a superar. Como un contrincante de cuya derrota o victoria depende nuestra vida en el sentido más fundamental que si de una lucha a vida o muerte se tratara. Es por ello que son ilusorias las formas de entender a la pureza como algo propio de la infancia, o como absurdamente ligada a la ingenuidad.

III

A veces me gusta imaginar que hay una pureza propia del cuerpo y otra propia del espíritu y que sin embargo ambas llevan por denominador común alguna clase de higiene –sólo que más comúnmente llamamos ascesis a la que es propia del alma. Tal higiene ha de ser por definición contraria a la corrupción, degradación, contaminación o suciedad.

La higiene ha de buscarse por una procuración de salud, pero más originariamente podríamos decir que es una clase de autoconservación. Las medidas que tomo para conservarme necesariamente reposan en lo que —confusa o claramente— pienso que es la vida. Por introducir el problema de la vida, creo que ya podemos irnos haciendo de lado las resonancias darwinianas que usualmente conlleva el término autoconservación. Tal autoconservación ha de llevar consigo consideración de las condiciones que cada quien considera completamente necesarias, imprescindibles, para su vida.

Como toda valoración, la salud tiene la dinamicidad de ser en un aspecto relativo en cada persona, pero universal en el sentido de que no puede prescindirse de ello. De igual modo al imaginarnos una salud del cuerpo y otra del alma, no hay complicación en comprenderla en relación con la religión, el amor, la acción moral. De aquí que la pureza sea entendida en la ética, como la acción realizada sin adulteración de intenciones contrarias, acciones desinteresadas; en la religión, con la conducta recta y en conformidad con la divinidad; En la realidad natural con el estado de un elemento que se halla sin mezcla. De ahí también las variaciones en su nombre, sinceridad e integridad, santidad, y simplemente pureza, respectivamente.

Que es posible, alcanzable y hasta deseable es cosa que me parece evidente, pero asunto distinto al que tratamos.

Cambio de Opinión

Los adultos dan la cara por lo que dicen y por lo que hacen. Ser capaz de dar una respuesta a lo que sea que se pregunte sobre los hechos y sobre los dichos es mínimamente lo que uno espera de alguien serio, y es en ellos en quienes más se confía porque tenemos el hábito de notar la «entereza» como signo de buena disposición. Puede ser que haya más de una razón para esto. Se me ocurre por lo pronto que quien tiene palabra la mantiene como reflejo de que él mismo se mantiene, y por ser más regular que quien es descuidado, resulta natural que esperemos de él lo que hará: lo que dice que va a hacer, o lo que siempre hace.

Esto quiere decir una de dos cosas: o que es falso el dicho popular de que «es de sabios cambiar de opinión», o que tenemos en muy baja estima este cambio. Como dijo ya hace mucho tiempo un hombre que cuidaba su manera de hablar, y como repitieron muchos después de él, afirmar no sólo es decir que algo sí es algo. Afirmar es una acción, y el movimiento en que consiste es -como indica su nombre- hacer que algo se vuelva firme. Tendríamos por necio a quien pensara que el perico afirma, y no que repite afirmaciones. ¿Pero qué cosa se vuelve firme y en dónde? La opinión se vuelve firme en el pensamiento, porque se afirma lo que se piensa. La diferencia entre una y otra manera de entender el viejo dicho es notoria cuando en efecto se tiene una opinión, pues quien repite lo que escucha sin pensarlo no afirma nada, y no tiene opinión. Es de sabios cambiar de opinión porque ésta no siempre es verdadera, pero quien puede cambiarla es porque de hecho la había ya afirmado y ahora nota por qué estaba en un error al comunicarla. Es responsable quien puede responder por sus actos y opiniones, y es responsable también quien está abierto a que le demuestren que está equivocado.

La apertura al error es, sin embargo, cosa mucho más complicada que la que dejaría ver un esquema a blanco y negro en el que las cosas o bien son, o bien no son. El ser se dice de muchas maneras, dijo alguien más. Cuando quien habla solamente repite lo que «pasa» o «lo que es», sin tener opinión ni juicio sobre lo que pasa y sobre lo que es, no hace nada distinto de alguien que repitiera como loro las tablas de multiplicar. Cuando se habla sobre la situación del país, por ejemplo, o cuando se habla sobre el carácter de la mayoría de la gente y sus costumbres, no se puede relatar sin juicio como si hubiera un estado puro ajeno a nosotros al que el historiador tiene mágico acceso. «¡Las cosas como son!» gritan muchos sin pensar que todos tenemos que preguntarnos todo el tiempo cómo son. Quien escandalosamente habla sobre las tragedias y el horror del presente, y al doble se altera proyectando las calamidades futuras; y más, que censura a quien habla de lo mejor por ser un «ingenuo» que no alcanza a ver cómo son las cosas; éste es incluso más ingenuo, pues piensa que existen los eventos en su mundo y, apartado pero observando, él que habla de ellos desde el suyo, ambos puros y sin afecciones del otro. Peor aún, quien así habla es un irresponsable, pues fácilmente confunde a quien escucha haciéndolo creer que las cosas que son sólo tienen un modo de ser. Quien así habla supone que la enfermedad sólo es enfermedad, y no que también nos deja ver por contraste la salud. No por ser responsable es alguien sabio, pero está en mejor disposición para aprender. Aprendemos de ese dicho que sería mucho esperar que los irresponsables cambiaran su modo de hablar, pues después de la catástrofe difícilmente darán la cara por lo que dijeron. Después de todo, ellos «¿qué responsabilidad tienen de lo que pasa si sólo nos informaron de ello?». Mejor nos hará a nosotros que vivimos entre el escándalo, escuchar con atención a los que hablaron sobre las cosas importantes con la disposición de percatarse del error en la calma, y responder por él.

«Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. Él te producirá cardos y espinas y comerás la hierba del campo. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo y al polvo volverás!».

Génesis 3, 17-19

Por lo general, cuando se piensa en el trabajo se le juzga de dos maneras opuestas entre sí. Hay quienes consideran que el trabajo denigra al hombre, en tanto que supone la renuncia a su libertad, y hay quienes, por su parte, juzgan que el trabajo dignifica al hombre en tanto que ven en él una forma de apropiarse del mundo.

Ambas posturas parten de supuestos muy diferentes. La primera ve al trabajo como una pena impuesta a quienes se encuentran viviendo en un régimen esclavista, es decir, parte del supuesto de que no hay igualdad entre los hombres, unos son libres, por lo que no tienen que trabajar; y los otros son esclavos pues tienen que realizar las actividades necesarias para mantenerse y para mantener a sus amos.

La segunda postura ve al trabajo como una actividad liberadora, pues mediante lo hecho el trabajador se va apropiando de un mundo enajenado, ésta manera de ver al trabajo tiene como supuesto fundamental a la igualdad entre los hombres, todos necesitan trabajar para ser dignos de ser considerados como tales, quien no trabaja no conoce al mundo, y por ende se va volviendo cada vez más ajeno a éste.

Sin embargo, a pesar de las diferencias que hay entre las posturas antes mencionadas, hay una idea que las unifica, y ésta es la idea de que el trabajo, aún cuando da dignidad al hombre no deja de ser penoso, es decir, implica cierto sacrificio, que provoca cansancio y con ello distancia respecto a lo que resulta placentero.

Así pues, la idea de trabajo en general, tanto si defiende a la igualdad como si acentúa las diferencias, tiene como eje fundamental para su comprensión una marcada oposición respecto al placer, es decir, trabajo es lo que no es placentero, aquello en lo que no es posible encontrar gozo alguno.

Pero, ¿qué tan cierta es esa oposición entre trabajar y gozar con lo que se hace?, ¿acaso la obtención de la dignidad humana no es gozosa?, o lo gozoso es el resultado obtenido una vez que se ha realizado el sacrificio que supone el trabajo realizado.

Entre aquellos que ven al trabajo como una actividad propia del esclavo es claro que el juicio sobre éste no será favorable, absurdo sería pensar que una sociedad esclavista considere al trabajo como una actividad gozosa, y que siendo un hacer placentero se deje en manos de quienes han perdidos su libertad.

Pero, entre aquellos que suelen afirmar que el trabajo dignifica, absurdo resulta que juzguen el valor del trabajo realizado por lo producido con el mismo, porque en ese sentido el trabajo no es el que dignifica, es el medio que permite al hombre ser digno de recibir tal nombre por la apropiación del mundo que le ha permitido el sacrificio realizado. ¿Será que esta última forma de ver al trabajo carece de coherencia, o más bien nos muestra que tan alejada está nuestra idea de dignidad con nuestra idea de lo placentero?

 

Maigo.

Despedida

«El hombre es vil y se acostumbra a todo«

R.R.R.

“… reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo…

L.E.A.

Hoy estoy bastante molesto. ¡Se supone que las cosas no debían ser así! Es el colmo de la desfachatez. Pero supongo que así son las cosas ahora. Seguramente pensarán que soy un anticuado o algo peor. Que la vida no es esa que antaño podíamos permitirnos pensar. Que el mundo ha cambiado y que lo normal, y por ende lo verdadero, es que sea así y que no tendría por qué hacer ningún escándalo. Que cómo se me puede ocurrir a mí, un borracho, sinvergüenza y depravado, poner el grito en el cielo por algo tan natural como lo que presencié anoche. Todo eso dirán y más. De hecho es verosímil que la vida sea así, tal y como dicen que es y como he visto que es en muchas ocasiones. Después de todo, no es la primera vez que soy testigo de escenas como la de anoche, y quizás ya debería estar acostumbrado a ello como todos. De tan cotidiano y visible que es, ya todos están acostumbrados a ese tipo de cosas. En ese caso, y suponiendo que mis modos de ser habituales son en apariencia igualmente viciosos, bien podrían decirme que yo estoy equivocado y que me contradigo. Me dirán que me muerdo la lengua cuando me muestro en desacuerdo con esa normalidad y que nadie tiene derecho a criticar los gustos y los usos y costumbres de nadie, en ningún momento. Todo está permitido y, siendo así, quien suponga que no es así debe ser despreciado. Pero es que no es únicamente la escena de anoche, sino que ésta parece ser sólo el reflejo de algo más grande, lo cual me molesta demasiado. Estoy muy molesto porque, pese a todo es, yo sí creo que las cosas no deben ser así, no está bien que sean así, en cuyo caso, no estoy dispuesto a continuar con todo esto. El mundo va a seguir así siempre y si no voy a atreverme a ir en contra de mis principios arcaicos y pasados de moda, ni a resignarme a que no hay nada que hacer y seguir con una vida sin sentido, lo único lógico que me queda por hacer es huir, escapar ya anímica ya somáticamente, siendo ésta la única posibilidad de hacer algo siendo yo mismo.

Por lo tanto, sea cual sea la huida por la que me decida o a la que me vea obligado a tomar, supongo que esta es una especie de despedida.

Adiós a todos.

Meditación sobre la sabiduría

Desde Heráclito se ha venido diciendo que la mucha erudición no es sabiduría; eso ya es parte del problema.

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011: 1466 ejecutados (hasta el 15 de febrero).

Coletilla: ¿Ya vieron los siempre seguros defensores de las revueltas populares que el día de hoy, en Irán, se realizó una manifestación multitudinaria para pedir la aplicación de pena de muerte a dos personas? ¡La tiranía de la plaza!

CONSIDERACIONES FINALES

 

Terminada la ceremonia salimos de la habitación, regresamos al mundo. Pero el mundo ha cambiado, no es el mismo mundo que cuando entramos a tomar el té. Hay algo diferente, hay una vitalidad, una cercanía. ¿Qué fue lo que pasó durante la ceremonia? ¿Puede, el simple hecho de beber té, cambiarnos la perspectiva del mundo? Evidentemente como todo arte, el cha-no-yu es algo que debe practicarse, debe realizarse continuamente buscando la perfección. Se dice que los maestros Zen tienen la habilidad de inyectar vida a todo lo que hacen, incluso lo que pareciera más sencillo y trivial como tomar té. Y esta es una de las verdades del Zen ya que en la cotidianidad, en lo de todos los días, ahí en lo que parece ser lo más sencillo, ahí está la vida y la Realidad Última buscando ser descubierta. Pero no es tan sencillo, como no es tan sencillo el hecho de tomar té, y sí lo es.

A estas alturas pareciera como si habláramos en ko’an al decir que tomar té es sencillo y no es sencillo. Evidentemente es un rito, pero más que rito queremos designarlo como una práctica estética – así como la meditación, pero recordando que para la cultura japonesa del budismo Zen, el arte no es algo separado de la esfera religiosa ni de la vida misma. El arte es vida. En el arte nos encontramos con la vida. Para explicar esto recurriremos a la variación del arte del té de Seisetsu conocida como el “no-té.”

El no-té es el hecho del té – y el hecho de cualquier acontecimiento de la cotidianidad – en su grado más alto de Zen, si es que se puede decir así. Hay un acontecimiento designado con el nombre de té; pero como acontecimiento oscurece y nubla nuestra visión y hace más difícil que podamos penetrar en él – por eso lo que debemos hacer es vaciarlo, recurrir al Sunyata –, pues cuando se es conciente continuamente de realizar el arte llamado “servicio de té,” este simple hecho de conciencia fuerza cada uno de nuestros movimientos. Le ponemos demasiada atención, lo que produce una artificialidad que se empapa de esa realidad escindida por los opuestos, bueno-malo, nacimiento-muerte, té y no te. “El filósofo Prajna diría: <<el té sólo es té cuando el té es no-té>>”[1] Esto es similar al artista que quiere pintar bambúes y su maestro le dice que dibuje bambúes durante 10 años, que se convierta en bambú y, después, cuando quiera dibujar, que se olvide de todo lo que aprendió sobre los bambúes. Esto es el Zen, olvidarlo todo, incluso el budismo, incluso la vida, para poder dar con la vida y con el budismo: con la Realidad Última.

De aquí que cuando el gran maestro del té Rykyu dice que “el arte del cha-no-yu consiste simplemente en hervir agua, hacer té y beberlo,” está diciendo la verdad y no la está diciendo. Pues para llegar a ese grado de perfección del arte, hace falta cultivar todo lo que ya se vio que requiere el arte del té. En especial la sinceridad y la sencillez, pues como apunta el Zen, en la cotidianidad, en lo pequeño es donde encontraremos el Satori – pero siempre con todo un proceso mental y un esfuerzo contemplativo detrás. Por eso, creemos, es necesario saber de dónde viene el Zen y a dónde llega, pues es sobre esa base donde fundaremos nuestras experiencias de Satori y de Iluminación.

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Kalupahana, David J., Buddhist Philosophy: a historical analysis, Honolulu, The University Press of Hawaii, 1976, pp. 189.

 

Maspero, Henri, El taoísmo y las religiones chinas, Trad. Pilar González España y Rosa María López, Valladolid, Ed. Trotta, 2000, pp. 636.

 

Okakura, Kakuzo, El libro del té, Trad. Norberto Tucci, Madrid, Ediciones Librería Argentina, 2006, pp. 98.

 

Riviere, Jean M., El arte zen, México, D. F., Instituto de Investigaciones Estéticas UNAM, 1963, pp. 180.

 

Suzuki, Daisetz T., Budismo zen y psicoanálisis, Trad. Julieta Campos, México, D. F., FCE, 2008, pp. 152

 

Suzuki, Daisetz T., El zen y la cultura japonesa, Trad. María Tabuyo y Agustín López, Barcelona, Ed. Paidós, 1996, pp. 332.

 

Watts, Alan, El camino del Tao, Trad. Horacio González Trejo, Barcelona, Ed. Kairós, 1979, pp. 180.

 

Watts, Alan, El espíritu del Zen, Trad. Zohar Ramón del Campo, Buenos Aries, Ed. Kairós, 1976, pp. 155.

 

 


[1] Ibid, p. 208

Elige tres títulos por favor

¿Año nuevo, vida nueva?

Cierto es que el año hace ya algún tiempo que comenzó –hace 46 días con exactitud–, sin embargo no puedo dejar pasar la oportunidad de hablar de una de las creencias que colorean hasta en el rostro del más pesimista, la posibilidad de un nuevo horizonte. Ésta es, la ocasión de hacer un cambio de veras radical en su vida.

Se cree que cuando al calendario se le desprende la última hoja, hay una extraña pero certera magia que hará que las cosas a partir de la colocación de uno nuevo, podrán lucir diferentes. Creencia basada en cuestiones poco atinadas que, según creo, tienen más relación con promocionales de fin de año o con el cursi sentimiento de temporada, que con asuntos cabalmente viables. Ahora, como lo dicho, el cambio de cosas que se espera en la nueva vida que correrá a partir de la primera hoja es ya bien de actitud, apariencia, rutina, inmuebles o posesiones y el más común de todos: de situación sentimental. De hecho, el lugar común de Año nuevo, vida nueva, es prácticamente por antonomasia el antojo de cambiar de aires emocionales. El nuevo año, se espera, traerá consigo un nuevo y mejor motivo sentimental.

Claro que el cambio que se espera cada madrugada del año nuevo debe ser benéfico, debe tender a la perfección, en supuesto el cambio mejorará la vida llevada hasta entonces. Así, la cosa a preguntarse aquí no es el por qué de la necesidad del cambio de vida, pues creo que eso es algo medianamente evidente, ni es cómo se ha decidido ello, por la misma razón; sino, la pregunta seria es ¿es tal cambio en verdad posible?. La respuesta a quemarropa es no, no si pensamos en lo pasado como cosas que sucedieron –en la acepción prístina de la palabra– a lo actual y que, necesariamente, constituyeron el presente. Como la roca que ha sido arrastrada por la corriente de un río y que su forma ha sido delineada por el invariable golpear con otras. La roca es lo que es, porque su arrastre así la conformó, es ella por su tránsito. Pero la respuesta a quemarropa no me persuade –quizá tampoco me conviene– tan fácilmente, aún así, la respuesta elaborada habrá que revisarse. Si bien es cierto que no se puede comenzar repentinamente cual tabla rasa cuando se ha arrastrado toda una serie de hechos, dicen que la decisión de actitudes que se tomarán con la idea de Año nuevo… es algo en lo que sí se puede incidir, y ¡listo! …vida nueva. Mas la respuesta aunque supuestamente elaborada es tramposa a la vez, dado que se decide qué habrá de hacerse pero no qué pasó, lo pasado es eso, lo pasado y sobre éste no se puede hacer nada. El problema del suceder de nuevo. Y si ya hemos aceptamos que la vida presente se concretó necesariamente con lo que se ha pasado, es decir, que el presente es la mera consecución de lo realizado, entonces la vida presente no podría modificarse estrictamente en ningún sentido si no se altera esencialmente el pasado. Lo cual, ciertamente, no es posible. Pensando en que cada acción tomada por más novedosa que parezca, implica un tipo de experiencia previa que sostendría el hecho de tomarla, que aunque se quisiera ser impredecible, se podría predecir que se quiere ser impredecible de acuerdo a lo que pasó. Así que eso de Año nuevo, vida nueva, puede ofrecer aliento o esperanza para los más, pero no se acerca ni un poco a un cambio real. Así que ni la otra respuesta puede sostener la posibilidad de un cambio. Un cambio de actitud quizá, pero sería sólo una mudanza fingida u obligada muy a la mala. Aunado a ello, está la pregunta coloquial de si auténticamente las personas cambian. Los paranoicos creen que no, pero los avispados creen algo similar.

Los libros de superación personal, tan estimados por todos, dictan que un cambio de actitudes son suficientes para un transformación de vida, que dejar el mal humor o las tendencias suicidas hacen un cambio de vida. Digo, no lo dudo, pero la vida se innovaría únicamente a partir del momento de la decisión, de lo anterior –el pretérito también es parte de la vida– queda la obstinada acción de recordar. Y recordar no sé qué tan favorecedor le sería a una pretensión de vida nueva.

No sé, pues, si el cambio de vida radicaría en un acto puramente volitivo, tener el deseo bárbaro de ser otro y que luego eso pase, así sin más. No me parece que el pasado se pueda echar por la borda con el hecho simple de así quererlo, el futuro sí parece prestarse a ello, se construye una posteridad a cada instante sin esperar a que sea el último día del año. Empero, de allí a que en realidad se pueda hacer un cambio radical ya es cosa harto distinta. Modificar o incidir en el futuro, según la sentencia Año nuevo, vida nueva, podría ser cambiar de vida, pero sólo parcialmente.

La cigarra