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La decadencia del erotismo

Se supone que hoy debo hablar de erotismo. ¿Por qué? Francamente no lo sé. Yo no soy ningún experto en el tema ni tengo especialización alguna al respecto. Existen teóricos que han abordado el tema de manera profunda, haciendo análisis cuidadosos de la experiencia erótica en la vida humana y adentrándose en asuntos que tal vez no todos tenemos en la cabeza cuando pensamos en el erotismo o cuando nos vemos involucrados en alguna de las maravillosas experiencias de ese tipo, pero que son fundamentales para comprender mejor el papel que juega lo erótico en las vidas de cada uno de nosotros, siendo aquél (el erotismo) una de las bases de toda vida humana, quizás, y que en ese sentido ninguna vida podría ser considerada humana si prescindiese del contacto con lo erótico. Asuntos de matiz estético, antropológico, psicológico o inclusive metafísico son descubiertos o sugeridos dentro de los discursos expertos acerca del erotismo. Yo no puedo decir mucho al respecto, pues si he de ser honesto, desconozco los discursos de ese tipo y, si lo que se supone que debo hacer aquí en este momento es presentar una reflexión acerca del erotismo en algún pensador, filósofo, psicoanalista, artista, esteta, antropólogo, literato u otro, entonces creo que debería detenerme, dejar de escribir y apagar mi computadora para entregarme a alguna otra actividad de la que tenga mayor noticia. Otra opción que tendría sería la de escribir de cualquier otra cosa que tal vez no tuviera mucho que ver con el tema del erotismo, e inventar algún pretexto para conectar lo dicho con aquél. Tampoco voy a hacer eso, aunque he de reconocer que más de uno estará pensando que es precisamente lo que estoy haciendo al dar tantos rodeos. Eso no lo puedo evitar así que ya ni modo.

Si no se han retirado y continúan leyendo las palabras que ahora escribo, me alegro porque sí les voy a decir algo del erotismo. No voy a llenarlos de citas de libros ni de frases de los sabios ni de referencias a películas ni nada parecido, pues eso cada quien lo puede buscar por su parte (iba a escribir “solo”, pero no, porque lo erótico siempre se ve mejor justamente cuando uno no está solo). En fin, lo que voy a hacer aquí es presentarles mi opinión llanamente respecto de lo que, según yo, es la decadencia del erotismo que vivimos al día de hoy.

Lo erótico puede verse desde dos puntos de vista por lo menos: el cotidiano, popular, vulgar o de moda (estadísticamente hablando); y el culto, erudito, experto, serio y de moda (ya sin tanta carga estadística). Este último es el que muchos pregonan cuando quieren causar una gran impresión en el auditorio, sea éste íntimo o público, singular o plural, adolescente o adulto, masculino o femenino. Cuando alguien quiere presumir de sus cualidades intelectuales o literarias ante alguien, un tema que deja buena impresión cuando se aborda bien es precisamente el del erotismo. Que si lo erótico es el puente que nos permite a los seres humanos superar el estado de soledad en que nos encontramos todos, llegando a vislumbrar la plenitud dentro del éxtasis que nunca podremos alcanzar más allá de esos instantes, cuya fugacidad nos recuerda nuestra propia finitud y mortalidad. Que si el erotismo es ese aspecto de nosotros mismos que la vida en sociedad se ha encargado de reprimir y ocultar debido a que es el único en el que podemos decir con justicia que somos libres. Que si, por eso mismo es el aspecto que debemos buscar y fomentar si es que queremos ser más plenamente humanos, es decir, que el erotismo es el que nos puede ayudar a soltarnos de las pesadas cadenas de la racionalidad excesiva para abrirnos el horizonte hacia la verdaderas fuerzas que mueven el mundo de lo humano. Todo eso se puede decir, ciertamente, y, si el que lo dice lo sabe decir, muy probablemente cautivará a más de un individuo y dará la impresión de ser inteligente, culto y tantas otras cosas. La gente inteligente, liberal e intelectual habla de erotismo, y de su frecuente compañera la sexualidad, sin pelos en la lengua y en su justa medida. Además, todo eso que se puede decir puede tener su sustento en alguna experiencia o vivencia de lo erótico que los escuchas de los discursos bien pueden reconocer como similar a la suya propia, y es que cuando intentamos reconocer nuestras experiencias con lo erótico en algún discurso que verse sobre el tema, es fácil que estemos de acuerdo con casi cualquier discurso que hable al respecto sin caer en lo grosero, debido a la obnubilación del juicio que suele acompañar a las experiencias con lo erótico. Basta con que las palabras rocen siquiera las mismas pasiones que son estimuladas por lo erótico para que estemos dispuestos a admitir que se está hablando de lo mismo. De allí que lo erótico en las palabras, las imágenes, las obras, los actos, o lo que sea, tenga tanta fama y popularidad. Y si lo que se dice vincula a lo erótico con otros planos de la realidad, seguramente les haremos caso, y tal vez esté diciendo alguna verdad, pero eso es otro asunto.

La popularidad y la fama de que gozan quienes saben hablar acerca del erotismo nos lleva a hablar del otro punto de vista que mencioné antes, el cotidiano, popular o vulgar, esto último sin tono despectivo. Como ya dije, es muy frecuente que se vincule al erotismo con lo sexual, y es en esa vinculación en donde podemos encontrar a este punto de vista. Cotidianamente, la opinión que se tenga del erotismo o de lo erótico, va de la mano con la opinión que se tiene del sexo, y resulta que la opinión que tenemos del sexo no es siempre la misma: a veces pensamos en lo sexual desde la consideración de la belleza que hay en ello, y a veces lo pensamos desde el pudor y la ausencia de éste, es decir, desde lo impúdico. Por ende, el erotismo a veces parecerá bello, portador del ritmo y armonía característicos de la vida, y a veces nos parecerá ofensivo y opuesto a todo recato y decoro. Lo que sucede, a mi parecer, es que lo sexual no sólo se relaciona con lo erótico, sino también con lo pornográfico y, en el contexto económico en que nos encontramos, con el negocio, pues el sexo es una mercancía más. Cierto, el sexo y el erotismo pueden apuntar hacia el germen de toda vida, hacia la más excelsa experiencia que como seres limitados podemos llegar a tener, pero también, y esto en muchas ocasiones, hacia el morbo, que es la atracción o afición por lo desagradable u obsceno. En ese sentido, soy de la opinión que desde este punto de vista, el que he decidido mentar popular o cotidiano, lo erótico a veces se comprende como aquello fascinante o encantador, y en otras ocasiones como algo impúdico e irreverente, desafiante de las buenas costumbres y cosa de morbosos.

Desde mi particular punto de vista, creo que ambas perspectivas, la culta e inteligente y la popular y cotidiana se complementan, pues no podría haber ese prestigio intelectual y cultural de quienes tratan el tema sin la fascinación popular por lo que, sin dejar de ser misterioso en cierto sentido, representa un desafío al rigor inmovilista de ciertas corrientes.

Ahora bien, resta explicar por qué me he referido a todo esto como algo decadente. Pienso que la manera de comprender al erotismo que se deriva de todo lo que aquí he dicho es la de que el erotismo aparece como algo lejano a nuestras vidas; como cosa de personas especiales y en cierta medida superiores al común de las personas que no dejan de vivir sometidos a una multitud de reglas y lineamientos de vida (ya civiles y sociales, ya morales y éticos, ya religiosos o ideológicos). Es decir, el erotismo no se deja de entender como algo que, al menor originariamente, debería estar prohibido o por lo menos escondido, algo que no se debería ostentar sin ton ni son, sino ser tratado con respeto, a veces con miedo. Todo ello ocasiona que, en ocasiones, quienes se sienten parte de esos pocos que sí pueden hablar de lo erótico o de manera erótica, sin ningún problema, volteen a ver desdeñosamente al conjunto de párvulos que viven llenos de vergüenza por sí mismos, y que éstos, a su vez, vean como algo extraño y fascinante a aquéllos. En ese sentido el erotismo está en decadencia, según yo, por la extrañeza con que se le mira y asume, pues, incluso quienes fomentaran una vida desenvuelta y libre de prejuicios ante lo erótico (y ante lo sexual en general), estarían pasando por alto la presencia innegable, en mayor o en menor medida, algún aspecto de la vida humana.

Despedida

«El hombre es vil y se acostumbra a todo«

R.R.R.

“… reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo…

L.E.A.

Hoy estoy bastante molesto. ¡Se supone que las cosas no debían ser así! Es el colmo de la desfachatez. Pero supongo que así son las cosas ahora. Seguramente pensarán que soy un anticuado o algo peor. Que la vida no es esa que antaño podíamos permitirnos pensar. Que el mundo ha cambiado y que lo normal, y por ende lo verdadero, es que sea así y que no tendría por qué hacer ningún escándalo. Que cómo se me puede ocurrir a mí, un borracho, sinvergüenza y depravado, poner el grito en el cielo por algo tan natural como lo que presencié anoche. Todo eso dirán y más. De hecho es verosímil que la vida sea así, tal y como dicen que es y como he visto que es en muchas ocasiones. Después de todo, no es la primera vez que soy testigo de escenas como la de anoche, y quizás ya debería estar acostumbrado a ello como todos. De tan cotidiano y visible que es, ya todos están acostumbrados a ese tipo de cosas. En ese caso, y suponiendo que mis modos de ser habituales son en apariencia igualmente viciosos, bien podrían decirme que yo estoy equivocado y que me contradigo. Me dirán que me muerdo la lengua cuando me muestro en desacuerdo con esa normalidad y que nadie tiene derecho a criticar los gustos y los usos y costumbres de nadie, en ningún momento. Todo está permitido y, siendo así, quien suponga que no es así debe ser despreciado. Pero es que no es únicamente la escena de anoche, sino que ésta parece ser sólo el reflejo de algo más grande, lo cual me molesta demasiado. Estoy muy molesto porque, pese a todo es, yo sí creo que las cosas no deben ser así, no está bien que sean así, en cuyo caso, no estoy dispuesto a continuar con todo esto. El mundo va a seguir así siempre y si no voy a atreverme a ir en contra de mis principios arcaicos y pasados de moda, ni a resignarme a que no hay nada que hacer y seguir con una vida sin sentido, lo único lógico que me queda por hacer es huir, escapar ya anímica ya somáticamente, siendo ésta la única posibilidad de hacer algo siendo yo mismo.

Por lo tanto, sea cual sea la huida por la que me decida o a la que me vea obligado a tomar, supongo que esta es una especie de despedida.

Adiós a todos.

El Hombre que Apenas Vivía

Ahí tienen a un hombre que salió temprano de visitar a su madre en su casa. Iba a las prisas a encontrarse con Guifo, un sujeto que conocía desde hacía mucho tiempo y que ahora le había pedido consejo porque estaba pasando por días muy difíciles. Se verían, como lo habían hecho un par de ocasiones, en un barcillo por el Paso de las Guirnaldas y charlarían. Seguramente ese pobre, pensaba el hombre, no tiene a nadie con dos dedos de frente que le ofrezca un par de oídos y otro de valiosos comentarios, y obviamente tiene que sacarme a mí de mi rutina.

Cuando la conversación ya llevaba varias vueltas, Guifo contrajo con una mueca la cara, deteniendo el llanto, y dijo:

-Lo peor es que no disfruto lo que normalmente me gusta, ahora estoy sufriendo todo el tiempo. Y me da vueltas en la cabeza la idea de que me lo merezco, porque por mucho tiempo lo preví sin hacer nada para evadirlo.

-Mira, es mejor que no te preocupes por nada. -dijo el hombre que había estudiado el pensamiento de todos los hombres con nombres pronunciables en occidente.- Los hombres estamos hechos para vivir sufriendo: nadie puede entender por qué vale más la pena suicidarse temprano, antes de haber pasado por toda esa pena que se tenía que evitar.

-Si me estás diciendo que me mate, mejor vete tú al diablo, porque eso no soluciona nada.

-No, no entiendes. Más bien te estoy diciendo que no puedes suicidarte, porque no entiendes que la vida es sufrimiento. Antes, tienes que pasar por esto que te está haciendo tanto daño. Y para cuando entiendas (si acaso lo haces), será demasiado tarde.

-¿Cómo es que sabes esto?

-Lo sé. Yo he estudiado mucho: esto lo explica muy claramente Glèareau en su Respiro y Resfrío, donde dice que «la Muerte es una risueña estafadora, cuyo máximo engaño es hacerte pensar que su trato es una estafa, hasta que la tienes encima y te das cuenta de que todo el tiempo había sido el mejor negocio, ahora desperdiciado».

-¿Cómo, es que tú piensas matarte?

-¡No! Claro que no.

-Pero estás diciendo que eso es lo mejor, ¿no?

-No, ése es el encanto. Yo tampoco lo he entendido.

-Pues se ve que yo menos. No me figuro cómo puedes darte cuenta si no lo has captado.

-No es tan difícil, porque vivimos en una ilusión. Cuando te das cuenta de que la ilusión de la vida sólo tiene sentido porque está colindando con la muerte, entonces se hace claro.

-Tendrás que traer para mí desde ultratumba tu conocimiento si quieres que te siga.

-Mira, tú me dices que has dejado de poder disfrutar tu vida, y que ahora hasta la comida te es insípida.

-Lo he hecho, antes…

-Bien. Pues eso es parte de la ilusión. El dolor y el sufrimiento son opuestos al gozo y el placer, ¿no?

-Sí, son contrarios.

-Bueno, pues cuando te places de algo, te das cuenta de que tu dolor no existe; pero eso mismo sucede en la situación contraria: ahora que estás tan acongojado, ni siquiera la comida que sabes que te gusta logra agradarte.

-Cierto.

-Eso no tiene sentido, a menos de que veas que lo que sufres es parte de todo el juego: la vida completa es un juego cruel en el que sólo disfrutamos en contraste con lo que sufrimos. Ésa es la raíz de la ilusión: la carne no puede sufrir ni gozar, sólo puede descomponerse. Pero la única manera de darse cuenta de eso, es viviendo la experiencia dolorosa de seguir existiendo mientras creemos que en algo tiene sentido que existamos.

-¿Y para qué querría yo saber eso?

-Si te interesa saber cómo son las cosas, así son. Si quieres seguir pensando que tu dolor es muy importante, pues allá tú.

-No, me refiero a ¿por qué quieres tú saber eso?

-Ya te dije, porque así son las cosas.

-No, no me has dicho. Si las cosas son así, ¿por qué alguien querría algo?

-Estás diciendo necedades: la tragedia de la vida es que no podemos darnos cuenta de que no tiene sentido, pero no tiene sentido.

-Seré muy necio, pero reconozco a un campeón cuando lo veo y la tuya es una muy valiente victoria: siendo que la vida, según tú, nos «engaña» haciéndonos creer que no tiene sentido, tú y el tal Guglabú ése que lees le van ganando por varios metros en la carrera.

-Bueno, si te quieres hacer el chistoso, puedes hablarle a algún otro. Yo no tengo tiempo para esto.

-No, espera, quiero que me digas algo: si la muerte es el gran negocio de la vida, ¿qué se gana con él?

-Mucho menos sufrimiento, para empezar. No tendría nadie por qué pasarla tan mal como tú dices que la pasas.

-¿Y no es que una ganancia ilusoria es lo mismo que no ganar nada?

-Pero si lo comparas a estar sufriendo en la ilusión…

-No, no lo compares, porque estar vivo y estar en la ilusión no son lo mismo.

-Por eso no entiendes nada: claro que son lo mismo.

-Bueno, entonces no veo el problema.

-¿Cómo?

-No veo razón para no preocuparme por mi dolor: si yo vivo en la ilusión, entonces soy tan falso como lo que siento, y si lo que siento es para mí, el Fantasma Mundano, dolor y placer, entonces tan verdaderos son para mí ambos como lo son para cualquiera que se supusiera verdadero. Y como yo vine a hablar contigo y no a hacer como que hablaba, mejor ya me voy.

-Bueno, no me importa. Pero escucha por último: tus creencias bonitas y tus ideales cómodos te anclarán a este mundo, pero tarde o temprano te vas a dar cuenta como yo, de que siempre es demasiado tarde y, ya que estés viejo, vas a saber que no valía la pena vivir.

-Asunto arreglado: mientras tenga elección me aseguraré de que vivir no sea penoso.

De lo que tengo miedo es de tu miedo.

 

Hay quienes descuidadamente se atreven a afirmar que la vida es miedo, quizá indicando con ello que el miedo es lo que mueve al hombre. Por miedo se reúne un individuo débil con otros tantos, igual o más débiles que el primero, al menos eso dicen algunos defensores del miedo; hay otros más temerarios que sin tapujo alguno afirman que es debido al miedo que deseamos haya paz sobre la faz de la Tierra.

Decir que la vida es miedo, es decir que nos movemos debido al miedo, el deseo de protegernos de todo aquello que nos atemoriza nos hace huir de lo temido, armar fuertes y encerrarnos en ellos con tal de que lo temido no pueda alcanzarnos nunca.

La atemorizada carrera que se emprende ante lo temido, da mucho para considerar que el miedo es lo que nos mueve, que es lo que nos guía en la vida. Sin embargo, hay un aspecto del miedo que parece no haber sido experimentado por aquellos valientes que consideran a sentimiento tan poderoso como el hacedor del mundo, me refiero al miedo que paraliza.

Ese miedo que paraliza me parece más genuino que aquel que mueve al hombre para huir de lo que lo amenaza, quien busca escapar aún ve una esperanza de sobrevivir, quien se queda paralizado ha sido tomado completamente por el miedo, y si acaso se mueve su cuerpo es debido a que éste ya no puede contener el temblor que ha invadido a su alma, debido a que ya no encuentra esperanza o posibilidad alguna de salir airosa una vez que se he enfrentado a lo que le teme.

Considerando al miedo como un sentimiento que se apodera del alma y, no le permite moverse como para siquiera ver la posibilidad de sobrevivir ante aquello a lo que se está enfrentando, me parece bastante absurdo que haya quien considere a tal sentimiento paralizante como el origen y fuente del movimiento que caracteriza a la vida.

Quizá quienes ven en el miedo la causa de lo que somos nunca lo han sentido realmente.

 

 

Maigoalida.

 

Miedo

«… es lo que debe tener la vida…«

¿Acaso no tienes miedo? ¿No es cierto que has sentido miedo? Puedes ser sincero conmigo, no te preocupes. Sea cual sea la respuesta que me des, no te juzgaré. No podría hacerlo, lo sabes bien. Además, los dos conocemos la respuesta, pese a tusmúltiples intentos por ocultarlo. Puede notarse en tu mirada esquiva que sí tienes miedo, demasiado miedo; y que siempre lo has tenido. Sientes un miedo infinito por lo que te espera, por lo que nos espera, como lo has tenido desde que comenzó la asunción, hace ya tanto tiempo. A decir verdad, yo también tengo miedo, mucho miedo. Y es que, ¿qué no es eso la vida? Un miedo constante e intermninable por todo. Todos vivimos temiendo. Sentimos un inmenso temor. Temor ante las pérdidas, ante las derrotas, ante los sufrimientos y las separaciones, temor por los fracasos. Tenemos miedo de los demás, de las consecuencias de nuestros propios actos y modos de ser. Le tememos a la soledad y le tememos al error. Tenemos miedo ante la muerte y miedo ante la vida. ¿Y existe algo más allá de estas dos? ¡Por supuesto que no! Por eso es natural que tengas miedo. ¡Mírate! Tienes ganas de gritar y de escapar corriendo ahora mismo. Pero no se puede escapar nunca del miedo, pues no hay nada más que él. La vida es miedo y la muerte también. Cierto, podemos fingir que no es así. Podemos pretender que la vida es hermosa y segura, que nada hay que temer en ella, y que, por su parte, la muerte no existe. Por supuesto que habrá muchos que acudirán a refugiarse en esta imagen del mundo, adornada con argumentos ficticios y multicolores que brindan tranquilidad a nuestros corazones. A nuestros vacíos y pavorosos corazones. Pero eso es puro miedo. Y es que el vacío nos es temible, el vacío que somos todos y cada uno de nosotros. Intentos frustrados de lograr una perfección inexistente. ¡Mentira infame ésta, que quiere orientar los caminos de nuestras vidas! Pero mentira, al fin y al cabo, pues no hay otra realidad que el miedo. Es éste el que nos da identidad y nos mueve, incluso a imaginar e inventar esos mundos de color rosado en que no estamos solos ni indefensos; en que todo tiene su razón de ser, asible por completo para nuestro entendimiento. Es el miedo el que nos constituye y nos hace ser quienes somos, lo que somos, en todo momento.

Es hora de que lo afrontes, eterno acompañante, pues no podemos seguir así siempre. Debemos dejarnos llevar por el miedo que nunca se ha ido desde el primer encuentro con ella y con nosotros mismos. Será mejor que lo enfrentes, de que asumas que ella es lo único que hay para ti, que el miedo es el camino que a ella conduce, y entregarte en un abrazo, eterno y lleno de miedo, así seremos dignos de ella, por fin.

(El desconocido levanta la cara y dirige la mirada al espejo que está colocado frente a él y en el cual se proyecta su imagen, que es quien le ha dicho todo lo anterior. De repente, la imagen desaparece del espejo y una obscuridad completa aparece en su lugar. En cuanto a él, cae de rodillas en el piso de la habitación con las manos cubriendo su rostro, emitiendo sollozos espantosos y repletos de miedo. Pasa un par de minutos sin que suceda nada, hasta que también él desaparece, junto con la habitación y todo lo que le rodeaba, en la obscuridad de otro espejo, ese en el que aparece la vida, reflejo deforme y cobarde de la hermosa y temible muerte).

Por A. Cortés:

Por ser este escrito una respuesta, pido al lector que tenga bien presente el texto de Martinsilenus al leer aquéste.

Heaven make thee free of it!

Mientras leo el escrito de Martinsilenus, me pregunto si acaso es resabio de la tragedia shakespeareana el sentimiento de arrojo sin sentido que parece permear cada letra suya; o si no será por ella que el hombre que vese reflejado en el espejo de la vida refuerza su vital apego al mundo. ¿Qué será esto que obra el poeta en el alma con su Hamlet?

Parece ser la sugerencia que es la belleza “terrible” la que infunde en nuestro ánimo la sensación de pequeñez que nos expone como espíritus simples, débiles y quebradizos. Es ésta una belleza erigida como monstruosa gigante, alejada de todo alcance humano, y brillante con un fulgor que quema por dentro los ojos. Si trata de tenérsele como botín, rebasa toda jaula y destruye todo abrazo: es inapreciable e inapresable. La mirada mortífera de la belleza actúa inmediatamente sobre la lengua y la paraliza, y todo aliento se estanca en la boca del estómago en un súbito espasmo. Si no es así que actúa sobre nosotros, ¿por qué nombrarla terrible?

Acaso es ésta la belleza supuesta por los enfermos de romanticismo, y por los moribundos del veneno de un amor que, como a Hamlet, carcomen por mucho tiempo. Y debe de ser mucho el sufrimiento de esta índole que, aunque los pensamientos del amor que lo provocan sean veloces como el impulso de su venganza, perdure por tanto tiempo. Es una fuerte corrosión que no termina, un alarido doloso que con cada ápice que decae la voz, se fortalece. Quien sufre de este mal sólo mira en la hermosura su sentencia de muerte. Pero sólo es posible entender así la belleza si se vive como Hamlet: no como el espejo de la tragedia shakespereana, sino como uno de sus personajes. Hace falta haber sido injuriado por la más voraz afrenta para que la vida de verdad valga tan poco, y para que la hermosa y joven Ofelia nos parezca la más lúcida imagen del destino perdido.

¡Pobre de esta joven!, grita Martinsilenus. No hacemos nada, y la vemos perecer, hundidos en la impotencia: eco de la vida propia. Eso es ciertamente doloroso y pesado; mas no es la señal que recuerda lo vano de tener algo por sagrado; muy al contrario, es la imagen que lo subraya y enaltece. Que el hombre pueda tener algo como sagrado, y que le sea tan terrible el arrebato del canto de la joven, muestra que lo sacro es por él adorado sin otro móvil que su natural impulso; no puede más que ser en definitiva, una de las más asequibles muestras de una frágil belleza que se tiene con cuidado. Es una belleza tierna y cálida, maravillante y de dulce sonrisa, que no quema los ojos sino que les da más brillo. No grita ensordecedoramente, canta. Después de haberla visto, las cosas no parecen secas y viejas, no se caen los edificios como escombros mal cimentados; sino que todo parece más fuerte y verdadero. Hamlet es la imagen de quien tiene desde el inicio el veneno en su sangre: no puede más que contemplar en la belleza el signo de la decadencia de lo humano, es la “terrible” belleza. Muy por el contrario está la bella Ofelia, frágil y delicada, que nos hace sentir que no hay cosa que se mantenga siendo la misma después de su última voz en la tragedia, canto fúnebre dirigido al Cielo.

La belleza, que no es lo mismo en Hamlet o en Ofelia, tampoco es lo mismo para Shakespeare; y si en algo concuerdo con Martinsilenus es en que no es posible concluir de Hamlet que a la muerte se reduce todo. Parece que el contraste es necesario en el sentido de la tragedia, y que la confrontación de éste es en realidad un encuentro con nosotros mismos. Es un choque entre fuerzas que no se dejan ver plenamente distintas, ni se separan para tener cada una su voz: son la misma tragedia. Parecería que la tragedia verdadera no podría ser espejo de la vida, sino más bien, una multitud de espejos de lo humano que enhilan las vidas y acciones grandiosas lanzando en todas direcciones rayos que alumbran ora esto, ora aquello. A veces la venganza nos dice mucho de quiénes somos, a veces los banquetes, y a veces las negras noches fantasmales.

Si doy por cierta la declaración que hace Martinsilenus de que dijo puras mentiras, entonces todo lo anterior deja de ser diálogo para convertirse en un monólogo inspirado por lo que de él leí en el blog, y parece que eso esperaría de mí porque atribuye el mismo grado de mentiroso a Shakespeare cuando él lo lee; pero si, como poeta, en lugar de mentir él imita para decir alguna verdad que no se deja decir en prosa directa, entonces lo que aquí digo no está solamente lanzado hacia la nada (arrojado al mundo), sino que tiene un sentido y responde a alguien que hablando con nosotros se deja ver en alguna medida y después, como imagen fantasmal impresa en la obscuridad de la noche, se desvanece sin contestar escapando de ser interrogado sobre la verdad más importante.