Tag Archive: recuerdos


¿Y si olvidar es la única opción?

Cuando la suerte estuvo echada fue publicado por Tlilcóatl.
 
En supuesto la idea del estudio de la Historia es que una vez reconocido y analizado el pasado, se aprenda de él para comprender el presente y avizorar el futuro; dicho ciclo se ve truncado al percatarnos de la incertidumbre con la que caminamos por las sendas del tiempo y de la duda que nos acosa al intentar plasmar algo sobre el libro histórico. El asunto es aún más extraño puesto que mientras se hace Historia –Historia con “H” mayúscula, la historia del día a día es un tanto más nimia, aunque claro que la Historia se compone de historias– no se cae en cuenta de que se está haciendo, es decir, cómo saber que lo que haces en el ahora como una consecuencia obvia de alguna buena causa va a ser algo trascendente, como si el que se estuviera haciendo fuera sólo un hecho más, de este modo las historias no son Historia hasta que algún grupo determinado de hombres arbitrariamente eligen una historia para que se convierta en Historia y quede redactada de un modo, según dicen algunos, fiel y con miras a su permanencia. De igual modo causa extrañeza su estudio, ya que al igual que cualquier otro problema de índole más bien epistemológico, éste conlleva la vacilación; además del peso terrible que carga la Historia como el saber si lo que se lee es verdad y no una deducción más mítica que verídica de lo que acaeció –apelando a la corriente constructivista–; o si creemos que lo que se lee tiene que adaptarse a un contexto espacial y temporal, el estudiar Historia sería un acto totalmente anacrónico, obstinado y en otras palabras, casi inútil. Luego pues, avizorar el futuro, con lo que se ha dicho líneas arribas, deja mucho que desear. –Añadámosle la posibilidad de mirar los acontecimientos como circunstancias meramente azarosas, en donde resulta inasible o impredecible lo venidero–. Ahora bien, parece que la Historia al dejarse plasmada ya sea por una tribu remota con algún gráfico ambiguo o por hombres civilizados en libros con pastas de oro, pretende alcanzar un fin. Nadie escribe sin intención de ser leído, esta es precisamente una de las características de la escritura. Qué fin pretende, esa ya es una cuestión un tanto más oscura que a primera vista podría resolverse con lo antes dicho acerca de su avizoramiento y su presuntuosa comprensión del presente; pero cabalmente no encuentro una razón de verdad para dejar el referido testimonio.
Entonces, en qué sentido se puede tomar la Historia como un estudio serio, bien conformado y constituido por esquemas aceptables, siendo que sus sustentos parecen ser dubitables, no tiene una finalidad práctica de adivinación ni tampoco parece brindar una enseñanza, en el sentido del que tentativamente veíamos una especie de anacronismo. Lo que entrega es sólo especulativo.
Parece que olvidar es la única opción.
La Historia bien puede ser mirada como una bonita narración medio ilustrativa y correctamente redactada, pero de ser tomada así, pierde sentido y casi cualquier película o cuento –sin importar su autenticidad– harían el papel de la Historia –quizá hasta de un modo más didáctico o entretenido–, se creería que para resolver dicho problema se puede evocar a una base empírica que le daría realismo, pero mucho de lo que se halla en la Historia no tiene ningún sostén más que la buena fe. Habríamos que pensar si dicha ciencia se abstiene de entrometerse y mezclar sus conocimientos con intereses políticos o sociales, pero por la salud mental de todos, creeremos que sí –aunque la experiencia nos refiera otra cosa–.
Nuevamente parece que olvidar es la única opción.
No nos alecciona, no nos previene, no nos da sustento, no nos ayuda a comprender, no tiene bases fuertes. Entonces para qué nos sirven la Historia y su estudio. Si creemos –tal como ya lo he escrito acá– que el pasado es lo que nos ha concretado y delineado y que por tanto, ha pasado a ser parte de nuestro Ser, parece tener ya cierto cometido. Sólo que al formar parte de nosotros, en qué sentido ha de ser estudiado.
Recordar, recordar para qué.. parece más difícil que el olvido –salvo ciertas horribles y deprimentes situaciones– y mucho menos saludable.

La cigarra

“Eso es lo que se llama hablar.

Creo que ése es el término.

Cuando las palabras salen, vuelan por

el aire, viven un momento y mueren.

Extraño, ¿no?”

(Ciudad de Cristal)

Yo creí que todo iba a ser como era antes. Que llegaríamos al aula asignada, a la hora asignada, tomaríamos asiento y conversaríamos como antaño mientras él hacía su entrada. Los comentarios de siempre, acerca del tema del evento del momento y de tantas otras cosas… de nuestras vidas en general. Un ambiente muy cordial nos acompañaría de nuevo, después de tantos días de no estar juntos; y es que yo creí que el volver a estar con él nos recordaría los días pasados, la amistad de antes, en la que no importaban las presunciones, la erudición ni las jactancias. Pero es que no contaba con el hecho fehaciente de que ya no somos los mismos de antes. De hecho comienzo a dudar de que alguna vez fuimos quienes decíamos y pensábamos que éramos, cuando creíamos que éramos; antes de saber que éramos (en cuyo caso ya no sé en qué pensaba cuando pensé que sería como antes). Y es que en eso de ser siempre es diferente el creer que el saber. A este último se le tiene en tanta estima, y a aquél se le ve tan mal. Yo no sé por qué, y la verdad no me interesa saberlo. ¡Ya estoy harto de que todos digan que saben todo! Me es indiferente que lo sepan o que no lo sepan. Al fin yo sólo sé que no sé, aunque sé que creo y que en esto de las creencias casi siempre estoy mal. (Y no es que presuma ser como ese antiguo personaje que decía que no sabía cuando era evidente para todos que sí sabía). Tampoco es el caso que yo finja que no sé lo que sí sé, pues todo el tiempo me echan en cara que no sé lo que digo como si lo supiera, aunque estoy seguro de que no lo sé. De esto sí estoy seguro, o al menos eso creo. La verdad es que eso no me importa. Me he dado cuenta de que no estoy aquí para saber, ni lo he estado nunca; a decir verdad (no le vayan a decir a ellos nunca) ninguno de nosotros lo estamos ni lo hemos estado. Pero eso ya no importa. Más bien creo que eso no importa. No me interesa que eso sea cierto o no lo sea.

En fin, yo creí que todo iba a ser como antes. Que llegaríamos al aula asignada, a la hora asignada, tomaríamos asiento y conversaríamos como antaño mientras él hacía su entrada. Los comentarios de siempre, acerca del tema del evento del momento y de tantas otras cosas… de nuestras vidas en general. Pero un ambiente muy cordial no nos acompañó esta vez. ¿Para qué perder el tiempo diciendo lo obvio? Ya todos lo sabemos. A nadie le importa qué piense yo al respecto. Después de todo son sólo creencias, y esas no pueden ser verdaderas. El criterio para juzgar a las creencias no es el de la verdad y la falsedad. Honestamente, no estoy seguro que las creencias sean susceptibles de juicio, aunque sí estoy seguro de que siempre hubimos actuado como si sí. Ya no importa, y tampoco me interesa. ¿Para qué hablar al respecto? Pura vanidad.

Lo bueno es que no estoy hablando. Más bien todo lo estoy imaginando. Nadie se enterará de lo que imagino, aunque crean saber que sí se enteran por las palabras que ven escapar de mis dedos. ¿Quién lo hubiera dicho? Los dedos son ahora los que dejan salir a las palabras. ¡Y seguimos creyendo lo que ellas dicen! Pero es que, si no lo hiciéramos, todo estaría perdido para nosotros. Mejor dicho, para ellos. Para esos de nosotros que confían en los dedos, como antaño confiaban en la lengua, esa babosa que descansa (o no descansa) dentro de nuestras cavidades bucales (o en algún otro lugar).

Yo, por mi parte, no confío en mis dedos parlanchines. Por lo menos no mientras asumen su papel de parlanchines. Ese papel dado por nadie, sino impuesto por la ausencia de rostros. Esa ausencia que domina todo lo real de unos años para acá. ¡Maldita la hora en que nos dejamos seducir por el anonimato! Ahora nuestros dedos son los que hablan y nadie hay que pueda escucharlos. ¡Pobres dedos! ¡Ingenuos! Ingenuos como nosotros lo somos. Y es que tan sólo de pensar que me estén poniendo atención, como siempre lo hacen. Como piensan que saben que lo hacen, sin hacerlo ni saber que lo hacen realmente. Ya me imagino la expresión en sus rostros, antaño amigables, según mi creencia. Honestamente, lamento no estar allí, para verlos, pero eso es imposible, pues no nos hemos visto desde hace millones de segundos. Segundos que abarcan todo ese espacio infinito que llamamos tiempo por ignorancia. Segundos perdidos. Segundos desperdiciados. Segundos sin importancia. Y son irrelevantes porque los relevantes son los primeros. ¡De los segundos nadie nunca se acuerda! A pesar de que tantos y tantos segundos nos terminan agobiando. Lo bueno es que agobian a los que saben, o a los que dicen que saben; no a los que creen. Y yo creo que creo. Eso no es necedad, por cierto. No vayan a pensar que sólo hablo por hablar. Mucho menos vayan a querer llevarme a una cadena infinito de creencias sobre creencias sobre creencias sobre creencias sobre creencias sobre creencias sobre creencias sobre creencias y así sucesivamente. No vayan a intentar eso, porque los necios serían otros. No yo.

Pero bueno… ¿En qué estaba? ¡Ah, sí! En que yo creí que todo iba a ser como era antes. Que llegaríamos al aula asignada, a la hora asignada, tomaríamos asiento y conversaríamos como antaño mientras él hacía su entrada. Los comentarios de siempre, acerca del tema del evento del momento y de tantas otras cosas… de nuestras vidas en general. Yo creí eso, y eso no fue. Sin embargo, no tiene caso afligirme ni sentirme mal, pues, como ya dije, eso que creí, como todo lo que creo, no tiene ningún fundamento ni lo tendrá jamás. Así, pues ya mejor no les cuento cómo sí fue todo. Todo fue como ahora, no como antes. Y el ahora no me gusta como me gustaba el antes. Por eso lo mejor será callarme, o más bien callar a mis dedos, de acuerdo con lo sugerido con anterioridad, y esperar a que intenten averiguar cómo es ahora, para lo cual espero que baste lo ya dicho por mis dedos parlanchines y mudos que nadie escucha.

Palabras y recuerdos

Se frotó los párpados con los dedos.

-Nunca me acostumbraré a la idea de que no hay nada que hacer- dijo

-¿Por qué te parece bueno publicar los textos que escribes?– le preguntó la joven a su acompañante, mientras caminaban con dirección al cementerio-. De veras tengo curiosidad: ¿crees que es bueno publicar un texto periódicamente, tal como he descubierto que lo haces?- reiteró, con mucho énfasis-. Si desde que te conozco no recuerdo haber escuchado de ti otra cosa que no sea quejas acerca de todo, enojo con muchas personas e ideas, frustración ante la futilidad de cualquier esfuerzo, temor de todo, pesimismo por la situación actual, o sinsentidos que encuentras a todo tu rededor. Te la pasas defendiendo una postura desde la cual aparentemente todo está perdido y no tiene ningún sentido valorar algo ni comprometerse con nada ni nadie. Que pensar que la vida vale la pena de ser vivida es idealismo o una gran estupidez y cosas así. Te la pasas haciendo críticas excesivamente mordaces hacia el mundo y la vida en general. No me acabo de explicar a mi misma que tú, en esas condiciones y con el enorme ego que te caracteriza, estés preocupado y ocupado, semana con semana, pensando en alguna temática interesante e importante para el artículo semanal que te solicitan esos de la revista. Me parece contradictorio- finalizó, tomando con su mano derecha, la izquierda de él, escudriñando con su mirada el frívolo e indiferente ademán que su profesor sostenía cada vez que ella intentaba abordar algún asunto que tuviera que ver con su vida privada, con sus opiniones.

-¿Has terminado de criticarme?- preguntó él, sin dejar de ver el camino que tenían enfrente, en medio de un hermoso jardín colmado de arbustos y plantas multicolores que resaltaban entre los crecidos pastos verdes que reflejaban la luz del sol como consecuencia de las gotas de rocío que los cubrían; algunos árboles servían de marco y delineaban las fronteras del jardín y lo separaban de las grises viviendas que había a un lado, y proporcionaban la sombra necesaria para mantener con vida a las flores tan bellas que brotaban de las plantas; el cementerio, que se encontraba en el fondo, se divisaba a lo lejos-. Tú siempre preocupada por encontrar coherencia entre los discursos y las vidas de sus autores, en busca de algún tipo de reconocimiento por parte de tus otros profesores y tus compañeros. Me parece que tu duda, ciertamente hunde sus raíces en el desconcierto que te provoca, por un lado, el atractivo que hallas en los hórridos paisajes que se dibujan en los discursos que de mí has escuchado; y, por el otro el ansia que proyecto por transmitir esos mismos paisajes de manera puntual, como si valiera la pena publicar y ser leído. Esa aparente contradicción te inquieta demasiado y de alguna manera te fascina, lo sé, aunque pienso que podrías examinar con un poco más de cuidado para encontrar que esa aporía no es más que un supuesto y carece de mayores fundamentos-. Al decir él esto, gotas de sudor comenzaron a manar de los poros de la mano de la joven estudiante, y su mirada adquirió un brillo mayor del que ya tenía.

-¿Acaso me estás diciendo que no hay contradicción entre tu decir y tu actuar? ¿Crees que no me doy cuenta de que ese tipo de objeciones o problemas formales no te importan en lo más mínimo? Sé que a ti no te importa la consistencia formal entre teoría y vida, pues la lógica y las formalidades son muy feas y no sirven más que para inquietar a los pseudo pensadores que les agradan esas cosas. Sé que todas esas objeciones no tienen sentido, pues así se puede seguir viviendo bien y ya, piensas. También sé que no tienes ganas de escuchar cosas así de mi boca, pues te parecen necias, pero el hecho es que allí está la contradicción Aunque, si he de serte sincera, la verdad es que sólo te hice la pregunta por el sentido de publicar tus textos semanales para escucharte hablar, pues anticipo que sabes que yo no puedo decirte nada a ti, mi maestro en muchos aspectos -. Después de apuntar esto, saltó frente a él, provocando una breve interrupción en el andar y arrojando sus brazos alrededor de la nuca e intentó acortar la distancia entre ambos pares de labios. Por su parte, él movió su rostro a un lado, evitando con ello que beso se concretara, como varias veces había hecho en otras ocasiones, pues no era la primera vez que ella lo intentaba. Ante este rechazo, la muchacha quitó sus brazos y los cruzó, plantándose ante a él con cara de disgusto y emitiendo refunfuños.

-Siempre haces lo mismo, te haces el importante y el que según no quiere besos ni nada, para luego retirarte y dejarme así nada más. ¡Nunca aceptas mis besos!

-Mira, lo que pasa es que ya voy tarde. No me gusta hacer esta visita después de las once, pues más personas van llegando conforme transcurre el día, a pesar de que todos acuden más por compromiso que por cualquier otra cosa, siempre ha sido así, y yo prefiero pasar un tiempo a solas con ella, de manera más íntima, con su lápida y su recuerdo. Apresurémonos, y luego te puedo responder a tu duda, pues, por cierto, veo que lo has tomado de manera incorrecta- indicó, quitando sus lentes con la mano izquierda. -Cuando acepté verte el día de hoy, no pensé que fueras a distraerme tanto. En cuanto a tu audacia, espero que comprendas por qué me he negado, al terminar el día-. Estaba anticipando todo lo que le tocaría a la joven presenciar ese día, ya que había querido acompañarlo.

-¡Ash! Otra vez me descalificas desde el principio y me ignoras. Estoy segura de que sólo me estás dando la vuelta porque no quieres ponerte a platicar tonterías conmigo. Si quieres, vámonos. Visitemos a tu amiguita y marchémonos del panteón. Siempre me ponen nerviosa estos lugares -. Ella no notó que él hizo un gesto de disgusto cuando se refirió como “tu amiguita” a la persona que iba a visitar. Sintió que era una equivocación haber llevado a la joven con él a un evento que tantos años había llevado a cabo en soledad. Comprendió que ella sólo quería estar con él de manera ciega e irreflexiva, y que, al terminar el recorrido ya iniciado y responder a la interrogante formulada por ella, él no tendría que volver a cometer ese error. Reanudaron su camino y cruzaron la entrada al cementerio.

Cuando llegaron a la tumba indicada, después de dar una serie de rodeos, pues ese año había incrementado notablemente el número de tumbas, lo cual dificultó un poco su marcha por las muchas diferencias que había con la memoria de aquellos primeros años posteriores al fallecimiento de Sofía, él quitó algunas hierbas que había en la lápida, sacó un trapo del bolsillo de su abrigo y la limpió la gastada piedra con sumo cuidado. En el transcurso de la entrada del cementerio a la tumba, él se había mantenido callado, hundido en los pensamientos, recuerdos e imágenes que se presentaban unas tras otras en su mente. Una serie de emociones encontradas invadieron su ánimo cuando por fin se encontraron frente a la tumba. Después de limpiar la gastada piedra, se detuvo a intentar releer la vieja inscripción y los años de nacimiento y deceso de su querida amiga. Ya era inútil, pues no se alcanzaba a leer nada. La chica, por su parte, se mantuvo algo alejada, viendo desde lejos la triste escena que su maestro representaba frente a ella. Le pareció muy extraño e inconsistente, de acuerdo con la forma cotidiana de ser y de hablar de su profesor. No se acercó siquiera a él en los minutos que siguieron, hasta que él mismo colocó sobre la tumba algún objeto que había sacado de su saco y dio la vuelta para aproximarse a ella y emprender el camino de regreso.

Algunos amigos y compañeros le habían platicado que cada año, en ese mismo día, 17 de agosto, el profesor faltaba a la escuela porque tenía algo importante que hacer, según afirmaba él mismo. Nadie nunca se había animado a preguntar qué era eso que tenía que hacer en ese preciso día, hasta que Karen, así se llamaba la chica, le había preguntado si podría pasar la mañana con él, en el lugar que quisiese. Para su sorpresa, el profesor había accedido y la había visto en el café que estaba a tres cuadras de la escuela, a las 8 de la mañana, pues él dijo que tenía que ser temprano, aunque en ese momento no explicó por qué. Sin darle mayor importancia a la hora, y anticipando que podría estar con su profesor de una manera más cercana y no tan ajena como la que dominaba en las aulas, llegó tarde, casi hasta las nueve. El hombre parecía disgustado cuando ella por fin apareció en la entrada del establecimiento, así que ella no dijo nada al respecto, para no empeorar la situación.

Resultó ser que el lugar al que el profesor debía ir era el panteón, cosa bastante extraña, aunque Karen se imaginó que querría hacer alguna rareza, de esas que no se imaginaba que a nadie aparte de él podría ocurrírsele. Seguro sería algo extravagante y divertido, pero no se preguntó nada más. Ya en el trayecto hacia su destino, ella empezó a hablar de unos textos que encontró en varios números de una revista de autoría de su actual acompañante, pues le había asombrado que él era el único autor que nunca dejaba de publicar en la revista. Desde que los encontró, le había surgido la duda que le planteó. Eran textos como todo lo que le había escuchado a él, muy pesimistas y grises en general, y la inquietud en cuanto a la coherencia o consistencia era verdadera. Ella era muy buena estudiante de Lógica, había ganado concursos y cosas así, y siempre había pensado que quienes se contradijesen (ya en el terreno de los discursos, ya en el de las acciones) serían personas que no valían la pena de ser escuchadas; pero a él sí que gustaba de escucharlo. Sus discursos siempre la habían cautivado, aunque el contenido fuera siempre demasiado crudo.

Ya en el camino de regreso, después de varias dudas respecto a si sería correcto abrir la boca o no, Karen se animó a reiterar la pregunta sobre la coherencia o incoherencia entre sus actos y sus palabras.

-¿Me responderás o yo tenía razón acerca de que no lo harías?- Cuestionó sin mucho ánimo, debido al temor que le causaba la posibilidad de que el profesor se enfadara con ella y a que la considerara una estúpida o algo así.

-Por supuesto que te responderé. Te dije que lo haría. Es sólo que lo que acabas de presenciar es un asunto muy delicado para mí. Sofía era una muy buena amiga de mi juventud. Ella era única, siempre brillante y acertada en todo lo que decía y escribía y hacía. Ella es la persona más importante en mi vida, a pesar de haberse ido hace tantos años, murió en 19…; y lo seguirá siendo siempre. Estaba buscando que el denuedo regresara a mi, después de la profunda tristeza que me llenó al encontrarme de nueva cuenta con Sofía, con el hueco que dejó en mi vida -. Karen lo miró con interés y volvió a tomar su mano con ternura.

-No sabía que el asunto era tan delicado. Discúlpame por mi audacia. Veo lo inapropiado de mi pregunta en el momento en el que la realicé. Si prefieres no responder, no lo hagas; ya en otra ocasión platicaremos de tus escritos semanales.

-No te preocupes, de hecho la respuesta a tu pregunta tiene mucho que ver con la muerte de mi amiga, en cierto sentido; por lo menos en lo que ese suceso representó para mi persona desde que pasó. Mira, cuando Sofía falleció, los dos éramos jóvenes entusiastas, siempre conversando acerca del mundo y de las ideas. Creíamos que podíamos llegar a darle su justa interpretación a la vida, y que encontraríamos algo así como el secreto que se esconde en lo más profundo del ser. Compartimos muchos deseos, gustos, conversaciones y búsquedas. En cierto sentido, nos amábamos, como no tienes idea.

“Cuando ella enfermó y murió yo me sentí desolado, enojado y profundamente triste. Pensé que el mundo había perdido todo sentido, o que más bien que había descubierto que nunca lo había tenido, y que Sofía y yo habíamos vivido engañados todo ese tiempo, pues ella no murió feliz, al parecer. Me dijeron que había sufrido mucho en su lucha contra la enfermedad hasta que finalmente cedió y se fue. Todo se volvió terrible para mi, tal cual lo suelo proyectar en mis escritos.”

-Debió ser terrible… No tenía idea-. Dijo Karen mientras veía a su profesor por primera vez sin máscaras, sin fingir ni lucirse ante los demás con sus discursos, sin intentar aparecer como magnífico frente a sus compañeros.

-Sí, lo fue, pero el tiempo ha pasado y me ha mostrado muchas cosas, tanto buenas como malas. Muchas cosas he vivido, mi corazón se ha alegrado muchas veces, se ha entristecido tantas otras; pero en última instancia, Sofía siempre se impone.

-¡Oh! Entonces, es verdad que nada te importa ya, pero, ¿y los escritos? ¿Por qué el compromiso por tenerlos siempre listos?

Me has malentendido, la ausencia de Sofía se impone a veces, y me llena de nostalgia por la vida que nunca llegó a consumar, en efecto; pero, en otras, el recuerdo de su presencia es el que llega, el recuerdo de la mayor felicidad que hube vivido, al lado de ella, y que, en cierta medida, me acompañará siempre. En ese sentido, a veces me agrada escribir y a veces no; pero en general me parece bueno, porque es una manera de compartir algunos pensamientos e instantes con otras personas. Es una forma en que mantengo viva a Sofía, y con ella, al verdadero sentido de todo existir humano: la búsqueda y la conversación común, no indiferente a todo lo demás-. Diciendo esto, soltó la mano de la joven y dirigió la mirada al frente, nuevamente.

Mientras el profesor terminaba su explicación, llegaron a la estación de transporte público en que debían separarse. Se acercó a ella, besó su frente, juvenil y delicada como la de Sofía fue una vez, y se despidió sin decir nada más. La joven muchacha, permaneció boquiabierta por algunos instantes, mientras veía a su misterioso profesor alejarse caminado. Una aspecto por completo distinto de él se había descubierto a sus ojos. Cuando abordó el camión que la llevaría a casa, notó que una lágrima corría por su mejilla y una extraña sensación, entre tristeza, melancolía y una especie de alegría taciturna se apoderaba de su corazón.

La primera tú…

Saboreaba tus labios desde lejos, parecía que nuestros encuentros no eran tan casuales, como solía pensarlo, tal vez nos poníamos de acuerdo con cada mirada en el justo momento, en la misma dirección. Desde pequeños nos gustábamos, recuerdo que hacía todo lo posible por acercarme a ti, me escondía tras los arbustos que yacían en tu ventana, esperando que ante el sigiloso andar de mis paso tu rostro dejaras ver. Mis amigos lo sabían, gritaban tu nombre cerca de tu casa, jugaban a los cazadores para que pudiéramos encontrarnos a solas. Todo parecía otro juego de niños, cuando el amor es tan efímero como los días de navidad.  Tu cabello era largo y obscuro, generalmente lo peinabas hacía atrás, tus ojos hacían el contraste con tu piel, eran gris pálido, resaltaban por las noches cuál si fueras un gato, eso a veces me asustaba, sí, pero a la vez me embrutecía. Tus tardes eran de risas, caídas y ensueños, cuando mi ánimo me postraba en la ventana, solo te observaba desde lejos ansioso porque me regalaras una mirada. Llegabas de la escuela, un rato en tu casa y al caer la noche mi hermana te esperaba afuera de tu casa. Francamente no sé qué evento fortuito las reunió, Alicia era más pequeña que tú, sus juegos estaban empezando, los tuyos pronto terminarían, sin embargo, eran felices juntas; ella te invitaba a entrar, era mi cómplice en ocasiones, tú te negabas, pretextabas cualquier cosa y regresabas a tu casa. Me gustaba pensar que te apenabas tanto como yo.

Las niñas de la cuadra se juntaban todas las tardes frente al parque, bicicletas, patines y patinetas se escuchaban ya a las siete, todas listas para emprender nuevas travesuras, de nuevo, risas y perfumes joviales acompañaban tus tardes. En contadas ocasiones me disparaba hacía la calle deseando encontrarte, buscaba un momento a solas contigo, rara vez tenía suerte, y cuando por fin estábamos solos, la timidez se apoderaba de ambos, la primera vez, supe que era sentirse fracasado. Mis cómplices prepararon un encuentro fugaz entre tú y yo, cruzamos unas breves palabras, reímos de tonterías que nos afligían en la escuela, supe tu nombre y tú el mío, ese día, maravillosa tarde,  en la que tu sonrisa me sonrojaba, en la que mis manos parecían hechas de agua; nos quedamos un rato en silencio, ¿de qué más podíamos hablar? Tu padre gritó tu nombre, sobresaltada y nerviosa me besaste en la mejilla, un abrazo y adiós. Al verte partir, sentí que mi cara ardía, mi corazón me daba vuelcos por dentro, tuve que poner mis manos en el pecho, pensaba que saldría de mí. Ramiro y los otros, que nos observaban desde la otra calle, presurosos se acercaron, vitorearon, me abrazaban, gritaban eufóricos, silbidos, risas, lo único que hice fue mantener mi corazón dentro de mí. Pasaron tres o cuatro días antes de que mi sonrisa pudiera abandonar mis labios, tus ojos los tenía clavados en la memoria, tanta fue mi alegría que hasta olvidé salir a buscarte, hablarte de nuevo, quizá esta vez, yo abrazarte. Dios sabe por qué desapareciste, fueron uno o dos meses en los que no supe nada de ti, pasaba los días y las noches tras mi ventana esperando que aparecieras, Alicia tampoco sabía de ti, las luces de tu casa siempre estaban apagadas, el auto de tu padre lo veía salir a toda prisa por las mañanas y de ti…nada. No era que dejara de pensarte, pero, otras cosas fueron distrayendo mi juvenil mente. Salí una tarde de mi casa, ya sin ánimos de buscarte, frente a tu casa dejé caer-no intencionalmente-las monedas para comprar los encargos de mi madre. Te apareciste por fin, me paralicé, casi eras la misma, excepto por tu mirada, era ausente, triste, me congelaste, hiciste un gesto de rareza -algo fingida, por cierto- ni una palabra dejaste escapar. Me varé como un imbécil mientras te alejabas, todo era tan confuso, dos meses te cambiaron para siempre. Olvidando por completo las compras, corrí a casa, mi hermana estaba en su cuarto, abruptamente abrí la puerta y casi sin aire le pregunté por ti; asustada por el exabrupto, me sorprendió que Alicia parecía haberte olvidado, tu nombre le fue extraño, pero con detalles fue recordándote, y con medias palabras sólo me pudo decir los rumores que le habían llegado: -“Fulanita dice que le tocó la muerte y que desde ese día ensombreció-. Aún mas confundido, me encerré en mi cuarto, contemplé la quietud ya nocturna de la cuadra. Silencio durante algunos años, desde mi ventana, observo la sombra de lo que alguna vez fuiste. Y no termina…