“Se frotó los párpados con los dedos.
-Nunca me acostumbraré a la idea de que no hay nada que hacer- dijo”
-¿Por qué te parece bueno publicar los textos que escribes?– le preguntó la joven a su acompañante, mientras caminaban con dirección al cementerio-. De veras tengo curiosidad: ¿crees que es bueno publicar un texto periódicamente, tal como he descubierto que lo haces?- reiteró, con mucho énfasis-. Si desde que te conozco no recuerdo haber escuchado de ti otra cosa que no sea quejas acerca de todo, enojo con muchas personas e ideas, frustración ante la futilidad de cualquier esfuerzo, temor de todo, pesimismo por la situación actual, o sinsentidos que encuentras a todo tu rededor. Te la pasas defendiendo una postura desde la cual aparentemente todo está perdido y no tiene ningún sentido valorar algo ni comprometerse con nada ni nadie. Que pensar que la vida vale la pena de ser vivida es idealismo o una gran estupidez y cosas así. Te la pasas haciendo críticas excesivamente mordaces hacia el mundo y la vida en general. No me acabo de explicar a mi misma que tú, en esas condiciones y con el enorme ego que te caracteriza, estés preocupado y ocupado, semana con semana, pensando en alguna temática interesante e importante para el artículo semanal que te solicitan esos de la revista. Me parece contradictorio- finalizó, tomando con su mano derecha, la izquierda de él, escudriñando con su mirada el frívolo e indiferente ademán que su profesor sostenía cada vez que ella intentaba abordar algún asunto que tuviera que ver con su vida privada, con sus opiniones.
-¿Has terminado de criticarme?- preguntó él, sin dejar de ver el camino que tenían enfrente, en medio de un hermoso jardín colmado de arbustos y plantas multicolores que resaltaban entre los crecidos pastos verdes que reflejaban la luz del sol como consecuencia de las gotas de rocío que los cubrían; algunos árboles servían de marco y delineaban las fronteras del jardín y lo separaban de las grises viviendas que había a un lado, y proporcionaban la sombra necesaria para mantener con vida a las flores tan bellas que brotaban de las plantas; el cementerio, que se encontraba en el fondo, se divisaba a lo lejos-. Tú siempre preocupada por encontrar coherencia entre los discursos y las vidas de sus autores, en busca de algún tipo de reconocimiento por parte de tus otros profesores y tus compañeros. Me parece que tu duda, ciertamente hunde sus raíces en el desconcierto que te provoca, por un lado, el atractivo que hallas en los hórridos paisajes que se dibujan en los discursos que de mí has escuchado; y, por el otro el ansia que proyecto por transmitir esos mismos paisajes de manera puntual, como si valiera la pena publicar y ser leído. Esa aparente contradicción te inquieta demasiado y de alguna manera te fascina, lo sé, aunque pienso que podrías examinar con un poco más de cuidado para encontrar que esa aporía no es más que un supuesto y carece de mayores fundamentos-. Al decir él esto, gotas de sudor comenzaron a manar de los poros de la mano de la joven estudiante, y su mirada adquirió un brillo mayor del que ya tenía.
-¿Acaso me estás diciendo que no hay contradicción entre tu decir y tu actuar? ¿Crees que no me doy cuenta de que ese tipo de objeciones o problemas formales no te importan en lo más mínimo? Sé que a ti no te importa la consistencia formal entre teoría y vida, pues la lógica y las formalidades son muy feas y no sirven más que para inquietar a los pseudo pensadores que les agradan esas cosas. Sé que todas esas objeciones no tienen sentido, pues así se puede seguir viviendo bien y ya, piensas. También sé que no tienes ganas de escuchar cosas así de mi boca, pues te parecen necias, pero el hecho es que allí está la contradicción Aunque, si he de serte sincera, la verdad es que sólo te hice la pregunta por el sentido de publicar tus textos semanales para escucharte hablar, pues anticipo que sabes que yo no puedo decirte nada a ti, mi maestro en muchos aspectos -. Después de apuntar esto, saltó frente a él, provocando una breve interrupción en el andar y arrojando sus brazos alrededor de la nuca e intentó acortar la distancia entre ambos pares de labios. Por su parte, él movió su rostro a un lado, evitando con ello que beso se concretara, como varias veces había hecho en otras ocasiones, pues no era la primera vez que ella lo intentaba. Ante este rechazo, la muchacha quitó sus brazos y los cruzó, plantándose ante a él con cara de disgusto y emitiendo refunfuños.
-Siempre haces lo mismo, te haces el importante y el que según no quiere besos ni nada, para luego retirarte y dejarme así nada más. ¡Nunca aceptas mis besos!
-Mira, lo que pasa es que ya voy tarde. No me gusta hacer esta visita después de las once, pues más personas van llegando conforme transcurre el día, a pesar de que todos acuden más por compromiso que por cualquier otra cosa, siempre ha sido así, y yo prefiero pasar un tiempo a solas con ella, de manera más íntima, con su lápida y su recuerdo. Apresurémonos, y luego te puedo responder a tu duda, pues, por cierto, veo que lo has tomado de manera incorrecta- indicó, quitando sus lentes con la mano izquierda. -Cuando acepté verte el día de hoy, no pensé que fueras a distraerme tanto. En cuanto a tu audacia, espero que comprendas por qué me he negado, al terminar el día-. Estaba anticipando todo lo que le tocaría a la joven presenciar ese día, ya que había querido acompañarlo.
-¡Ash! Otra vez me descalificas desde el principio y me ignoras. Estoy segura de que sólo me estás dando la vuelta porque no quieres ponerte a platicar tonterías conmigo. Si quieres, vámonos. Visitemos a tu amiguita y marchémonos del panteón. Siempre me ponen nerviosa estos lugares -. Ella no notó que él hizo un gesto de disgusto cuando se refirió como “tu amiguita” a la persona que iba a visitar. Sintió que era una equivocación haber llevado a la joven con él a un evento que tantos años había llevado a cabo en soledad. Comprendió que ella sólo quería estar con él de manera ciega e irreflexiva, y que, al terminar el recorrido ya iniciado y responder a la interrogante formulada por ella, él no tendría que volver a cometer ese error. Reanudaron su camino y cruzaron la entrada al cementerio.
Cuando llegaron a la tumba indicada, después de dar una serie de rodeos, pues ese año había incrementado notablemente el número de tumbas, lo cual dificultó un poco su marcha por las muchas diferencias que había con la memoria de aquellos primeros años posteriores al fallecimiento de Sofía, él quitó algunas hierbas que había en la lápida, sacó un trapo del bolsillo de su abrigo y la limpió la gastada piedra con sumo cuidado. En el transcurso de la entrada del cementerio a la tumba, él se había mantenido callado, hundido en los pensamientos, recuerdos e imágenes que se presentaban unas tras otras en su mente. Una serie de emociones encontradas invadieron su ánimo cuando por fin se encontraron frente a la tumba. Después de limpiar la gastada piedra, se detuvo a intentar releer la vieja inscripción y los años de nacimiento y deceso de su querida amiga. Ya era inútil, pues no se alcanzaba a leer nada. La chica, por su parte, se mantuvo algo alejada, viendo desde lejos la triste escena que su maestro representaba frente a ella. Le pareció muy extraño e inconsistente, de acuerdo con la forma cotidiana de ser y de hablar de su profesor. No se acercó siquiera a él en los minutos que siguieron, hasta que él mismo colocó sobre la tumba algún objeto que había sacado de su saco y dio la vuelta para aproximarse a ella y emprender el camino de regreso.
Algunos amigos y compañeros le habían platicado que cada año, en ese mismo día, 17 de agosto, el profesor faltaba a la escuela porque tenía algo importante que hacer, según afirmaba él mismo. Nadie nunca se había animado a preguntar qué era eso que tenía que hacer en ese preciso día, hasta que Karen, así se llamaba la chica, le había preguntado si podría pasar la mañana con él, en el lugar que quisiese. Para su sorpresa, el profesor había accedido y la había visto en el café que estaba a tres cuadras de la escuela, a las 8 de la mañana, pues él dijo que tenía que ser temprano, aunque en ese momento no explicó por qué. Sin darle mayor importancia a la hora, y anticipando que podría estar con su profesor de una manera más cercana y no tan ajena como la que dominaba en las aulas, llegó tarde, casi hasta las nueve. El hombre parecía disgustado cuando ella por fin apareció en la entrada del establecimiento, así que ella no dijo nada al respecto, para no empeorar la situación.
Resultó ser que el lugar al que el profesor debía ir era el panteón, cosa bastante extraña, aunque Karen se imaginó que querría hacer alguna rareza, de esas que no se imaginaba que a nadie aparte de él podría ocurrírsele. Seguro sería algo extravagante y divertido, pero no se preguntó nada más. Ya en el trayecto hacia su destino, ella empezó a hablar de unos textos que encontró en varios números de una revista de autoría de su actual acompañante, pues le había asombrado que él era el único autor que nunca dejaba de publicar en la revista. Desde que los encontró, le había surgido la duda que le planteó. Eran textos como todo lo que le había escuchado a él, muy pesimistas y grises en general, y la inquietud en cuanto a la coherencia o consistencia era verdadera. Ella era muy buena estudiante de Lógica, había ganado concursos y cosas así, y siempre había pensado que quienes se contradijesen (ya en el terreno de los discursos, ya en el de las acciones) serían personas que no valían la pena de ser escuchadas; pero a él sí que gustaba de escucharlo. Sus discursos siempre la habían cautivado, aunque el contenido fuera siempre demasiado crudo.
Ya en el camino de regreso, después de varias dudas respecto a si sería correcto abrir la boca o no, Karen se animó a reiterar la pregunta sobre la coherencia o incoherencia entre sus actos y sus palabras.
-¿Me responderás o yo tenía razón acerca de que no lo harías?- Cuestionó sin mucho ánimo, debido al temor que le causaba la posibilidad de que el profesor se enfadara con ella y a que la considerara una estúpida o algo así.
-Por supuesto que te responderé. Te dije que lo haría. Es sólo que lo que acabas de presenciar es un asunto muy delicado para mí. Sofía era una muy buena amiga de mi juventud. Ella era única, siempre brillante y acertada en todo lo que decía y escribía y hacía. Ella es la persona más importante en mi vida, a pesar de haberse ido hace tantos años, murió en 19…; y lo seguirá siendo siempre. Estaba buscando que el denuedo regresara a mi, después de la profunda tristeza que me llenó al encontrarme de nueva cuenta con Sofía, con el hueco que dejó en mi vida -. Karen lo miró con interés y volvió a tomar su mano con ternura.
-No sabía que el asunto era tan delicado. Discúlpame por mi audacia. Veo lo inapropiado de mi pregunta en el momento en el que la realicé. Si prefieres no responder, no lo hagas; ya en otra ocasión platicaremos de tus escritos semanales.
-No te preocupes, de hecho la respuesta a tu pregunta tiene mucho que ver con la muerte de mi amiga, en cierto sentido; por lo menos en lo que ese suceso representó para mi persona desde que pasó. Mira, cuando Sofía falleció, los dos éramos jóvenes entusiastas, siempre conversando acerca del mundo y de las ideas. Creíamos que podíamos llegar a darle su justa interpretación a la vida, y que encontraríamos algo así como el secreto que se esconde en lo más profundo del ser. Compartimos muchos deseos, gustos, conversaciones y búsquedas. En cierto sentido, nos amábamos, como no tienes idea.
“Cuando ella enfermó y murió yo me sentí desolado, enojado y profundamente triste. Pensé que el mundo había perdido todo sentido, o que más bien que había descubierto que nunca lo había tenido, y que Sofía y yo habíamos vivido engañados todo ese tiempo, pues ella no murió feliz, al parecer. Me dijeron que había sufrido mucho en su lucha contra la enfermedad hasta que finalmente cedió y se fue. Todo se volvió terrible para mi, tal cual lo suelo proyectar en mis escritos.”
-Debió ser terrible… No tenía idea-. Dijo Karen mientras veía a su profesor por primera vez sin máscaras, sin fingir ni lucirse ante los demás con sus discursos, sin intentar aparecer como magnífico frente a sus compañeros.
-Sí, lo fue, pero el tiempo ha pasado y me ha mostrado muchas cosas, tanto buenas como malas. Muchas cosas he vivido, mi corazón se ha alegrado muchas veces, se ha entristecido tantas otras; pero en última instancia, Sofía siempre se impone.
-¡Oh! Entonces, es verdad que nada te importa ya, pero, ¿y los escritos? ¿Por qué el compromiso por tenerlos siempre listos?
Me has malentendido, la ausencia de Sofía se impone a veces, y me llena de nostalgia por la vida que nunca llegó a consumar, en efecto; pero, en otras, el recuerdo de su presencia es el que llega, el recuerdo de la mayor felicidad que hube vivido, al lado de ella, y que, en cierta medida, me acompañará siempre. En ese sentido, a veces me agrada escribir y a veces no; pero en general me parece bueno, porque es una manera de compartir algunos pensamientos e instantes con otras personas. Es una forma en que mantengo viva a Sofía, y con ella, al verdadero sentido de todo existir humano: la búsqueda y la conversación común, no indiferente a todo lo demás-. Diciendo esto, soltó la mano de la joven y dirigió la mirada al frente, nuevamente.
Mientras el profesor terminaba su explicación, llegaron a la estación de transporte público en que debían separarse. Se acercó a ella, besó su frente, juvenil y delicada como la de Sofía fue una vez, y se despidió sin decir nada más. La joven muchacha, permaneció boquiabierta por algunos instantes, mientras veía a su misterioso profesor alejarse caminado. Una aspecto por completo distinto de él se había descubierto a sus ojos. Cuando abordó el camión que la llevaría a casa, notó que una lágrima corría por su mejilla y una extraña sensación, entre tristeza, melancolía y una especie de alegría taciturna se apoderaba de su corazón.