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Meditación sobre la violencia (6a. y última)

Viene de la quinta parte

¿Para qué meditar sobre la violencia? ¿Qué sentido tiene adentrarse en el pasmo doloroso que su fría presencia nos suscita? ¿Acaso algo cambia en algo?

Preguntando a nuestros poetas sobre la violencia y la muerte que ahora nos tienen pasmados hemos aprendido, por parte de Octavio Paz, que no es lo mejor transmutar nuestro pasmo en rabia, en ira -aunque algunas teorías así lo digan-, pues haciéndolo sólo nos distraemos de lo más importante: la comprensión del pasmo.

José Emilio Pacheco nos enseñó que nada ganamos en nuestro intento de comprensión acusando culpas formales o acumulando cifras, sino que más nos acercamos a entender el pasmo cuando consideramos que el mal que ahora nos sorprende pide más de la claridad del corazón que de la exactitud de la razón. Demos lugar a la palabra sentida, antes que al argumento amañado.

Javier Sicilia nos mostró que sólo toma su lugar la palabra sentida cuando esa palabra nos une, y sólo puede unirnos en verdad en la medida en que nuestra vida no es esencialmente trágica, en que hay posibilidad de bien y mal, y el segundo es sólo un error respecto al primero.

Alfonso Reyes, el caballero de las letras, nos sugirió que si buscamos palabras que nos unan, nos deben unir primero en la amistad comprensiva que en el odio combativo; que valen más las palabras buenas que las razones eficaces, como que las primeras nos ayudan más a comprendernos ante la violencia que el realismo político y sus terribles engendros.

Si finalmente algo nos han enseñado nuestros poetas es que por suerte todavía es difícil permanecer incólume ante la violencia, que el desconcierto y el pasmo son una buena noticia que nos avisa que al menos no todo está perdido.

Si en estas tinieblas en que nos

debatimos dejamos de amar y de

luchar, Dios se hará más ausente

Javier Sicilia

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011. 6262 ejecutados hasta el 21 de junio.

Voces del diálogo por la paz.

“Contra las fundadas dudas de que el diálogo no servirá de nada lo hemos aceptado porque estamos convencidos de que el diálogo es fundamental como una práctica de la democracia para construir los caminos de la paz, que son los más difíciles de recorrer. Si no somos capaces de construirlos, lo que nos aguardará será esta espantosa violencia que ya vivimos, pero multiplicada exponencialmente. Lo hemos aceptado también porque creemos que, a menos que el corazón se haya oscurecido a grados demoníacos un hombre puede escuchar todavía el latido humano de su corazón”. Javier Sicilia.

“Es tiempo de que usted mande un mensaje al mundo de que la violencia no termina nunca con la violencia y así no sea recordado como el presidente de los 40 mil muertos y nosotros como una nación de salvajes y cobardes”. Julián Le Barón.

“No es ético, no es justo, no es cristiano derramar tanta sangre, sembrar tanta desolación en el país y dejar intactos a los principales beneficiarios de la industria del narcotráfico”. Araceli Rodríguez Nava.

“No dejaremos de luchar por esta causa, lucharemos hasta el final, no importa cuántas batallas perdamos y que vayamos perdiendo partes del corazón, no importa que nuestros sentimientos se marchiten, lucharemos por esta causa hasta el final”. Norma Ledezma.

Coletilla. El camino a la paz al que nos ha invitado Javier Sicilia está, misteriosamente, lleno de símbolos religiosos; el más reciente: el diálogo por la paz se llevó a cabo el día de la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, la celebración de la Eucaristía, Jueves de Corpus. ¿No es interesante?

(Viene de la cuarta parte)

 

Alfonso Reyes, a E.G.M.

El alma en soledad está indefensa,

la ruta desconoce todavía:

todavía me pierdo en tan inmensa

desolación y en la quietud tan fría.

Amanezco a cantar, y la suspensa

canción se ahoga como en agonía:

yo no sabía que el dolor dispensa

de cantar y llorar, no lo sabía.

Si ayer me hacían las palabras fiesta,

y el ruido de la gente, compañía,

hoy pregunto sin voz, y no hay respuesta.

Enrique, pon tu mano con la mía.

Tú dijiste: ‒Callar, la ley es ésta.

¡Cuánta razón tu corazón tenía!

Estamos ante un poema compuesto por Reyes para Enrique González Martínez, a razón de la muerte del hijo del segundo. A primera vista queda claro que estamos ante un soneto con rima regular. Formalmente, además, llaman la atención sus encabalgamientos: “inmensa desolación”, “suspensa canción” y “dispensa de cantar y llorar”; pues los dos primeros mantienen un esquema rítmico no respetado por el tercero, lo que ha de situar nuestra atención en ese cambio de ritmo, pues al parecer algo hace el “dolor” en el poema que lo modifica completamente. Sigamos los versos.

         “El alma en soledad está indefensa”. Verso que nada nos dice en tanto no preguntemos de qué está sola el alma, o indefensa ante qué. El alma está sola porque ninguna otra alma la acompaña en la indefensa situación en que se encuentra. ¿Cuál indefensión? La de quien no encuentra camino. La ruta se ha perdido y el poeta explica por qué, de ahí el uso de los dos puntos: algo lo ha desolado tan profundamente que ni en los momentos en que regularmente creyese salir del pasmo ha podido salir, al contrario, ha permanecido desolado en una quietud fría. La quietud fría no es un ocio cualquiera, no es que nada quede por hacer, sino que señala aquella situación en la que atónitos miramos lo que no podemos creer sin que la siempre persuasiva realidad pueda convencernos. El poeta está desolado por un pasmo terrible, como a quien no calienta ni el sol, y ante la desolación está indefenso. No está en las manos del poeta salir de la desolación.

         “Amanezco a cantar”, dice el poeta. De alguna manera el inicio del verso sería un alegre anuncio de la mañana que por fin llega, como si ahora ya pudiese salir de la desolación. Sin embargo, el primer encabalgamiento es elocuente: la alegre mañana que comienza a cantar se ahoga agónica. Agonía es lucha, encuentro de contrarios: la alegría se ensombrece ante la tristeza de la desolación original. Retractado, el poeta reconoce “yo no sabía que el dolor dispensa de cantar y llorar”. El dolor ahoga la alegría al tiempo que ahoga las lágrimas mismas. La desolación, la indefensión, nacen del dolor, de un dolor tan grande que ni llorar, ni lamentarse cantando, es posible. Dolor que todo lo ahoga, dolor que todo se lleva, dolor que todo lo cubre, dolor de muerte. El poeta, como nosotros, no sabía todo eso del dolor.

         Don Alfonso compara su vida cotidiana con las letras, la fiesta poética que es el caer de los días de la vida de los hombres armoniosos, con la desolación de la vida marcada por el dolor; la algarabía tumultuosa de los chismorreos usuales, el jocoso sentimiento de compañía en las palabras de todos los días, con la indefensión solitaria del dolido. El dolor nos arranca de la fiesta de la vida y nos arrincona en la suspirante soledad del pesar. El poeta pregunta sin voz, porque sólo piensa, nada puede hacer para preguntar; y pensando, no encuentra respuestas, perdido en el dolor se pierde todo sentido.

         Al final, el poeta sólo encuentra un camino para soportar el dolor: pide al dolido amigo su tierna compañía. Amistad que contempla el dolor en el silencio, amistad que se hace fuerte para superar la desolación, amistad que calla admirada de descubrir que al final el corazón guardaba razones, o bien que el sentimiento es racional, vital y verdadero.

         Dos enseñanzas del poeta: primero, que sólo la compañía amistosa nos permite superar el pasmo ante la muerte; segundo, que más allá de las razones, la superación se inicia en el corazón.

Námaste Heptákis

 

Ejecutómetro 2011: 5784 ejecutados hasta el 7 de junio.

 

Ideas en marcha: Comparto algunas ideas notables de la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad.

«Si no nos servimos, si no nos amamos, si protegemos intereses, si el punto fundamental de la vida como lo han planteado tanto los políticos como los criminales es el poder por el poder y el haiga sido como haiga sido, y el dinero a costa de lo que sea, vamos a perder nuestra dignidad». Javier Sicilia, 4 de junio.

“La violencia empieza con las mentadas de madre […] No hay que golpear al hombre malo, hay que golpear al mal”. Javier Sicilia, 5 de junio.

“Los pacíficos no tienen más patria que sus muertos y más futuro que sus hijos”. Organizador zacatecano de la caravana, 6 de junio.

“¿Dónde estaba el miedo anoche? La guerra se fue a dormir durante algunas horas. Al dolor ya le podemos agregar alegría”. Julián Le Barón, 8 de junio.

“Cuando el cansancio llega al corazón, la voluntad queda paralizada. Pero más allá del cansancio, hay que emprender el camino con un paso nuevo. No hay triunfo sin renuncia”. Norma Ledezma, madre de una de las jóvenes (16 años) ejecutadas en la protesta de la calle Aldama, Chihuahua. 9 de junio.

Coletilla: El pasado lunes fue beatificado don Juan de Palafox y Mendoza, de quien suelo recordar los siguientes versos:

¿Para qué quieres tener

si todo lo has de perder?

No tienes lo que retienes

sino cuando lo haces bienes;

pero entonces lo tendrás,

cuando lo repartirás.

(Viene de la tercera parte)

Javier Sicilia, Pascua, Fragmento

No comprendo la muerte,

esa súbita ausencia que nos deja

mirando un cuerpo inerte,

un gesto que se aleja

y ya no dice más que la oscura queja

del vacío, la sombra

de ese alguien al que amamos y ha dejado

de estar y ya no nombra

sino su desolado

hueco donde el silencio ha quedado

y se pudre la risa.

No comprendo la muerte y, sin embargo,

ha vuelto, llega aprisa

como un terrible embargo

de Dios a nuestra vida, como amargo

destino a nuestras puertas,

como un odio maldito.

“Pascua”, poema festivo: resurrección del Señor y presencia de la muerte. La muerte y Dios, límites del poema y a la vez límites de la comprensión, del camino del pensar. Por ello, el poema comienza diciendo “no comprendo la muerte”. Podemos saber que alguien murió, especular miles de razones por las que alguno pudo ser ejecutado; pero escapa a nuestra comprensión la muerte en cuanto tal, pues en realidad no vemos la muerte, ni siquiera al muerto, tan sólo vemos el cadáver, lo que fue humano, lo que ya no lo es. No comprendemos la muerte porque mirando al moribundo, en un solo parpadeo, estamos ante el cuerpo inerte; porque de un momento a otro vemos lo que está y lo que ya no está; porque la muerte rompe la continuidad de nuestra experiencia. No comprendemos la muerte porque es inhumana, esto es “nos deja mirando un cuerpo inerte” porque el otro desaparece súbitamente, se nos evapora, lo perdemos y perdemos nuestra vida con él. El otro deja de ser gesto para volverse queja, la queja del vacío de la existencia, la quejosa expresión de quien intenta comprender la pérdida. Ido el otro, sólo queda su sombra: frágil recuerdo de nuestro amor por él que va perdiendo sus contornos como sus segundos el día. No comprendemos la muerte porque es la experiencia de algo otro que ya no es el otro: ya no nos ve, pues su cuerpo inerte desvía nuestra mirada; ya no nos dice, pues su gesto nada expresa; y el rictus de lo que alguna vez fue su rostro es sólo una sombra de lo que alguna vez fuimos juntos; ya no somos, ya no hablamos, ya no nombra, perdura su silencio, el silencio mortal que nos separa. Algunos silencios nos unen, éste nos separa, nos deja a cada uno en sí mismo, pudriéndonos como las risas solitarias…

         No comprendemos la muerte, pero distinguimos su llegada. No la comprendemos pero la podemos caracterizar: a veces llega aprisa como cuando toca a quien no lo merece, a veces llega cruel como cuando vuelve insufribles los instantes postreros, a veces, también, decimos que llega justa o injusta, aunque poco sepamos lo que eso quiera decir. Llega, las más de las veces, terrible. Dice nuestro poeta: “como un terrible embargo de Dios a nuestra vida”, como cuando creemos que a este mundo Dios lo ha abandonado. La muerte es terrible porque Dios no está aquí. Nuestra incomprensión de la muerte, nuestra desesperación ante ella, nuestra confusión, viene de nuestra creencia de la ausencia de Dios: gozamos creer de la muerte de Dios para celebrar gustosos haber superado los linderos del bien y el mal. Preferimos matar a Dios por una libertad inane, que conservarlo por una responsabilidad humilde. Ni Dios ni el Diablo, nos creemos expertos tejedores de nuestro destino, aunque morimos atrapados en la violencia de nuestras propias redes. Por ello el destino se vuelve amargo: inventamos nuestra felicidad con muy poca imaginación. La muerte llega como un odio maldito porque no tenemos ni maldita idea de las bendiciones.

         Doble enseñanza del poeta: primero, que el silencio valioso es el que nos une, pues es el único en el que a la vida se le da un sentido; segundo, que careciendo de sentido, todo es tragedia.

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011: 5293 ejecutados hasta el 25 de mayo.

Sabiduría contemporánea: “Yo estoy muy optimista, creo que el pueblo no es tonto”. Santo, Humanista, Virgen y Mártir Lic. Andrés Manuel López Obrador, Presidente Legítimo de México y precandidato a la Presidencia Espuria e Ilegítima de México. 23 de mayo de 2011.

Escenas del terruño: “Se va a presentar una propuesta para que la minifalda se prohíba, porque tenemos un problema de embarazos prematuros en los jóvenes, y no ver como un Gobierno represivo». Sr. Don Evelio Plata Inzunza, Presidente Municipal priista de Navolato, Sinaloa.

Coletilla: Dicen que desde la pelea de los ángeles y los demonios no se había escuchado tan gran estruendo en el Cielo; era Germán Dehesa celebrando el triunfo de sus poderosísimos Pumas.

(Viene de la segunda parte)

José Emilio Pacheco, Panteones

Veo entre la niebla el cementerio en silencio.

No pienso en otro mundo: me indigna éste

que se deshace así de los muertos.

Da horror pensar en los restos abandonados,

más durables que afectos y gratitudes.

Hay que acabar con los panteones y su intolerable perpetuación del olvido.

Todos debemos ser ceniza arrojada al aire,

volver cuanto antes al polvo

que en su misericordia nos absuelva y acoja.

La escena es clara entre la bruma: un hombre en el panteón. Los versos parecen como sentencias lapidantes; pero ahí está el efecto poético. No es un poema de visiones, sino de pensamientos. Un poema tejido en un revés. Un revés sugerido por la sonoridad de los dos primeros versos; ambos se dividen en dos partes esencialmente contrastantes. Ver entre la niebla el cementerio en silencio es saberse entre los muertos no por la presencia de los cadáveres, sino por la ausencia de su voz: entre la niebla realmente no se ve nada, y la penumbra se origina en la uniformidad del cementerio; cuando todos los muertos son iguales, estadística policiaca, no hay ninguno que hable, estamos sumergidos en la bruma de las demasiadas muertes. Por ello, la ausencia de la voz impide pensar en otro mundo, ahora ausente, y obliga a pensar en éste, en este mundo indignante en el que se pierden las voces de los muertos. No nos deshacemos de los muertos enterrándolos, sino abandonándolos al silencio: nuestros muertos apilados a la orilla de las calles, nuestros daños colaterales, son algo de lo que no queremos hablar, algo que queremos sepultar en el silencio. Los queremos sepultar en el silencio pese a los afectos y las gratitudes: si al ejecutado debo algo y lo reconozco en público arriesgaría inútilmente mi propia vida, y desde Maquiavelo nadie quiere eso…

         La segunda estrofa abre con el verso más largo del poema. Parece una declaración contundente. Sin embargo, es falso que busque acabar con los panteones, sino que busca hacerlos hablar, busca que dejen de perpetuar el olvido y que se vuelvan huella imborrable en el recuerdo, que en los panteones vuelvan a hablar los muertos. Que todos debamos ser ceniza arrojada al aire es pedir que todos muramos con nuestros muertos, que nuestras muertes no nos sean indiferentes. Volveremos al polvo cuando seamos nuevamente uno como comunidad. Lo lograremos con la misericordia: soportando nuestras muertes con piedad.

         Doble enseñanza de nuestro poeta: primero, que de poco sirve preocuparnos por los aspectos formales de nuestra matanza; segundo, que el origen de nuestra matanza está en el malestar del corazón.

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011: 4657 ejecutados hasta el 11 de mayo.

Coletilla: Y al final la gravitación arquetípica de las pirámides –notablemente descubierta en el alma nacional por Octavio Paz- llevó a nuestro poeta a pedir que ruede la cabeza de un hombre de honestidad cuestionada, mientras las ménades revolucionarias festejaban su alucinación sanguinolenta. Ojalá podamos evitar la demagogia y hagamos de la no violencia nuevamente el principio.

(Viene de la primera parte)

Octavio Paz, Intermitencias del Oeste (3) [México: Olimpiada de 1968]

La limpidez

(quizá valga la pena

escribirlo sobre la limpieza

de esta hoja)

no es límpida:

es una rabia

(amarilla y negra

acumulación de bilis en español)

extendida sobre la página.

¿Por qué?

La vergüenza es ira

vuelta contra uno mismo:

                              si

una nación entera se avergüenza

es león que se agazapa

para saltar.

(Los empleados

municipales lavan la sangre

en la Plaza de los Sacrificios)

Mira ahora,

manchada

antes de haber dicho algo

que valga la pena,

la limpidez.

El poema de Paz es un clásico de la buena poesía comprometida. Para leerlo debemos atender al aspecto dramático del poema, sugerido por el uso de los paréntesis y las cursivas. Podríamos decir que estamos ante un poema a tres voces. Una primera que es el autor sentado a su mesa componiendo un poema, garabateando en el papel el primer verso. La primera voz nos dice que hay una limpidez falsa, una pureza impura o una tersura áspera, y la hay porque en realidad esa limpieza y pulcritud esconden una rabia. La primera voz se encuentra ante un hecho que, aunque quiere disimularse como limpio, es esencialmente vil. “¿Por qué?”, se pregunta desesperada, ¿cómo se llegó a ese engaño?

         La segunda voz, marcada por los primeros dos pares de paréntesis, es reflexiva. En primer lugar, el autor se dirige a sí mismo para convencerse a escribir, pues está ante un hecho que lo enfurece tanto que no considera que las palabras vayan a valer la pena. Después, se percata que sus palabras, que fluyen con dificultad, se entorpecen más por la acritud de la bilis. Ambas voces se encuentran impávidas ante un pasmo doloroso que sólo puede expulsar, imagino que con aquella fuerza exasperante de la indignada resignación, un “¿Por qué?”.

         Inmediatamente, ante la extenuación de las dos voces, aparece una tercera que habla en cursivas y como con sapiencia. En realidad no dice mucho, pues son frases generales que permiten interpretaciones varias. En realidad la tercera voz le recuerda a las otras dos algo leído con anterioridad: palabras de Marx que ponen a la vergüenza como principio de la revolución [Carta a Ruge, marzo de 1843].

         Mas la segunda voz, otra vez entre paréntesis, le recuerda a la primera que ahí están en la plaza los hombres contratados para limpiar la sangre, que la vergüenza revolucionaria no supera el pasmo ante la muerte, el pasmo ante la violencia. La revolución y el espíritu de los sacrificios, ambos banalizan la vida y quieren que la rabia se beba con sangre.

         Regresa la primera voz para darse cuenta de lo que ha pasado: tan sólo quería escribir sobre el pasmo de la muerte violenta en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968 y la sinrazón la llevó a una teoría que celebra la sangre.

Doble enseñanza del poeta: primero, que perdemos el camino si sacrificamos el pasmo ante la violencia en los altares de la revolución; segundo, que la ira y la violencia no se expresan necesariamente con más ira y más violencia ‒a veces el silencio puede ser más elocuente.

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011. Hoy debo la cifra, pues los reportes de las narcofosas recientes presentan inconsistencias en algunos diarios.

Coletilla: A veces se olvida que Javier Sicilia no está derrocando gobiernos, ni pidiendo negociaciones ilegales; lo ha dicho, pide que recuperemos la posibilidad de vivir bien. Otra cosa es que las buenas intenciones de un hombre de bien y de fe sean manipuladas por los revoltosos de siempre.

El Cristo, muriendo en la Cruz para salvar

al mundo, no es lo mismo que el mundo

crucificando al Cristo para salvarse.

Juan de Mairena

I

Es difícil permanecer incólume ante la violencia. En el exceso de la abstracción académica es sencillo llegar a reconocer la naturalidad de la violencia, es casi fácil comenzar a enaltecerla, e incluso es posible aceptar –con el menor de los pesares- que el hombre es violento por naturaleza. Pero eso es un exceso, es insalubridad, patología espiritual. Por otra lado, entre los escasos hombres que enarbolan dogmáticamente la esperanza en la hermandad humana es cosa cualquiera desechar la violencia como posibilidad, es vano considerar que ese pequeño y destructor yerro humano puede dar mínima cuenta de lo que el hombre es. Mas eso es defecto, podredumbre anímica, vileza ética. Lo realmente difícil es pensar la violencia, la violencia de nuestros días, la de los miles de ejecutados, sin caer en los extremos.

Me desconcierta la violencia. Y me desconciertan más las explicaciones que abundan sobre nuestra violencia. Por eso quiero hablar de la violencia. Hablar de la violencia pero sin detenerme en descripciones vergonzosas, pusilánimes; que ya de ello colman nuestra vida los periódicos. Hablaré hoy de la violencia buscando comprenderla, saber de ella, explicarme este pasmo ante la brutal degradación de nuestros días. Me gustaría entender el pasmo ante la violencia sin olvidarme de él, sin dejarlo de lado, sin que la teoría se vuelva ensalmo. Para ello seguiré la indicación de un pasmado. Ha dicho recientemente Javier Sicilia, tocado por la violencia tras el asesinato de su hijo hace dos semanas, que él cree que es tiempo de más poesía, de leer poemas de dolor para que la sapiencia poética nos ayude a comprender nuestro pasmo ante la violencia. Leeré, pues, poemas del dolor, esperando que la sapiencia poética me permita comprender el pasmo ante la violencia y su denso marasmo de muerte.

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011: 3620 ejecutados hasta el 13 de abril.

Coletilla: ¡El país tiene solución! Según declaró algún senador panista, la nueva sede del Senado cambiará las costumbres de los legisladores y ahora sí se pondrán a trabajar. ¡Eureka! ¿Vendrá ahora el alud de nuevos edificios públicos?

Observar el silencio

Su amor en la oración aquieta todo:
el cuerpo, el pensamiento, la memoria,
y en su vasta e infinita trayectoria
me sumerjo, me abismo, me acomodo.
Bajo más y su amor se hace desierto,
se hace quietud inmensa y desolada,
páramo de la luz, exacta nada,
silencio en el que a solas me despierto.
Luego cae el vacío, cae la noche,
cae de Dios el azul de su derroche
sobre la clara ausencia de mi ausencia,
y cuando al fin la muerte estoy rozando
desnudo me descubro en Él y amado.

Javier Sicilia

 

No puedo argüir ante la muerte. Tampoco podría hacerlo ante el asesinato o ante la pena de muerte -su eufemismo irresponsable-. Nada puede argumentarse ante quien prefiere la muerte, porque la diferencia entre lo pensado sobre el sentido de la vida no es argumentativa, sino que al parecer se acerca más a la forma de un sentimiento, una apreciación del buen gusto, que a una verdad taxonómica o inferencia posible. No podría argumentar a favor de asesinato alguno, porque veo en el asesinato un acto vil, despreciable y, ante todo, lamentable. Ante el asesinato me lamento: por mí, por ti y por el asesino; no por la víctima. Me lamento por mí, porque me descubro vil, porque al indignarme con ira ante el asesino, cuando quiero volver a llamarlo “hijo de puta”, me descubro incapaz para la caridad, me veo cerrando el puño antes de vislumbrar la posibilidad de poner la otra mejilla, me encuentro tan soez como el asesino mismo. Me lamento por ti, porque incapacitado para la caridad fallo en mi compromiso contigo, porque sin caridad no podemos vivir bien. Y me lamento, finalmente, por el asesino, porque recibirá improperios igual de injustos que los míos, porque los que no sabemos amar caritativamente lo juzgaremos con una crueldad tal que ninguna vileza lo merece. Ante el asesinato de Juan Francisco Sicilia, hijo de Javier Sicilia –infatigable buscador de Dios en la claridad furiosa de los versos, poeta inspirador de la necesidad de la fe cristiana-, me lamento, porque nada puedo argüir ante la muerte, porque –como dijo Iván Illich- yo también decidí observar el silencio.

 

Námaste Heptákis

 

Ejecutómetro 2011: 2991 ejecutados hasta el 30 de marzo.

Coletilla: Rápidas fueron las respuestas a la tontería del gobernador de Chihuahua sobre el reclutamiento forzoso de los ninis, pero en ningún lado se escuchó que buena parte de los aspavientos que generan los ninis en la conciencia de nuestros prohombres tiene por origen la criminalización del ocio.

Meditación sobre la sabiduría

Desde Heráclito se ha venido diciendo que la mucha erudición no es sabiduría; eso ya es parte del problema.

Námaste Heptákis

Ejecutómetro 2011: 1466 ejecutados (hasta el 15 de febrero).

Coletilla: ¿Ya vieron los siempre seguros defensores de las revueltas populares que el día de hoy, en Irán, se realizó una manifestación multitudinaria para pedir la aplicación de pena de muerte a dos personas? ¡La tiranía de la plaza!

Meditación