Los significados que ofrece el DRAE de lo que podría entenderse por la palabra sacrificio son bastantes, aunque en el fondo me parece que todas las nociones llevan a lo mismo, esto es, la idea de matar algo o a alguien en favor u homenaje de algo o alguien más. Creo que por la divergencia de expresiones para decir de éste y la usanza que en el popular se dispone del mismo, se mantiene un pensamiento común que nos obliga a pensar que el sacrificio puede ser un acto que representa nobleza, desinterés y actitud de servicio para los demás –evocando la idea de matar–. Claro que lo común no siempre cifra lo mejor ni mucho menos lo verdadero.

Para probar lo que ahora he sostenido, osaré en decir que la idea que en general se posee del sacrificio se relaciona gravemente con lo que la visión cristiana parió de ella, mejor no puede ilustrarse, el máximo sacrificio que puede hacer alguien –dar su vida, es decir, matarse a sí mismo– para la salvación desinteresada y humanitaria de un conjunto de mortales hijos de la divinidad. Y así el sacrificio por una parte, es para con la divinidad, por sus gracias, favores y dones. Se tiene que dar algo al dios para mantenerlo contento, para gratificarlo. Las ofrendas de cualquier clase, lo que dicen es: gracias por tu benevolencia o tu amabilidad. Más allá, lo que le dicen al dios es: gracias por no matarme ni hacerme algún mal. Eres mejor y más poderoso que yo, gracias dejarme seguir existiendo. De esta misma idea cristianizada, sale aquella popular de: Dar hasta que duela y cuando duela, dar más. Masoquismo al extremo.

De este modo, es visible que todo acto de sacrificio es, en mayor o menor medida, un hecho efectuado con miras ya bien a la divinidad, ya bien a la divinización. Aquella madre abnegada que se sale de sí para bienestar de los suyos, no hace sino extender su papel a víctima, a mártir y los mártires son santos y a los santos se les rinde culto universal. Y justamente aquí principia el desasosiego para comprender los actos absolutamente desinteresados o realizados completamente en atención a otros.

No estoy cierta si de hecho el sacrificio implica desinterés en su realización, pero al menos la noción corriente de éste, sí. Por tanto, resulta sumamente confuso puesto que, por un lado, se debe hacer el bien sin mirar a quién, pero por otro, si me porto bien, alcanzaré la salvación eterna  – frases contrarias en la medida de que una sí parece ofrecer recompensa y la otra no–. Quizá el paraíso sólo sea el bono al buen comportamiento, pero si es el condicional para alcanzarlo, dónde queda la espontaneidad y la sinceridad de las acciones entre humanos. Cuales viles hormigas que nos hacen pensar que trabajan arduamente mientras sólo se pasean ordenadamente, haríamos creer, de vistazo, que somos buenos y caritativos, cuando en el fondo nuestro motivo es excluyentemente personal e interesado. Que quede claro que no pienso que buscar la gloria propia sea algo malo o perverso, lo es sólo cuando se proclama la bondad del ser mientras lo que se pretende alcanzar sea realmente un beneficio propio, empeorado por querer hacerlo con la imagen de los demás. Con esto, ¿alguien nota la fuerza que perdería el lugar común de: …Me sacrifico…? Porque aunque llanamente se percibiera la pesadez o el peligro al que alguien se sometería en aras de alguien o algo más, al final reluciría el poco mérito de su acto. Eso es, un sacrificio de veras con la seriedad de lo que podría implicar, debe ser meritorio sin pretender nada a cambio, sea lo devuelto dinero, fama, heroicidad, alabanza o la salvación eterna.

Por el otro lado, queda pensar que entonces el sacrificio debe necesariamente llevar dolor o desprendimiento oneroso para quien lo está haciendo y sólo así sería tal dignamente, pero quién sabe en qué medida pueda acontecer algo en soledad y sin ser sucedido, en este caso, por otra cosa benéfica –aunque sea por aquella promesa de goce en el más allá–. En supuesto, los actos buenos se recompensan y los malos se castigan. Quizá esa sea la cuestión, hacer algo con la conciencia de que puede ser reprendido, sacrificarte estrictamente por otro. Pero siempre queda la posibilidad de que el karma o algo así lo gratifique, si en verdad fue algo bueno. Descartada queda entonces la idea de legítimo sacrificio. En otras palabras, las personas no se sacrifican, sólo muestran su pesar hipócritamente –si es fingido– para obtener alguna clase de ventaja, o lo callan si buscan la divinización o el reconocimiento de alguien o algo superior.

 La cigarra]