En la primaria muchos sufrimos las clases de danza folklorica. Por una extraña razón fuimos obligados a portar atuendos mal hechos e incómodos por horas sin saber cual era el motivo de ellos. A nuestro alrededor, como personas que crecimos en este país, somos bombardeados por cientos de arquetipos que se nos imponen, los cuales, en apariencia, revisten un hondo trasfondo nebuloso, mistico y hasta sagrado. En la ciudad, las distancias sociales con aquellos portadores «auténticos», nos parecen, a bote pronto, como los herederos auténticos de costumbres y tradiciones ancestrales. Nada más lejos de ello. Y no porque no lo sean , sino porque a ellos también se les impuso.

Es importante hacer una diferenciación básica, lo que comunmente llamamos folklor es una vitrina de antigüedades difusas, un cátalogo de coloridos prejuicios hechos manifestaciones oficialistas y acartonadas. Por ello es preferible hablar de cultura como elemento diferenciador entre sociedades y colectivos. Recordando al padre de la antropología, Edward Burnet Tylor, la cultura es «aquel todo complejo que incluye el conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualesquiera otros hábitos y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad.” Por ello es necesario no abusar del término folclor, que nos remite a un aspecto «turístico » y «superfluo»

Es interesante atender a los usos del folklor en dos ejemplos ilustrativos. No sabemos a ciencia cierta quién copio a quién, pero en México como en la URSS, los estudios folkloricos tuvieron auge y apoyo estatal en las primeras décadas del siglo pasado. Para la política stalinista los campesinos eran sujetos importantes para la producción pero desechables políticamente. Dentro de la política soviética el realze de las carcterísticas de este sector menguaba las conglomeraciones humanas impuestas en aras de la producción masiva y planeada desde el Buró Político. Uno de los argumentos más importantes en ambas circunstancias fue la de la preservación de las tradiciones campesinas. Si recordamos tanto los postulados de la educación postrevolucionaria en México como los dictados desde Moscú, la pretención de animar el interés por el folklor respondió a la estatrategia política de la homogenización cultural. La conformación de  una identidad correspondiente con el estado nacional en gestación y a los intereses de los hombres a su cargo.

Un ejemplo concreto lo encontramos en el caso del grupo étnico Mame, originario de Guatemala. Este grupo llegó a las orillas de Chiapas debido a las expansiones ganaderas en su país. Desplazados y en condiciones difíciles llegaron a México. Desde del gobierno de Lazaro Cárdenas la participación de los Memes en la dinámica cultural y política del estado de Chiapas fue marginal. En 1941 al fundarse los Centros de Coordinación Indigenista los apoyos para la realización de sus festividades fueron nulos. La razón era que estos grupos eran antimexicanos, peligrosos por la «extrañeza» de su presencia en el país, además de posiblemente subversivos.

Con el tiempo reformularon su identidad, ante la rigidez gubernamental. Algunos comenzaron a ampliar sus árboles genealógicos y a encontrar lazos consanguíneos en tierras chiapanecas. Reinventaron sus tradiciones y aquellos aspectos expresivos que identifican su adscripción indígena. Es hasta la década del setenta y frente a la situación bélica en Guatemala, que el gobierno mexicano reconoce a los Mames como asilados políticos. Mientras tanto dos generaciones de Mames fueron obligados a hablar castilla y a dejar la ropa que portaban desde sus padres. La cuestión étnica no fue en un sentido amplio para los grupos indígenas, sino selectiva y preferencial.

El reconociemineto de los pueblos originarios y sus expresiones culturales, no sólo él mencionado sino en su generalidad, pasó por un tamíz político antes que por un interes cultural. Al observar una puesta en escena «folklorica» estamos frente a la exposición de maneras auspiciadas y animadas por el estado. Aquellos dichos del libro de lecturas oficial, los voladores de Papantla a fuera del museo del INAH, la china poblana y tantos otros coloridos accesorios, están ahí para mostrar una unidad inexistente, prefabricada y tendiente a la comercialización de supuestos elementos intrínsecos de los pueblos.

¿Cómo olvidar el Ballet Folklorico Nacional de Amalia Hernández con sus «versiones» de lo que es este país o las mamarrachadas mestizas expuestas cada 15 de septiembre?

Lamentablemente para nosotros, como mestizos, aquello que podríamos identificar como el conjunto de nociones culturales más propias compartidas ampliamente por nuestros pares, otros mestizos con ciudadanía mexicana, se encuentra en la programación de la televisión, en la memoria de las clases de historia, en el día a día de un sistema culturalmente diferenciado pero rico en sus expresiones.

Es el momento de cuestionarnos por rendir culto a expresiones culturales impuestas, petreas y estereotipadas, para voltear a ver qué diablos pasa con la vida cotidiana, con la sabiduria del lumpen, la de los desclasados, la de los nacos, la de los parias, aquellos que en números totales nos rebasan. Esos que sí hacen la historia.